Planned Parenthood (PP) es una organización centenaria, fundada en Nueva York en 1916, que ofrece la mayor red de centros de planificación familiar de Estados Unidos. Para sus detractores es solo una cadena de clínicas abortistas y por eso está en la diana de la ofensiva ultraconservadora, impulsora de la derogación del derecho al aborto consagrado en 1973 por la histórica doctrina Roe contra Wade; a partir de ahora, las competencias recaen en los Estados. Al frente de PP, Alexis McGill Johnson (Nueva York, 49 años) contempla incrédula la reversión por parte del Tribunal Supremo de un derecho que en otras partes del continente americano teóricamente más rezagadas en derechos sociales —Argentina, Colombia…— progresa sin pausa. “La idea de que nuestros aliados del sur están avanzando mientras nosotros estamos retrocediendo 50 años es simplemente fenomenal”, dice sobre la marea verde, nombre que recibe el movimiento proaborto en Latinoamérica, durante una conversación a mediados de julio en la sede de la organización, en Nueva York.
El mundo al revés: la vanguardia en el sur y la involución en el norte, en el país de las libertades. Pero McGill Johnson, activista desde sus años de formación en Princeton y Yale, no da muestras de desánimo, y conjuga una serenidad de terciopelo con la determinación inquebrantable de una misión: defender el derecho a la libre elección. “Durante 49 años nos aferramos a un derecho constitucional para poder tomar decisiones sobre nuestros propios cuerpos. Y el Supremo ha fallado que Roe contra Wade estaba errada y que querían devolver el poder a los Estados. Es terrible. Solo en las últimas tres semanas, hemos visto a 12 Estados [14 desde que se realizó la entrevista, y en aumento] prohibir inmediatamente el aborto, en muchos casos desde el momento de la concepción. Las consecuencias son horribles. Hay caos y confusión. [Las mujeres] no saben lo que se les permite en sus propios Estados. Y 26 Estados se disponen a prohibir el acceso el próximo año”, explica sobre la decisión del Supremo, que ha partido el país casi en dos mitades y polarizado política e ideológicamente a una sociedad ya escindida por el efecto corrosivo de Donald Trump.
¿Nadie lo vio venir? ¿Ha sido una decisión tan repentina? “En los últimos 12 años hemos visto una reelaboración de muchas legislaciones estatales, una reelaboración del sistema judicial para hacerse más conservador y contrario a la salud de la mujer. Con tres jueces de la Corte Suprema designados por la última Administración [de Donald Trump], ahora hemos perdido este derecho y podríamos perder otros”.
Manifestación en defensa del derecho al aborto ante la sede del Tribunal Supremo de EE UU, el pasado 24 de junio.Evelyn Hockstein (Reuters / Contacto)
En las manifestaciones que estallaron como una explosión de rabia contenida en las calles de EE UU tras la revocación de Roe contra Wade, numerosas pancartas animaban a votar para revertir la deriva conservadora en las elecciones de noviembre, que podrían dar el control del Congreso a los republicanos. “No hay duda de que las elecciones importan y tienen consecuencias. Si no hubiéramos tenido la última Administración, no tendríamos esta Corte Suprema. Cuando te expulsan de la Constitución, hace falta mucho tiempo para volver a entrar. Y ese es el trabajo que debemos hacer como movimiento por el derecho al aborto. Debemos ir Estado por Estado para luchar contra cada prohibición, litigar y demandar a cada Gobierno estatal, movilizar a la gente. Ahí es donde realmente está el trabajo. Por lo tanto, votar en noviembre es importante, pero también lo es la acción local”.
McGill Johnson, profesora de Políticas y Estudios Afroamericanos, asumió interinamente la dirección de PP en 2019, y como titular en 2020 tras declararse la pandemia. Un periodo en el que ya se adivinaba la convulsión ideológica, con infinidad de guerras culturales atizadas como hogueras por la derecha. En marzo de 2020, el gobernador de Texas prohibió todos los procedimientos “no médicamente necesarios”; abortos incluidos. “Durante la vigencia de Roe contra Wade, ha habido oposición y un plan sistemático para acabar con el aborto. Cuando el gobernador Abbott firmó una orden ejecutiva que decía que es una elección [personal] no sensible al tiempo, ya planeaban todo esto. Por desgracia, estamos en desventaja estructural, con un pequeño grupo de personas que controlan el poder a expensas de la mayoría. La opinión pública en estos Estados apoya abrumadoramente el acceso al aborto”.
El temor de organizaciones sociales y colectivos como el LGTBI es que tras el derribo del aborto llegue el de otros derechos individuales. McGill Johnson comparte la inquietud. “El juez [ultraconservador] Thomas ve esto como modelo para ir tras el matrimonio igualitario o el acceso a la anticoncepción. Ese discurso anima a legisladores estatales, por ejemplo en Texas, a considerar la introducción de proyectos de ley contra la sodomía. Hemos visto proyectos de ley para penalizar la anticoncepción y la fertilización in vitro en otros Estados. Otros que criminalizan el plan B [la píldora del día después]. Limitar el aborto es una parte de la agenda. Pero el objetivo final es reducir nuestra capacidad de controlar nuestros propios cuerpos”.
