Anfield rompe el candado del Villarreal



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El candado del Villarreal reventó en Anfield. Después de lucir hierro en Turín y en Múnich, y tras resistir casi una hora en Liverpool, cuando los nervios parecían traicionar al equipo local al cabo de un asedio vehemente pero estéril, una jugada accidental, un centro de Henderson que rebotó en Estupiñán y se metió en la portería de Rulli, destrozó la fortaleza que había construido Emery durante meses de pacientes inyecciones de hormigón. El gol de Mané, a los dos minutos del primer mazazo, selló un resultado que pudo profundizar la penuria del equipo español, abocado a remontar la eliminatoria en La Cerámica, el martes que viene.

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Alisson, A. Robertson, Trent Alexander-Arnold (Joe Gomez, min. 80), Virgil Van Dijk, Ibrahima Konate, Thiago, Henderson (Naby Keita, min. 71), Fabinho, Mane (Diogo Jota, min. 72), Salah y Luis Díaz (Divock Origi, min. 80)

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Rulli, Estupiñán (Trigueros, min. 71), Pau Torres, Juan Foyth, Albiol, Coquelin (Alfonso Pedraza, min. 56), Parejo (Aurier, min. 71), Capoue, Giovani Lo Celso, Arnaut Danjuma (Alcácer, min. 85) y Chukwueze (Boulaye Dia, min. 71)

Goles 1-0 min. 52: Estupiñán (p.p.). 2-0 min. 54: Mane.

Árbitro Szymon Marciniak

Tarjetas amarillas Virgil Van Dijk (min. 31), Estupiñán (min. 46) y Giovani Lo Celso (min. 61)

El sorteo de campo determinó que el Liverpool atacaría la portería de The Kop. La cuota de la emotividad impulsó al equipo local en el momento que se presentaba como el más delicado del partido y, posiblemente, de la eliminatoria. Sobre plano, la suerte del cruce dependería en gran medida de la finura que demostrase el Liverpool en la primera media hora de carga. Si en esos primeros minutos la presión no alcanzaba su máxima expresión de eficiencia y los jugadores no eran capaces de circular la pelota a la velocidad necesaria para abrir una brecha en el blindaje que soldaban Albiol y Pau Torres, el tiempo comenzaría a operar en contra del equipo de Klopp.

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Obligado a movilizar a sus tres volantes para fabricar tiempo y espacio donde no lo había, el Liverpool descubrió pronto que se atascaba. El necesario vaivén constante de apoyos y pases para que la pelota girase entre los dos ejes de su mediocampo acababa frecuentemente interrumpido por las acciones de sabotaje del rival. Los jugadores se desplazaban frenéticos, pero el balón no rodaba ni veloz ni por las zonas que más incomodaban a la defensa visitante, acoplada en dos líneas de cuatro a las que auxiliaban Chukwueze y Danjuma. Frente a tanto repliegue se imponía el ingenio y la calma para pensar y pasar, pero esto no caracteriza al Liverpool. Alguien dijo que Alexander Arnold juega como si la casa de su vecino estuviera incendiándose. Esa actividad desesperada, que a veces es su gran poder, se vuelve en su contra. El lateral derecho simboliza el espíritu batallador de este equipo magnífico que no destaca por la imaginación ni la claridad de los futbolistas que actúan por detrás de la línea de atacantes. Henderson y Fabinho no rompieron este molde en el comienzo del partido, y como Robertson en el lateral izquierdo no pasa por su mejor momento, toda la gestión del juego recayó en Thiago.

El volante español dirigió al Liverpool con el tiralíneas que tiene en los pies sin alejarse de las inmediaciones de sus centrales. Fuera del estruendo de las trincheras visitantes, Thiago movió a sus compañeros con precisión pero sin la suficiente velocidad para desgastar al pelotón que coordinaba Parejo en el medio. Volcado en campo contrario, el Liverpool dominó sin profundidad. Arreciaron los centros sin sentido. Dos tiros desde fuera del área de Luis Díaz y un disparo a la cruceta de Thiago, también desde fuera del área, fueron la única producción ofensiva, con un ramillete de córners que inflamaron a la tribuna pero no derivaron en paradas de Rulli.

Siguiendo la línea conservadora que le llevó a estas semifinales, Emery seleccionó a los titulares mirando reforzar cualidades atléticas y disciplinarias en perjuicio de claridad y capacidad de sorpresa. Estupiñán por Pedraza y Coquelin por Trigueros fue una apuesta típica de este proceso. La consecuencia, sumada a la baja de Gerard Moreno, fue la pérdida de referencias para salir de la presión del Liverpool. Esto sucedió en numerosas ocasiones porque el Liverpool tuvo dificultades para emparejar marcadores con la línea de medios oponentes y el Villarreal, gracias a la superioridad que hacía con su cuarto centrocampista frente a los tres del rival, siempre gozó de una puerta abierta. Una vía que no aprovechó por la falta de serenidad de sus volantes, demasiado alterados para descubrir soluciones.

El partido discurría por un desierto y el Villarreal comenzaba a solidificar su defensa a costa de la falta de finura del Liverpool, cuando en la segunda mitad se produjo la clase de accidente a la que se exponen los equipos que resuelven vivir encerrados. Vivir sin balón es abrazar un poco más la parte azarosa del fútbol. Las fuerzas aleatorias que se pusieron en marcha pasado el minuto 50, cuando Henderson colgó el enésimo balón a la olla de la noche. La pelota tocó en Estupiñán y se desvió a la portería, entre los guantes de Rulli y el travesaño. El 1-0, más casual que consecuencia de una acción premeditada, levantó de sus asientos a la multitud, que comenzaba a inquietarse, y desconcertó a los resistentes. Apenas transcurrieron otros dos minutos cuando Salah le tiró un caño a Pau Torres y el balón se frenó en el punto exacto al que Rulli no llegaba pero sí Mané. El senegalés atacó el espacio como un rayo y definió con categoría antes de celebrar con la calma de un monje.

Forzado por la calamidad, Emery intentó transformar el perfil de su equipo sobre la marcha. Cambió a Estupiñán, Coquelin y Parejo, y dio entrada a Pedraza, Aurier y a Trigueros. Pero con los partidos lanzados estos cambios rara vez alteran las sinergias de meses de concienciación y adiestramiento. El Villarreal procuró convertirse en aquello que ya no podía ser porque para lograrlo debía contradecir el código de sus éxitos recientes. Los minutos le pesaron como rocas sin que el relevo de jugadores, por más capacitados que estuvieran, lograra salir del encierro. Un solo tiro fue todo lo que ofrecieron en 90 minutos y ni siquiera atinó entre los tres palos que defendía Alisson, portero victorioso y ocioso en la noche que fundió el catenaccio que más asombró a Europa esta temporada.

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