¿Allí también os matan?


Hay novelas que parecen escritas antes de que ocurran, como si el reloj corriera en sentido inverso, y, cuando ocurren, nos atraviesan más vivamente aún de la mano de los sucesos que han inmortalizado sin querer. El crimen de Fátima Cecilia Aldriguett Antón, la niña de siete años cuyo asesinato ha conmocionado México, me pilla leyendo Casas vacías, un libro increíblemente bello articulado en torno a dos madres: la que sufre la desaparición de su hijo y la que lo ha secuestrado. Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982) ha enfrentado dos voces paralelas que se ignoran entre sí y que solo los lectores contemplamos como espejos inversos y deformes de una realidad poliédrica.

“¿Allí también os matan?”, pregunta la suegra española a la protagonista mexicana cuando el niño aún es un proyecto.

La respuesta es: sí. Matan a diez mujeres al día y los feminicidios no solo han crecido imparables en una década sino que se han disparado en el último año, según diversos recuentos. El presidente, sin embargo, culpó al neoliberalismo y la corrupción como si tal cosa y lo hizo en una especie de sermón de tinte aspiracional, como si no fuera él quien tuviera las riendas del país.

López Obrador abrió además la herida de las culpas, esa mortaja más pesada que la muerte, ese condimento podrido que agría para siempre la vida de quien ha sufrido una desaparición. El presidente apeló a fortalecer los valores de la familia como la “principal institución de la seguridad en nuestro país”. “Los afectos y la atención a todos los miembros de la familia resulta fundamental”, dijo. “No solo de pan vive el hombre”.

Pero Fátima no murió por culpa de su familia, ni del neoliberalismo, sino de sus asesinos y, en todo caso, de su impunidad.

“Se hablaba de sangre, de asesinatos, de cifras, pero nadie hablaba de nosotras”, escribió premonitoriamente Navarro en Casas vacías (Sexto Piso). “Nuestros hijos desaparecían al doble: una vez físicamente; otra, con la indolencia de los demás”.

Indolencia. Culpa. Burocracia de desaparición. Maternidad interruptus. Maternidad abortada. Es lo que ha pintado Navarro.

Y la conciencia de que perder al hijo no es poner fin a la maternidad, sino empezar a arrastrarse por una forma indeseada, impuesta, culpable, truncada, irresponsable de maternidad que te estigmatizará para siempre ante ti y ante los demás. “Ella será recordada como víctima, yo como victimaria”. Porque “de todos es sabido que una madre es responsable del ser que alimentó en sus entrañas”.

Como siempre, solo la literatura nos salva.


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