Las clínicas donde se practican abortos vienen siendo objetivo de ataques desde hace años, alguno de ellos muy grave, pero ahora la seguridad en torno a Planned Parenthood es un factor más relevante si cabe: incluso el acceso a sus oficinas implica una escrupulosa criba de datos, con un vigilante dedicado en exclusiva al control de los visitantes. Es la demostración palpable de lo que significa estar en primera línea de la batalla. “PP tiene más de 100 años. Nos iniciamos en la resistencia, ¿no? [risa] Este desafío lo enfrentamos igual que siempre, pensando en lo que necesitan nuestros pacientes según su situación. Trabajamos sin descanso con nuestros proveedores en toda la red, con fondos independientes que ayudan a las pacientes a viajar fuera de su Estado. Es decir, nos esforzamos por brindar atención porque, ante todo, somos un proveedor de atención médica”, explica McGill Johnson, en la terminología al uso en un país que carece de sistema público de salud y que, por tanto, depende de la “provisión de servicios”.
Alexis McGill Johnson, presidenta y CEO de Planned Parenthood, fotografiada su despacho en la sede de la organización en Nueva York.Vincent Tullo
Además del trabajo de campo, está también el político, en una combinada acción-reacción que muestra la pujanza del emblemático activismo de PP. “La otra forma en que abordamos lo que significa estar en la línea del frente es contraatacar. Tenemos un fondo de acción, que es nuestro brazo político, para luchar contra estas legislaciones y presionar al Congreso y la Casa Blanca para que actúen con más fuerza para considerar las necesidades de las pacientes que ahora tienen que viajar cientos de millas fuera de su Estado para recibir atención”. El hecho de que el inglés no diferencie los géneros gramaticales subraya el uso del genérico “los pacientes”, pero McGill Johnson también se refiere a menudo a las beneficiarias de sus programas como “personas” o “gente”. Una generalización que solo pretende ser inclusiva pero que podría originar otro debate, aunque no es el caso…
La mayoría de las víctimas potenciales por la prohibición del aborto son afroamericanas, latinas, indígenas, mujeres de rentas bajas, madres solteras sin recursos. “Las personas más afectadas en el sistema de atención médica, o en cualquier sistema, son las que han sido previamente marginadas. Personas de raza negra, latinas, personas de bajos ingresos, de zonas rurales, gente que ya vive en los márgenes de varias maneras. La enmienda Hyde, que restringe el acceso a fondos federales por parte de Medicaid [cobertura pública para rentas bajas] para financiar un aborto, añade otro obstáculo al coste del viaje, el hotel, el dinero para la gasolina o para cuidar entretanto de los hijos, porque la mayoría de las personas que quieren abortar ya son padres”.
La fractura del aborto pone de relieve mucho más que el acceso a un procedimiento médico: las raíces de un sistema disfuncional en un país en que la salud es una mercancía. “No hay duda de que EE UU sufre debido a la falta de un contrato social, a la incapacidad de prestar atención médica a todos los habitantes del país. El coste de la sanidad es la causa número uno de quiebra para muchas familias”, apunta McGill Johnson, que confiesa envidiar el sistema español o el de cualquier país europeo, “con acceso no solo al aborto, sino a una atención preventiva”. Pero la realidad estadounidense es la de un país donde, según ella, “muchos de los Estados que están introduciendo prohibiciones contra el aborto también registran las tasas de mortalidad materno-infantil más altas. Y también son los mismos que se han resistido a ampliar el acceso al Obamacare”. La presidenta de PP está convencida de que los intentos de EE UU de avanzar hacia un sistema de salud público durante el mandato de Barack Obama “han sido frustrados por muchos de los actores estatales que ahora están prohibiendo el aborto”.
McGill Johnson no se cansa de denunciar el racismo estructural en la atención sanitaria. “El racismo es una crisis de salud pública. Nos consta que las personas con menos acceso a la prevención o a los recursos para curarse serán las más perjudicadas por estas prohibiciones y restricciones. Ya lo vimos durante la covid, ¿no es cierto? Los trabajadores esenciales, aquellos en primera línea, estaban a la vez, en Estados como el de Texas, quedándose sin el derecho esencial de controlar sus cuerpos. Vemos el efecto en las comunidades de color”.
