En una escena de Call Me By Your Name (2017), de Luca Guadagnino, la madre de la familia protagonista lee a sus hijos –que hablan entre sí en italiano e inglés– un relato contenido en una traducción alemana del compendio renacentista Heptamerón de Margarita de Angulema. Ese multilingüismo cosmopolita y extremadamente culto es uno de los ingredientes que convierten la película en una fábula extravagante, casi utópica. Y, sin embargo, en la recientemente traducida Lejos de Egipto (Libros del Asteroide), André Aciman, el autor de la novela en que está basada la película de Guadagnino, recuerda una infancia exactamente así, de un niño que hablaba en francés con sus padres, en italiano con sus amigos, en ladino –español sefardí– con sus abuelas y en árabe con los empleados domésticos. Un mundo decadente, el de la Alejandría de los años cincuenta y sesenta donde transcurrieron sus primeros años de vida, y que trasladó al que fue su primer libro.
Aunque Lejos de Egipto llega en 2021 al público hispanohablante, su edición en inglés no ha dejado de reimprimirse desde 1994. “Cuando empecé, mi idea era escribir sobre una familia muy loca, pero lo cierto es que ya mi definición de familia es bastante extravagante”, recuerda Aciman por videoconferencia. “No creo que haya familias cuerdas, ni que las haya habido. Muchas familias simulan ser normales, pero no lo son. Además, a medida que escribía pensé que podía dar una visión interesante de la infancia de un chico judío en Egipto, un país que estaba volviéndose violentamente antisemita en las calles, en los hogares y, por supuesto, en las aulas”.
En Lejos de Egipto, la historia de esta familia de judíos italianos que viven en Alejandría y que se ven obligados a abandonar Egipto en los años sesenta está contada sin tintes políticos pero con un pulso cotidiano y costumbrista. Sus personajes son novelescos, pero reales: dos abuelas cuyo nieto denomina, respectivamente, como “la santa” y “la princesa”, un tío abuelo fascista que acaba trabajando como espía para los británicos durante la Segunda Guerra Mundial, un abuelo que no esconde su doble vida o una madre con problemas de audición que emplea a su hijo, el narrador del libro, como intérprete.
Cuando la publicó, a mediados de los noventa, Aciman ya vivía en Nueva York, y su visión de los hechos no gustó a todos los protagonistas por igual. “Mi padre, por ejemplo, me dijo que había hecho lo correcto, y que él era tal y como yo lo había retratado. A mi madre le dio igual y nunca lo leyó. Su hermana, sin embargo, me reprochó que escribiera que mi madre estaba sorda, casi como si me avergonzara de ello. A otro pariente no le gustó cómo había retratado a su padre, y dijo que iba a denunciarme. Le respondí que por favor lo hiciera, porque sería una publicidad estupenda”, recuerda Aciman. “Pero en general nadie protestó demasiado. Yo tampoco me inhibí al escribir. Conté las cosas buenas y malas tal y como habían sucedido, sin tapar nada ni hacer parecer a mi familia más cordial o sofisticada de lo que era. Me crie en una familia muy dura, con muchas ambiciones y muchas pretensiones. También con cierto esnobismo, y el esnobismo siempre es cómico. Así que fui lo más literal que pude. En Estados Unidos, en las últimas décadas se han publicado muchas memorias familiares de Oriente Próximo, y la mayoría están edulcoradas. La mía no. Yo quise retratar a mi familia tal y como era”.
Aciman se educó en francés pero escribe en inglés. Es uno de los choques culturales que se intuyen en un libro en el que la cuestión de la identidad judía es una suerte de bajo continuo: tarda en aflorar de manera explícita a la superficie del texto, pero es fundamental para entender su contexto. “Nací en Alejandría, donde no había una cultura dominante. Todo el mundo, en mi día a día, hablaba francés. El árabe era el lenguaje de la calle. Mis amigos italianos hablaban italiano, mis abuelos y mi padre hablaban ladino, y todas estas lenguas coexistían. Por eso no sé cuál es mi lengua verdadera. Siempre estaba flotando. Para mí eso es importante, no ser leal a una sola cultura. Ni siquiera tengo una nacionalidad de verdad. Ni religión. La mitad de mi familia es católica. Nada es estable: ni la nacionalidad, ni la religión, ni en ocasiones la sexualidad. Todo fluye”.
