Bélgica, el país sede de las instituciones comunitarias, ve reproducirse en su seno el virus más temido por los mandamases de la UE. Los nacionalistas flamencos de la N-VA revalidaron este domingo su victoria de 2014 con el 16% de los votos, pero los comicios, celebrados en paralelo a los regionales y europeos —donde se repitió la ecuación—, dejaron moralmente un único ganador: los ultraderechistas flamencos del Vlaams Belang. La formación triplicó sus votos desde el 3,7% de hace cinco años al 11,9%, y dejó atrás la marginalidad en un fulgurante ascenso de novena a segunda fuerza del país.
El partido ultra independentista, liderado por Filip Dewinter fue el epicentro de las primeras reacciones, con el debate centrado en si debe instaurarse un cordón sanitario que impida su acceso al poder. “Bélgica no está libre del ascenso de los populismos extremistas”, lamentó el liberal francófono Charles Michel, primer ministro saliente y uno de los grandes derrotados de la noche.
La N-VA no se unió a ese coro que calificó la jornada de domingo negro y abrió la puerta a un pacto con los ultras, aunque la posibilidad es remota ante el rechazo visceral que despierta en el resto. La diputada socialista valona Julie Fernández cree que la pasividad de los nacionalistas flamencos durante la legislatura impulsó a la ultraderecha. “Cuando un Gobierno no condena los discursos extremistas, se normalizan”.
Cercano a la líder francesa Marine Le Pen y al ideólogo del trumpismo Steve Bannon, a los que invitaron a visitar el Parlamento flamenco en Bruselas el pasado diciembre, el Vlaams Belang reúne en su ideario los instintos más primarios de la ultraderecha europea. Tiene en su diana al islam y la inmigración, a la que vinculan con la delincuencia. Y son partidarios de acabar con el euro y poner fin a la libre circulación en la UE. En noviembre de 2017, su líder trató de hacer un recorrido por Molenbeek, un distrito de Bruselas de amplia presencia musulmana, en lo que bautizó como “el safari del islam”, pero la justicia impidió la marcha.
541 días sin Gobierno
Ilegalizado en 2004 por incitar al racismo cuando se llamaba Vlaams Blok, resurgió de sus cenizas bajo el nombre de Vlaams Belang (Interés Flamenco), pero la competencia de los nacionalistas de la N-VA, también antinmigración, le había apartado a un papel residual. “Crearemos un nuevo Vlaams Blok con otro nombre, pero con las mismas personas y el mismo programa, y el nuevo partido será más grande y más fuerte que nunca”, dijo retador su entonces presidente, Franck Vanhecke.
Quince años después, la advertencia está más viva que nunca. De momento, la primera preocupación de la clase política belga es cuadrar la compleja aritmética electoral para evitar revivir los fantasmas de 2010 y 2011, cuando el país navegó sin Gobierno durante 541 días.
Las urnas no lo ponen fácil. La fractura territorial se ha agrandado. En las francófonas Valonia y Bruselas los electores se inclinaron por partidos de izquierda, con victorias socialistas —tercera fuerza en el conjunto del país—, emergencia del marxista PTB, y un repunte de Los Verdes, mientras que en Flandes, donde vive más de la mitad del país, arrasaron conservadores y extremistas de derecha.
La última coalición de Gobierno que dirigió Bélgica, un cuatripartito de nacionalistas, liberales y democristianos flamencos, y liberales francófonos, descarriló en diciembre por diferencias sobre migración. La nueva aparece, antes de su nacimiento, señalada por el estigma de la inestabilidad.
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