Alaphilippe alcanza su cima

Valverde, ante Marc Soler y Landa, en un entrenamiento de la selección española en Imola.
Valverde, ante Marc Soler y Landa, en un entrenamiento de la selección española en Imola.Luis Gómez / RFEC / Photo Gómez Sport

Cuando tenía pelo, hace unos años ya, Valverde tenía un Ferrari, y le gustaba hablar de motores y de velocidad y qué prestaciones, y cuando llega a Imola lo hace en bicicleta, tiene 40 años y un implante, y rueda por el asfalto nuevo, nuevo, liso, liso, del circuito de Fórmula 1 bautizado Enzo y Dino Ferrari, y pasa— en el sentido de las agujas del reloj, al revés que los motores— la variante Villeneuve y la variante Tamburello, que ya no son curvas sino chicanes, y a la derecha deja los monumentos a Gilles Villeneuve, que en Imola disputó su último GP, y fue traicionado, y de Ayrton Senna, allí muerto un Primero de Mayo, y dice que sí, que siente una ilusión especial por rodar ahí. “Por lo que representa, claro”, dice. “Y también me encanta por la seguridad que ofrece para el final la pista tan ancha…”

Cuando Valverde habla así, de seguridad y no de victoria, cuando parece más saciado que hambriento, Eusebio Unzue, su patrón, dice que tampoco es mala señal, que ese es solo el Valverde “miedica” que a veces sale a la superficie la víspera de los grandes momentos. Quizás, quién sabe.

Llega el Mundial y a Valverde, que ya pudo con los de su generación, la del 80, en varias Liejas, y con los del 90, Alaphilippe, Dumoulin, esos, en el Mundial del 18, le esperan la generación siguiente, la del año 2000, y Valverde, così così en el Tour, recupera su espíritu, “pero poco a poco”, precisa, y al menos no repite su último soniquete casi lastimero, su “que ya no soy un niño”. “Ya estoy un poquito mejor de motivación, el Mundial siempre la cambia, y a una semana del Tour es como la Clásica de San Sebastián otros años. Y el recorrido, como una Lieja pero más duro, nos puede venir bien, porque puedo tener galones pero no soy el único de la selección”, dice, y luego reconoce que Landa o Enric Mas, aunque puedan estar muy fuertes, no son ganadores de clásicas como él, no son rematadores. “Y estará Van Aert”.

Junto a ellos tres, Pascual Momparler, el seleccionador nacional, alineará a cinco sólidos équipiers que no lo hicieron nada mal en el Tour: Pello Bilbao, Jesús Herrada, Marc Soler, David de la Cruz y Luis León Sánchez. “Pero, a diferencia de Innsbruck”, dice Momparler, “no seremos nosotros quienes tengamos que cargar con el peso del control. Estarán los belgas, los italianos, los holandeses…”

Y Valverde habla de Van Aert todavía, del belga, dos veces campeón del mundo de ciclocross, que brilló en el Tour al frente de la banana mecánica de Roglic, como se habla de la octava maravilla del mundo, casi con reverencia, un obstáculo insuperable. Y Valverde, al que siguen sin motivarle, ya es algo, los récords de longevidad que tan bien le pegaban a Poulidor y que en el Mundial consisten en superar a Joop Zoetemelk, el holandés campeón del mundo en el 85 a los 38 años y nueve meses, mientras que Valverde cazó el arcoíris de Innsbruck cinco meses más joven, al menos, no habla de los otros jovencitos del Tour de la generación revoltosa e irreverente, de los niños prodigio, del suizo Marc Hirschi o de Tadej Pogacar, a los que les encanta atacar de lejos y llegar solos. Otro de la generación Valverde, el siciliano Vincenzo Nibali, carga con el peso del ciclismo local.

Julian Alaphilippe, el más fuerte de los de la generación del 90, un Valverde 12 años más joven, dice que el circuito por las suaves colinas de Imola, viñedos de moscatel y en el centro unas montañas de yeso, le viene como anillo al dedo, que está hecho para un puncheur como él, y que lo suyo será irse en el último paso por el último repecho, a 11 kilómetros de la meta en el circuito de los Ferrari. “Sí, ahí estoy de acuerdo”, dice Valverde, analizando un circuito largo (28,8 kilómetros), y muy duro (dos repechos muy similares, de poco más 2,5 kilómetros cada uno, Mazzolano y Gallisterna, a poco más del 6% pero con un kilómetro cada uno a más del 10%) al que darán nueve vueltas, para un total de 258 kilómetros y 5.000 metros de desnivel. “Será hasta complicado comer por esas carreteras estrechas, todo el día subiendo a muerte o bajando o en el látigo. Llegará uno solo, o, como mucho, tres o cuatro”.

Sola llegó Anna van der Breggen, la holandesa que dobló su arcoíris en Imola tras el de la contrarreloj del jueves. Segunda, a 1m 20s, llegó Annemiek van Vleuten, campeona saliente y fichaje del Movistar para 2021, que hubiera sido la gran favorita si no se hubiera roto la muñeca hace 10 días. La mejor española fue la valentísima Mavi García (18ª), quien se metió en la fuga más importante del día y corrió siempre en cabeza buscando y no esperando.

“¿Que por qué las holandesas somos tan buenas?”, dice Van Vleuten cuando se le preguntan las razones por las que los Países Bajos dominan así. “Quizás porque en mi país las mujeres somos muy independientes para hacer la vida que decidamos, y porque hay igualdad con los hombres, claro”. Y Elisa Longo, la italiana de bronce, precisa: “En Italia también somos independientes las mujeres, lo que pasa que a nuestras carreras las falta visibilidad en los medios. No nos hacen caso”.

Solo la media de Van der Breggen, que consiguió lo que no logrará Van Aert, plata en la contrarreloj, la más baja de los últimos años, de 34,327 kilómetros por hora, basta para señalar la dureza del circuito que surge del paraíso de la velocidad.


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