Alcaraz va a otra velocidad

Alcaraz devuelve la pelota durante el partido contra Báez, este viernes en Milán.
Alcaraz devuelve la pelota durante el partido contra Báez, este viernes en Milán.TIZIANA FABI (AFP)

A Sebastian Báez, una réplica fisionómica de Diego Schwartzman pero con dos o tres centímetros más, le cambia la cara rápido. Por más que se sepa la lección, se encuentra de inmediato con un tormento que le aprieta y le exprime en cada peloteo. “Orden, orden, vamos de vuelta. ¡Seguí, seguí! ¡Sacáte la bronca!”, intenta tranquilizarle su preparador, que asiste con resignación a una película que transcurre a toda velocidad, excesiva para sus intereses, la que le imprime Carlos Alcaraz al juego. El murciano, un torbellino con acné en las mejillas y un golpeo de órdago, hace que la noche milanesa vaya a toda pastilla, como si tuviera prisa por aterrizar en la final de esta Copa de Maestros para los sub-21 (este sábado, 21.00; #Vamos). Y así lo hace, rápido, sin distracción: 4-2, 4-1 y 4-2, en 63 minutos.

Alcaraz, pues, está donde pretendía y donde se barruntaba, y el guion del torneo se adhiere a la lógica y le empareja con el otro tenista que compite un par de marchas por encima, Sebastian Korda (4-3(3), 2-4, 1-4, 4-2 y 4-2 a Brandon Nakashima); nada comparable, en todo caso, con la velocidad de crucero que ha adquirido el español (18 años) en esta semana italiana en la que ha ido despachando rivales como a moscas, asombrando e invicto, como si estuviera fuera de lugar y en vez de pelear con las promesas en Milan debiera estar en Turín, donde se batirán los mayores la próxima semana. No hay hipérbole. Alcaraz, hoy por hoy, está a un nivel superior al que indica su ranking.

Es el 32º, pero desborda con tanta naturalidad y tanto poderío que engaña: bien podía ser uno que lleva toda una vida en el circuito. Pero no. La pandemia dejó su despegue en un aperitivo, y este curso se traduce en algo más que en una insinuación, hechos y más hechos. Empezó bien y lo termina mejor, a lomos de ese fórmula 1 que tiene en el brazo derecho y que oprime, frustra y diluye a Báez. El argentino, 111º del mundo y proyecto de buen jugador, lo intenta por todos los medios; se quiere enganchar, pero juega al límite todo el rato y por mucho que corra y se estire llega tarde una y otra vez, y pierde el tren del partido rápidamente. Al otro lado hay uno que no espera.

En la grada, runrún, exactamente un sonidillo de incredulidad cuando Alcaraz eleva la bola y asesta el estacazo, registrando el velocímetro servicios a 222 km/h. “Está mejor, está mejor. ¡Apretáme el puño, Seba, sacá el aire!”, trata de consolarle el técnico a Báez, pero el rostro le delata: ahí no hay ninguna fe, tan solo resignación. Tiene muy poco o, siendo realistas, más bien nada que hacer. Le caen los breaks y el español, sin despeinarse siquiera las cejas, le tirotea con el servicio de inicio a fin. Habla la estadística: cede únicamente cinco puntos con el saque (cuatro con primeros y uno con segundos) y firma 7 aces.

Se produce un espejismo, una ilusión. Alcaraz envía una volea clara fuera y su entrenador, Juan Carlos Ferrero, viene a decirle que no se relaje ni se sestee: hasta el final, Carlitos, hasta el final. Y este reacciona. Cierra la puerta, aborta tres opciones de rotura y se convierte en el primer español que alcanza la final de este Masters experimental, situado ya frente a frente con el talludo Korda, de 21 años y 39º de la ATP, hijo del célebre Peter –dos del mundo, campeón en Australia (1998)– y que antes ha tenido que remontar contra Nakashima para convertirse, también, en el primer representante estadounidense que desembarca en la cita definitiva por el título.

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