Sin embargo, le planteamos, el mundo de hoy no es el mismo de 1994, cuando Lejos de Egipto vio la luz por primera vez. En el clima actual, las cuestiones relativas a la identidad, las raíces, la nacionalidad y la propia cultura se examinan bajo una luz distinta. Un libro como este, que refleja lo que muchos considerarían una sociedad colonial, plantea retos y puntos sensibles. “Lo que intenté hacer fue mostrar un mundo que pertenecía a la era colonial, pero donde los no colonos se consideraban como tales”, responde Aciman. “En aquella época Egipto ya no era una colonia, pero estaba bajo influencia otomana. Los otomanos se consideraban europeos, y también los dueños de Oriente Medio. Eran muy arrogantes, y eso está en el libro, por ejemplo, en su modo de tratar a sus sirvientes árabes. Por eso traté de reflejarlo. Yo adoraba a los sirvientes, no porque fuese mejor persona que el resto, sino porque me gustaba estar en la cocina, escuchándoles hablar y decir tacos. Estaba más cómodo en la cocina que con los adultos de mi familia”. El Egipto del que la familia de Aciman huyó fue el de Nasser, que desde 1956 emprendió un proceso de expulsión de los judíos y confiscación de sus propiedades recrudecido especialmente a partir de las guerras con Israel en los años sesenta. Exiliado, el escritor cuenta que regresó hace tres décadas a Egipto y sorprendió a un taxista con su dominio del árabe. “Me preguntó que por qué hablaba árabe, y le dije que yo había nacido allí. Y me preguntó que por qué me había marchado. Le pregunté que si me estaba tomando el pelo: su presidente me había expulsado. No he vuelto. Adoro a la gente, el país, la comida. Es un lugar maravilloso pero no me siento tan seguro allí como para regresar. Me invitan mucho, pero siempre lo rechazo”.
Aciman responde a la entrevista desde su despacho neoyorquino. Aunque Lejos de Egipto supuso su puesta de largo como narrador, medio mundo lo conoce como el autor de Llámame por tu nombre (2007), una historia de amor, de iniciación y de salida del armario cuya fama planetaria se disparó una década después, con la adaptación cinematográfica de Luca Guadagnino y el despegue, catapultado a la fama, de su protagonista, Timothée Chalamet. Aciman, asegura, lleva estupendamente lo de ser “el autor de Call me by your name”. “Lejos de Egipto siempre ha funcionado bien, pero Llámame por tu nombre es otra cosa. Su público es universal. Lo leen jóvenes, viejos, personas de todos los países. Y la película, que además es muy buena, lo cambió todo y lo convirtió en superventas”.
La historia de amor estival entre Elio y Oliver es ya un clásico LGTBI por parte, curiosamente, de un autor cuya obra no se enmarca en el activismo: el propio Aciman, heterosexual, padre de familia con tres hijos, escapa a ese modelo. “Es complicado, pero no tanto como parece”, contesta cuando le preguntamos por esta dimensión política. “Escribes un libro y gusta a mucha gente. Es una historia de amor, sí, pero también es una historia gay, y no quiero omitir esto de ningún modo. Llámame por tu nombre es una historia de amor gay. Por ejemplo, a mucha gente le encanta el discurso del padre, y lo curioso es que mi padre podría haberlo pronunciado perfectamente. La novela ha emocionado a muchas personas LGTBI que ya son mayores y no han podido vivir con libertad. Y también ha emocionado a personas muy jóvenes, que esperan poder vivir como personas LGTBI. Eso es muy importante. A fin de cuentas, es un libro sobre la libertad, y sobre cómo vivir de manera sincera. En ese sentido, di al personaje de Elio padres completamente tolerantes, y eso es raro para mucha gente. El momento de salir del armario es muy difícil, tan difícil que algunas personas nunca llegan a hacerlo. Pero es necesario. Y el libro ha animado a muchas personas a salir del armario con su familia. A su vez, esas personas han recomendado el libro a sus padres, para mostrarles que una historia de amor gay no es tan distinta a lo que ellos mismos han vivido como heterosexuales. Dicho esto, no escribí este libro con un objetivo político. No me interesa la política, y el único valor en el que creo firmemente es la tolerancia. Mi salida del armario consistió en contar que era judío”.
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