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Amargura y contradicciones de quien formó parte de ETA

Tres encapuchados de ETA leen un comunicado en el que anuncian un alto el fuego “permanente, general y verificable”, el 10 de enero de 2011.
Tres encapuchados de ETA leen un comunicado en el que anuncian un alto el fuego “permanente, general y verificable”, el 10 de enero de 2011.

Al anunciar la disolución de ETA, el 3 de mayo de 2018, Josu Urrutikoetxea (Josu Ternera) resaltó como legado de la organización terrorista la supervivencia de Euskadi como “pueblo vivo” y la introducción en el debate político del derecho a la autodeterminación, e instó a sus exmilitantes a lograr su reconocimiento legal. Trataba, con ese último discurso, de aminorar la derrota militar de una organización que, tras seis décadas de terrorismo, se retiraba sin lograr sus objetivos políticos: el derecho de autodeterminación para Euskal Herria y la unión de Euskadi y Navarra. Curiosamente, los nueve exmilitantes de ETA que han entrevistado Jerónimo Ríos y Egoitz Gago en su libro La lucha hablada. Conversaciones con ETA (Editorial Altamarea) mantienen la pauta marcada por el histórico dirigente etarra.

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El libro de Ríos y Gago descubre la evolución de ETA, de la sociedad vasca y sus contradicciones, desde la mirada de un grupo singular de nueve militantes etarras —dos mujeres entre ellos— que han cumplido entre 20 y 30 años de cárcel. Para encontrar un precedente de algo así hay que remontarse al texto de Miren Alcedo Militar en ETA, publicado en 1996. Ríos y Gago aportan una mirada inédita, la del final del terrorismo.

La primera sorpresa es que ningún entrevistado se arrepiente de haber pertenecido a ETA ni de haber practicado el terrorismo. También se percibe que su testimonio de firmeza es impostado porque refleja amargura, desconcierto y contradicciones. “La lucha armada no ha logrado los objetivos que perseguía, pero sin ETA no seríamos lo que somos”, señala un entrevistado. Añade otro: “Después de que hayamos perdido, sigo pensando que intentar la lucha armada mereció la pena”. “No hemos logrado ni la autodeterminación ni la territorialidad, pero tampoco fue un fracaso”, culmina un tercero. Los testimonios revelan que es duro para quien ha pasado 20 años o más en la cárcel reconocer que su militancia no sirvió, que asesinó por una causa artificial, ajena a los problemas reales de la sociedad. De ahí que la proporción de etarras arrepentidos sea minoritaria en el colectivo de expresos y que incurran en contradicciones. Alcanzan su plenitud en la confesión de un exetarra: “ETA fue derrotada, pero dio sentido a mi vida”.

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Ríos, que en un trabajo previo sobre Colombia había entrevistado a miembros de la guerrilla colombiana de las FARC, admitió, con Gago, que los exetarras entrevistados no dieran sus nombres para facilitar sus confesiones (algunos tienen causas pendientes) y para que se expresaran con mayor libertad. Cada entrevista se alargó varias horas.

Los exetarras admiten la derrota militar al disolverse sin lograr sus objetivos. Pero mantienen la validez pasada del terrorismo con justificaciones forzadas como la supervivencia de Euskadi, el fortalecimiento del euskera o el freno al nacionalismo español. “ETA ha permitido que este país no desaparezca; ha servido para mantener el conflicto político que no empieza con el franquismo y ha conseguido que este pueblo siga vivo”, resume uno.

La justificación del terrorismo por la supervivencia de Euskadi es una idea heredada del fundador del PNV, Sabino Arana, que temía que esta desapareciera debido a la inmigración. Más sofisticados parecen algunos testimonios que atribuyen a ETA haber introducido en el debate político el derecho de autodeterminación, algo que también reivindica el PNV sin haber practicado el terrorismo. Otro, patético en mi opinión, atribuye a ETA que la izquierda abertzale pasara de tercera a segunda fuerza política en las elecciones autonómicas—precisamente era tercera fuerza cuando ETA estaba activa—.

Los exetarras son unánimes en considerarse abertzales antes que socialistas y anteponen el derecho a decidir a su pretendido izquierdismo. “Yo soy socialista, pero antes independentista”, resume un entrevistado en el libro. También reconocen que el terrorismo debía haber cesado antes. “La mayoría de la militancia te diremos que tuvo que haberse terminado cuando percibimos la pérdida de apoyo social”, señala otro. Bastantes sitúan esta pérdida de apoyo en las movilizaciones de Gesto por la Paz de mediados los años noventa, y son unánimes en considerar que la matanza yihadista del 11-M de 2004 en Madrid, con casi 200 víctimas, significó la puntilla para el terrorismo etarra.

Arnaldo Otegi apuntaba en el documental El fin de ETA (2016) que el terrorismo debió cesar antes sin precisar mucho, aunque apuntó a la entrada de España en la Comunidad Europea en 1985. Es decir, 25 años antes. Es en este punto donde los expresos etarras son más críticos. Alguno denuncia la “perplejidad” que le provocó el atentado etarra de Barajas, que rompió la tregua de 2006, y critica a las últimas direcciones de ETA por no consultar y perder contacto con la calle.

Los exetarras señalan, con amargura, que la sociedad que se encontraron al salir de prisión ha empeorado: “Hay menos conciencia de clase, más individualismo y mucha menos capacidad movilizadora”, dice uno. También coinciden en que ingresaron en ETA en los años ochenta o noventa motivados por la represión en Euskadi, lo que revela la endogamia del mundo abertzale: entonces, la sociedad vasca vivía en democracia y con autogobierno. Elevaban a categoría de represión generalizada actos aislados de guerra sucia (terminó en 1987) y de abusos policiales.

Además de endogamia, los testimonios revelan disciplina: asumen unánimemente que el ciclo de ETA ha terminado. Una disciplina que se reveló cuando surgió un grupo disidente tras el cese del terrorismo, que quemó autobuses en Leioa y Derio. Bastó el rechazo de Sortu y que los autores de los desmanes fueran avisados para que cesaran. Sortu, por cierto, consiguió que la mayoría de sus presos boicotearan la Vía Nanclares (proyecto de reinserción que pasa por el rechazo y el repudio de la violencia de ETA), pese a que en ella participaban referentes como José Luis Álvarez Txelis y Joseba Urrusolo. El Gobierno de Rajoy, finalizado el terrorismo, tampoco hizo nada por estimular la vía de reinserción.

Los testimonios recogidos en el libro contrastan con la posición de los exetarras acogidos a la reinserción, críticos con la dirección de ETA por la prolongación de la violencia y por su radicalidad artificial. La reinserción les ha conducido a una reflexión ética de rechazo al terrorismo, les ha reconciliado con la mayoría social que reclama una memoria crítica del pasado. Una tarea pendiente para parte importante del colectivo exetarra, sometido a la amargura y desconcierto de sus contradicciones.

Luis R. Aizpeolea es periodista especializado en terrorismo. Ha escrito, entre otros, los libros ‘Los entresijos del final de ETA’ y ‘ETA. Del cese del terrorismo a la disolución’. También es autor del prólogo de ‘La lucha hablada. Conversaciones con ETA’, de Jerónimo Ríos y Egoitz Gago, publicado por la Editorial Altamarea.

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