Allyson Felix, 11 medallas y mucho poder

La medallitis es la enfermedad infantil del olimpismo. La propagan los estados, que quieren hacer creer que el ránking deportivo es el ránking de calidad de vida, juventud sana y alegre; la acelera la prensa porque la cuenta de medallas facilita el trabajo y el juicio, bien, mal, regular, que pase el siguiente, y hace de la vida un infierno para los deportistas, para quien se obliga a subir al podio, para quien queda cuarto y llora.

Algunos, sin embargo, le dan la vuelta a la medalla y convierten el vicio en virtud, y el éxito contabilizado como número de medallas en método para que su voz sea oída, respetada, ayude a transformar la sociedad, y así, Allyson Felix, la atleta estadounidense que lidera hacia la victoria en el 4×400 a una estrofa, una cuarteta de mujeres poderosas, como ella, como Sydney McLaughlin, la campeona olímpica y plusmarquista mundial de 400m vallas, como Athing Mu, la jovencísima, 18 años, y magnífica campeona olímpica de 800m, como Dalilah Muhammad, campeona olímpica de 400m vallas en Río 16 y subcampeona en Tokio.

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“La primera fue hace mucho, mucho tiempo, cuando todo era nuevo para mí”, dice Felix, de 35 años, quien consigue su undécima medalla olímpica, la séptima de oro, dos individuales y cinco en relevos, tres de plata, una de bronce, en una serie que comenzó en Atenas 2004, y ya es la segunda persona con más distinciones en la historia del atletismo olímpico, detrás del mediofondista y fondista finlandés Paavo Nurmi, ganador de 12 medallas en los años 20. “Esta última es diferente, pero en el buen sentido. Ha sido una gozada correr junto a estas mujeres tan extraordinarias”.

Tan extraordinarias, reconoce el mundo, que ya se ganan el superlativo de Dream Team. “Qué honor correr con estas mujeres”, dice McLaughlin, de 22 años, la líder de las jóvenes que relevan a la generación de Felix. “Son un ejemplo para mí, y es hermoso pensar que ahora mismo nosotras somos un ejemplo para otras chicas que querrán ser como nosotras”.

La carrera (primeras, Estados Unidos, 3m 16,85s; segundas, Polonia, 3m 20,53s; terceras, Jamaica, 3m 21,24s) es un acto de afirmación de su calidad técnica, de la hermosura atletismo, de su velocidad, y de su voz, que suena más fuerte en el estadio que el concierto de piano de Chaikovski en honor de la campeona de salto de altura, la atleta del equipo POC, o sea, Rusia, Mariya Lasitskene (2,04m, por delante de la australiana Nicola McDermott, quien entre salto y salto anota en su cuaderno el juicio técnico que le merece su prestación, y de la campeona del mundo, la ucraniana Yaroslava Mahuchikh), y la música del romántico de San Petersburgo recuerda la farsa de la suspensión olímpica de Rusia por dopaje, de la misma manera que las notas del himno de Italia en la ceremonia del relevo del 4×100, el que ganaron el campeón Marcell Jacobs y sus amigos Patta, Desalu y Tortu), recuerdan que la velocidad masculina de Estados Unidos (y también las demás pruebas de pista) ha sido un espejismo del que solo se ha salido mínimamente con la victoria del relevo largo –2m 55,70s, Cherry, Norman, Deadmon y Benjamin—por delante de los Países Bajos de Bonevacia y la Botsuana del gran Isaac Makwala, autor de una primera posta en 43,80s, un tiempo con el que habría ganado el oro individual en 400m, lo nunca visto en un relevo.

Rai Benjamin queda de segundo, tras Karsten Warholm, que estableció un nuevo récord mundial en la final de los 400m vallas.
Rai Benjamin queda de segundo, tras Karsten Warholm, que estableció un nuevo récord mundial en la final de los 400m vallas. Charlie Riedel / AP

Mientras que las mujeres atletas de Estados Unidos consiguieron cinco victorias, sus atletas solo hicieron sonar dos veces el himno, una para el extraordinario lanzador de peso Ryan Crouser, otra para el relevo. La tragedia de su velocidad alcanzó su clímax con la eliminación el jueves de su relevo corto en las series, un hecho inaudito que despertó la hilaridad triste de Carl Lewis, el más grande su país, quien se burló de sus herederos vía Twitter. Ausentes el viejo Justin Gatlin, ya incapaz de correr muy rápido, y el joven Christian Coleman, el heredero designado, por mentir en sus localizaciones para los controles antidopaje, la velocidad del principal país productor de sprinters quedó confiada al Trayvon Bromell que regresaba tras largos meses de recuperación de una rotura de tendón de Aquiles. Y no funcionó como no funcionó ninguna de sus estrellas –Rai Benjamin, reducido por Karsten Warholm en el 400m vallas; Noah Lyles, derrotado en el 200m por el canadiense De Grasse, ni Michael Norman, fuera del caribeño podio de 400m: Gardiner, Zambrano, James; ni siquiera el favorito de los 110m vallas, Grant Holloway, que cayó ante el veterano jamaicano Parchment—que tanta expectación habían despertado por sus extraordinarias marcas en los trials, hace poco más de un mes.

Solo las mujeres estuvieron a la altura, aunque no tanta como la reina de los Juegos, la tan callada niña de Banana Ground, Elaine Thompson, triple medallista de oro (100m, 200m, relevo corto) ni como la estajanovista neerlandesa Sifan Hassan, una medalla de plata (1.500m) y dos de oro, 5.000m y, el sábado, 10.000m, donde demolió a la plusmarquista mundial, la etíope Letesenbet Gidey, con unos 100 metros finales en 13,6s, justamente el mismo tiempo que invirtió Jakob Ingebritsen en sus últimos 100 metros del 1.500m.

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