Ana Luísa Amaral: “Mi poesía es un vehículo de resistencia frente a la barbarie”

La escritora Ana Luísa Amaral, en su vivienda en Matosinhos a las afueras de Porto (Portugal).
La escritora Ana Luísa Amaral, en su vivienda en Matosinhos a las afueras de Porto (Portugal).ÓSCAR CORRAL

Ana Luísa Amaral (Lisboa, 65 años) lee sus versos con una voz que sale del centro de la Tierra. Tiene un móvil de segunda mano y una perra llamada Emily Dickinson. Es adicta a los chicles de nicotina, como antes lo fue al tabaco. Puede encontrar la poesía en una cebolla, un merendero cutre de Londres o los “sin nombre” que surcan el Mediterráneo. Un día, en París, aterrizó un insecto sobre su cuaderno. La escritora lo aplastó sin pensar. Y en cuanto pensó, se dijo: “He asesinado a un mosquito”. Se convirtió en el primer verso de Matar es fácil, uno de los poemas del libro What’s in a Name (Sexto Piso, traducción de Paula Abramo), donde también homenajea a la vecina que perdió a su hijo en un accidente: “Y yo hay unos días en los que pienso /cómo hace ella para ver el sol”. Gracias a esos versos que nacen “siempre urgentes”, hablen del miedo a volar o de las agujas de los pinos, Amaral se convirtió en mayo en el cuarto autor de lengua portuguesa (y la séptima mujer) que gana el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana desde que se creó hace 30 años.

“Yo escribo lo que siento, escribo porque necesito escribir, como necesito comer o leer, una necesidad casi física”, cuenta Amaral una mañana de septiembre, poco antes de viajar a la Feria del Libro de Madrid, durante una conversación que va del español al portugués, y viceversa, en su casa de Leça da Palmeira, la misma localidad de la costa norte de Portugal donde el arquitecto Álvaro Siza proyectó sus Piscinas das Marés (Mareas). En 2006 esas piscinas se convirtieron en monumento nacional, pero se habían inaugurado en 1966, el año en que Ana Luísa Amaral se instaló en Leça da Palmeira con sus padres, un empresario frustrado por no ser pianista y un ama de casa frustrada por no ser empresaria. Tenía nueve años y dejaba atrás Sintra y Lisboa. Se moría de nostalgia y soledad. “Amanecía con la almohada llena de lágrimas, tenía tantas saudades. Detesté el norte”, evoca.

La escritora Ana Luísa Amaral.
La escritora Ana Luísa Amaral.ÓSCAR CORRAL

La añoranza se disparó debido al acoso escolar que soportó durante seis años. Sus compañeras llegaron a adaptar un juego popular y lo convirtieron en “Mata a la lisboeta”. No tenía amigas, tampoco hermanos. Se protegió con lo que tenía a mano: la poesía (su madre aún conserva su primer poema, Otoño, escrito a los cinco años) y la religión. “Me ayudaron mucho las monjas españolas del colegio porque sentía que eran también extranjeras como yo. Ellas pensaban que Franco era un héroe y que los republicanos eran horribles, pero en ese momento las monjas y la religión fue el refugio que tuve. Yo nunca conté en casa lo que me ocurría en la escuela porque tenía miedo a lo que podría pasar”.

La niña Amaral fantaseaba con los hábitos. “Estuve casi casi a punto de ingresar en el convento, para horror de mi madre”, rememora. Visitas al santuario de Fátima, misas diarias y poemas a Dios. “Todo formaba parte de un paquete teñido por la fantasía y el lirismo. Vi una película de Ingrid Bergman, Las campanas de Santa María (1945), y me parecía extraordinario hacerme monja”, recuerda. La religión desapareció cuando entró en escena la filosofía en el liceo de secundaria. “Yo soy espiritual, no sé si creo o no, a veces sí, a veces no, pero no creo en la religión institucionalizada”. Quedó la poesía, una voz transgresora y transparente, capaz de conectar lo trivial con lo clásico y de remover estereotipos y márgenes. Ulises y castañas. Tiendas de abrigos y el hilo de Ariadna. Pessoa y la muerte del padre. La reivindicación de los marginados por el canon como hace en Ágora, donde escribe sobre lo que nunca se escribió a partir de pinturas bíblicas.

La poeta, en 1969.
La poeta, en 1969.

Hace una parada para leer uno de esos textos, La mujer adúltera, y concluye: “Cuando se dice que no hay necesidad de feminismo, ¡como si no hubiese violencia doméstica o diferentes salarios para las mujeres! Yo querría no tener que preocuparme con esas cosas y dedicarme solo a la poesía abstractamente, pero la poesía no es abstracta, el arte no es abstracto. Está hecha por los humanos, pertenece al mundo y está contaminada por todo lo que hay: la bondad, la generosidad, y también la crueldad y la barbarie. Yo tengo obligación de alguna forma, no quiero decir de hacer una poesía comprometida, pero es natural que mi poesía pueda ser un vehículo de resistencia contra la barbarie. En eso yo creo. La poesía nos mueve y nos conmueve, nos toca y puede hacernos mover y protestar. Por alguna razón las revoluciones tienen canciones de protesta y los poetas son presos en las dictaduras”.

