Algunas decidimos no ser madres


Este 10 de mayo es Día de las Madres en mi país, y yo soy una de esas que decidió no tener hijos. Hace muchos años, ya ni siquiera recuerdo si hubo alguna epifanía. Solo fue sucediendo. Y bueno, pensará más de uno, pues que cada quien haga de su cuerpo un florero.

¿Por qué tendría que ser un tema público?

No tendría, pero se vuelve público cuando trastocas lógicas de conservación del estado de las cosas.

10 de mayo es Día de las Madres en México. Si usted, querida lectora o querido lector, no lo han vivido en este terruño, hágalo alguna vez. Califica casi de deporte extremo. Cada 10 de mayo, no importa qué día de la semana sea, el país se paraliza más o menos a partir del mediodía. Los mexicanos somos querendones, pero por la madre sentimos devoción. Restaurantes desbordados, comercio apoteósico, publicidad delirante. El 10 de mayo a la madrecita se le celebra en grande porque no tener madre, en estas tierras, no equivale solo a una posible ausencia biológica real, sino que describe también una dolencia esencial de carácter. El que no tiene madre, en esta segunda acepción, no es de confiar y aporrea el apellido más allá de cualquier mínima virtud. Tradúzcase todo esto en tequilas, mariachis y explosiones de sentimientos, y usted tendrá en el 10 de mayo una muestra clara de por qué en México al insulto de “no tener madre” le acompaña el correlato apapachador de “eres a toda madre”. Solo la madre permite en este país que coexistan los que se odian con los chingones y con aquellos que apenas iban pasando, pero están necesitados de pertenecer. O algo así.

Un poco herencia española, un tanto narrativa originaria y un mucho nuestra vocación por el melodrama. O lo que sea, que esto no es ciencia exacta. Ya Coco inmortalizó la fuerza de la chancla materna y ya Andrés Manuel López Obrador enalteció a las madres de familia como las que pueden controlar los ímpetus delictivos de los malosos. Porque madre solo hay una.

Aunque México es más grande que sus estereotipos.

Yo, ya les decía, desde siempre decidí que no iba a tener hijos. No fue un momento dramático ni una determinación biológica. Simplemente decidí que no aunque tal decisión me colocara en el filo de la sentencia de la tía que con mirada en lontananza bendice como única la condición femenina de ser madre. Una decide no tener hijos. Y ya. No pasa nada. Aunque se enoje la tía.

¿Por qué tendría que ser un tema público?

No tendría, pero se vuelve público cuando trastocas narrativas dominantes. Por eso, este 10 de mayo sugiero celebrar a las madres en plural: las que lo son por vocación o por decisión, las que lo son a pesar de todo, las que lo son por adopción, las que lo hacen porque les tocó. Celebrar desde a las madres que buscan a diario a sus desaparecidos, entre escombros y bajo el sol, rascando y rasgando la tierra. Las madres que cuidan a propios y extraños. Las madres que se quedaron solas y aquellas a las que abraza una amplia red de apoyo. Las madres que deciden seguir trabajando y a las que les parte el corazón dejar a los pequeños que apenas despuntan en sus exigencias afectivas. Que a veces son las mismas. Las madres que buscan formar generaciones más solidarias. Y sí, a las madres que no quieren serlo y a aquellas que se han arrepentido. El drama humano es amplio y diverso, el corazón debe serlo también.

¿Queremos entender cómo se transforman las sociedades? Echemos ojo a cómo evoluciona el concepto de maternidad y su concreción. Y revisemos qué estereotipos tenemos que deconstruir.

Ahora, si andan por estas tierras, les invito un tequila. Que madre solo hay una. Y si no hay, nos la inventamos. Y si no lo fuimos, lo abrazamos. Porque dicen que en México somos, unos más y otros menos, a toda madre.


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