Un caso concreto, el de una niña de 10 años violada y embarazada en Ohio, obligada a viajar a otro Estado, Indiana, para interrumpir el embarazo, es el símbolo más triste de la irracionalidad de la América pos-Roe. La voz de McGill Johnson se estremece al recordar el episodio. “En su Estado incluso sugirieron que debía ser obligada a quedarse con el bebé. Al plantearse la solución de abortar en Indiana, la historia enseguida degenera: se publica el nombre de la médica, su foto, amenazas como colegiada, todo ello un ejemplo extremo, atroz, de la prohibición. Hasta qué punto la otra parte utiliza la vergüenza, el estigma, las amenazas y el terror para controlar, con un efecto escalofriante para las pacientes, sean jóvenes o adultas. Pero también sobre las personas que brindan atención y que ayudan a través de las fronteras estatales”, penalizadas por legislaciones como la de Texas.
Alexis McGill Johnson es detenida el 30 de junio durante una manifestación en defensa del derecho al aborto ante la sede del Tribunal Supremo, en Washington.Sarah Silbiger (Reuters / Contacto)
Alexis McGill Johnson es una persona bien conectada, con un envidiable don de gentes y gran predicamento en el establishment demócrata (el líder de la mayoría demócrata en el Senado, Chuck Schumer, no se cansa de ensalzar su valía). Ríe abiertamente al preguntarle si recuerda la primera vez que alzó la voz o la mano para reclamar algo. “Sentada a la mesa del comedor”, exclama, “crecí con tres hermanas, así que, si no aprendías a abogar por ti misma, no lograbas lo que querías [risas]. Tuve mucha suerte de que mi madre me llevara a todas partes, aprendiendo sobre las diferencias entre las diferentes comunidades y las injusticias. Pero creo que mi identidad política realmente se forjó en la universidad”.
Hoy, como madre de dos hijas de 10 y 13 años, asegura no ser la que las empodera a ellas, sino al revés. “¡Me empoderan ellas a mí!”, ríe. “Es divertido ver cómo piensan sobre sí mismas y sus propios cuerpos. No me he sentado con cada una de ellas para explicarles la historia del control de nuestros cuerpos, pero veo lo que captan de nuestras conversaciones. Recuerdo que hace unos años, la mayor, al entrar en la secundaria, vio que era tendencia teñirse el cabello de un color diferente, porque usaban uniformes y eso era lo único que podían cambiar. Me dijo: me voy a teñir el pelo de morado. Y yo le dije: oh, no, no, eso en casa no. Pero ella contestó: es mi cuerpo. Así que ganó la discusión, se tiñó el pelo y se fue a la escuela. Creo que, simplemente dando ejemplo y siendo muy claros, ellas sabrán cuál debería ser la respuesta correcta”.
McGill Johnson se reconoce deudora del ejemplo de su abuela y su madre, una mujer hecha a sí misma, “activista contra la desigualdad de las comunidades negras y las mujeres; lo mismo que estoy haciendo yo 50 años después”, y la escritora y premio Nobel de Literatura Toni Morrison, la primera afroamericana que logró el galardón, que le dio clases en Princeton. “De ella aprendí lo que significa centrar tu experiencia como persona negra dentro del marco de la experiencia americana; su trabajo me enseñó a contar la historia desde nuestro punto de vista en contraposición a la forma en que nos la habían enseñado”. Con esos fustes, no dudó en cantar las verdades del barquero al denunciar el racismo congénito de PP, en sus inicios una organización con vínculos con el supremacismo y las teorías eugenésicas. Lo hizo el año pasado en un artículo de opinión publicado en el diario The New York Times.
Como primera afroamericana al frente de PP, fue un gesto valiente, apunta la periodista. “La segunda [sonrisas], pero la segunda en 105 años, ¡no es mucho! [ríe]. Mire, una organización con más de 100 años no puede no haber tenido ningún vínculo con el supremacismo. A medida que construimos nuestro movimiento continuamos creciendo si queremos ser inclusivos. Por eso debemos asegurarnos de que estamos haciendo el trabajo correcto con la lente correcta. Y creo que aquel artículo en realidad pretendía dar un primer paso hacia la responsabilidad y la rendición de cuentas”, añade, sin ocultar el juicio que le merece la labor y el legado de la fundadora de PP, Margaret Sanger: “Hizo daño”. La organización retiró el nombre de Sanger de una de sus clínicas en Nueva York en 2020. “Hay que decirlo. No niego lo que hizo por el acceso al control de la natalidad, en nombre de lo que ahora consideramos feminismo. Pero [su ejemplo] lo empaña, lo complica. Y al denunciarlo nos aseguramos de mirar su legado con la lente correcta”.
Pese al sombrío panorama que los avances ultraconservadores arrojan actualmente en Estados Unidos sobre los derechos civiles, Alexis McGill Johnson se queda con un mensaje de esperanza. Recordando el año de estudios de posgrado que pasó en Colombia, haciendo trabajo de campo con diferentes comunidades, vuelve la mirada a América Latina y al fragor de la marea verde. “Es revolucionario, sí, revolucionario. Hay una conexión tan profunda…, porque no solo es una movilización. Han sido muchas formas de transformar la narrativa, con campañas como Niñas, no madres, para que la gente realmente entienda lo que está en juego. Y estoy maravillada”.
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