La escritora recuerda la grisura del régimen de Oliveira Salazar y Marcelo Caetano, que duró 48 años. Mientras las sociedades occidentales se sumergían en luchas por los derechos políticos y cívicos, Salazar presumía de que Portugal seguía “orgullosamente solo”. “Era un país muy atrasado, con un nivel altísimo de analfabetismo. Yo pienso que el franquismo tal vez haya sido más abiertamente violento, lo nuestro era más subterráneo. Era una forma mezquina de organizar el mundo, había una expresión común, “parece mal”, para todo. Si eras comunista, te encarcelaban, pero lo más terrible era esta forma de control ideológico que entraba por cosas tan simples como los ejercicios de aritmética que estudiábamos”.

Ahora Amaral, que apoya el Bloco de Esquerda, asiste con temor al avance global de extremismos ideológicos, que ella identifica con el neoliberalismo sin complejos, el fanatismo religioso y la extrema derecha. “En Portugal tengo miedo de que CDS [derecha democristiana] y PSD [centroderecha] se coaliguen y gobiernen con Chega [ultraderecha]. Hubo un momento en que pensé que las conquistas eran irreversibles, hoy desafortunadamente no lo pienso, y esto es muy triste”. Y añade: “¿Qué tienen partidos como Chega o Vox para ofrecer a la sociedad que no sea odio? Tenemos un neoliberalismo donde el dinero solo genera dinero y unos extremismos donde el odio solo genera odio”.

La entrevista tiene lugar un día antes de que la poeta vuele a Berlín, su primer viaje desde que irrumpió el coronavirus en 2020 y se frenó en seco la movilidad. Este otoño visitará en cuatro ocasiones España (Madrid, Salamanca, Pontevedra y Cartagena), donde el interés por su obra se ha disparado tras el premio Reina Sofía. De los 16 libros que ha publicado desde que se estrenó en 1990 con Minha Senhora de Quê, solo se han traducido Oscuro (Olifante, 2016) y What’s in a Name, elegido por los libreros madrileños como el mejor poemario de 2020. Su nuevo título, Mundo, saldrá esta primavera con Sexto Piso. Tampoco se pueden encontrar versiones en castellano de sus libros infantiles ni de ensayos en los que aborda cuestiones palpitantes como la pugna entre la ortodoxia feminista y las teorías queer que rechazan la categorización por género y orientación sexual. Cuando se le pregunta de qué lado está, recurre a la respuesta que dio Einstein ante la cuestión de si odiaba a los alemanes. “Él dijo que nunca odiaba en plural. Mi posición es que las dos son necesarias. En Afganistán, en este momento, se necesita un feminismo de los setenta que habla de los derechos más básicos de las mujeres. Tenemos que pensar en políticas de localización, por ejemplo en el tema de la prostitución que divide el feminismo. No puedo reflexionar sobre Ámsterdam de la misma forma que sobre Tailandia, donde una niña de seis años es vendida por su familia a un viejo. Es un derecho de las mujeres cuando es un derecho, pero es una forma de opresión cuando es una forma de opresión. Creo que el feminismo no amenaza la teoría queer, que intenta dar voz a aquellos que no tenían voz y que es necesario en una sociedad donde las mujeres ya tienen derechos. Por tanto, el feminismo y la teoría queer se complementan. No los veo nada antagónicos”, reflexiona Amaral, que fue pionera de los estudios feministas en Portugal desde la Universidad de Oporto y como investigadora del Instituto de Literatura Comparada Margarida Losa.

ÓSCAR CORRAL

La escritora se mueve a gusto en la periferia, intelectual o geográfica, a pesar del precio. Es uno de los autores portugueses más internacionales (traducida en 14 países) y, sin embargo, no es fácil encontrar sus obras en las librerías de Lisboa por falta de reediciones. Cuando ganó el premio Reina Sofía fue tan llamativa la mínima repercusión mediática que recibió inicialmente en Portugal que Isabel Pires de Lima, exministra de Cultura y catedrática de Literatura Portuguesa, escribió en el diario Público un indignado artículo contra aquel silencio. “Un silencio que tengo dificultad en identificar si es dictado por la ignorancia, el menosprecio, la envidia o la discriminación”, reprochó.

“No vivo en Lisboa y eso lo cambia todo”, dice por su parte la poeta. “Hace dos años vendí un apartamento pequeño que tenía junto al mercado de Campo de Ourique. Tengo grandes amigos, pero no soy de Lisboa y… tampoco soy de Oporto. Siempre me sentí ente dos ríos”. Esa identidad fronteriza, a caballo entre dos mundos, inspiró el libro Entre Dois Rios e Outras Noites, publicado en 2007 y marcado por la pérdida de su padre.

Poesía del exceso. El libro que saldrá este año en el Reino Unido sobre su obra antepone esa cualidad: The Most Perfect Excess: The Works of Ana Luísa Amaral. Ella nunca hace cosas a medias. Descubrió a Emily Dickinson y se convirtió en una de sus grandes especialistas. Leyó La mujer eunuco, de Germaine Greer, y se afanó en impulsar los estudios feministas en Portugal. A los poetas que ama, los traduce. Una vez a la semana esparce su adoración por la poesía en la radio pública portuguesa y a veces en el teatro. “Si no hay pasión”, proclama, “la vida no vale la pena”.

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