Año de nieves, fiebres, virus y nazis


En 1983, en Madrid, hay dos tremendos accidentes de avión, se suceden los atentados terroristas, gobierna Tierno Galván, campa a sus anchas la heroína y la delincuencia quinqui al tiempo que las heroicas asociaciones de vecinos van perdiendo su influencia. Se expropia la empresa Rumasa, alguna juventud festeja eso que llamamos La Movida y se quema la discoteca Alcalá 20, donde mueren 81 personas. En una ciudad pasan muchas cosas en un año, dentro de la gran historia que queda en los libros o de la microhistoria de cada uno, dependiendo de cómo regulemos el ocular. Pasan casi infinitas cosas, si tenemos en cuenta el nivel atómico y molecular.

El periodista Arturo Lezcano ha rebuscado entre esa infinitud y publicado Madrid, 1983 (Libros del K.O.) donde traza un relato de lo que sucedió aquel año en la capital. Es curioso idear un libro que no cuente un proceso histórico completo, ni una guerra, ni una década, ni un movimiento artístico, ni una vida particular, ni un amor, sino que se especialice en un solo año, en lo que ocurre en una comunidad durante un voltio al Sol.

Sin embargo, los años no son compartimentos estancos y el flujo de la historia los traspasa y los supera, así en el texto de Lezcano se ve cómo 1983 es el producto destilado de muchos años anteriores y, a su vez, un componente ineludible de los años por venir. Cada año, cada día, cada minuto es producto de lo anterior y causa de lo próximo, colector y emisor de la realidad. Pasa con los humanos, somos también un cuello de botella en el devenir del mundo: el producto de 16 tatarabuelos y puede que parte del origen de 16 tataranietos.

Ahora se acaba un año que es fin de muchas cosas y punto de partida de otras. Si Lezcano escribiese el libro Madrid, 2021, a lo que le animo, tendría que hablar, por supuesto, de la pandemia, que nos sigue acompañando con inusual fidelidad, del temporal Filomena, que puso la ciudad de blanco, de una campaña electoral hiperespectacular y algo vergonzosa, de la fiebre del botellón juvenil (y de la terraza adulta), de la también vergonzosa campaña del Ayuntamiento contra los locales vecinales y el centro MediaLab, del emocionante adiós del Almudena Grandes, de la manifestación nazi en Chueca, del drama de las casas de apuestas en los barrios obreros o de la ciudadanía que sobrevive en la Cañada Real sin corriente eléctrica. Volvimos a ver la invasión de las meninas callejeras… y supimos que Madrid fue la región más castigada por el coronavirus.

No sale un buen retrato del año. Podríamos decir que, salvo un giro dramático en los acontecimientos, y teniendo en cuenta que de estos barros vendrán aquellos lodos, 2022 será, probablemente, algo peor. Parafraseando al poeta, con esperanza, sin convencimiento: Feliz año.

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