Apuntes para un guion cinematográfico
CAMIONEROS EN LA CARRETERA
El viaje de dos camioneros en la carretera se desarrolla en un tren monótono, con alguna que otra de las incidencias ruteras de siempre. Los hombres transpiran, detalle muy importante, en primer término porque el verano está presente a lo largo de toda la acción, y, en un plano subjetivo, por el papel que juega lo que podríamos llamar la Amenaza de ese mismo trozo de verano, que es la carga de leña habitada por «alguien» que transportan los individuos. De pronto, la voz de uno de ellos rompe el silencio.
Camionero 1
–¿Me lo vengo preguntando y no encuentro respuesta: ¿A qué tanto combustible bajo un sol que ablanda los sesos?
Camionero 2
–Porque los ricos son así, no te calientes por tan poco, que ya tenemos de sobra, con los cuarenta y nueve del termómetro, viejo…
AMBOS CAMIONEROS
Camionero 1, a un Volkswagen:
–¡Andá a hacerte hervir, cabeza de ropero!
Camionero 2, a un Jeep:
–¿Por qué no vas a manejar autitos al parque de diversiones?…
Y ya no hablaron más por un rato, salvo los dichos brutales lanzados a los conductores de pequeños vehículos que no se arredran ante la primacía del gran transporte, o sobre el tamaño de la víbora atravesada en el camino que seguirá viviendo si no se le pisó la cabeza. Se cuida mutuamente del sueño que produce la raya. Sacan la botella de algo fuerte y beben por turno, contravienen, entretanto, las advertencias camineras como si hubiese que hacer al revés lo aconsejado. De repente, surge a lo lejos una casa de varias chimeneas de imponente aspecto. Los techos de la gran mansión, en distintos planos inclinados, dan la impresión de quebrar el aire, la profusión de chimeneas es capital en el juego de los acontecimientos. Indica no solo opulencia sino previsión: también puede servir como refugio de invierno una casa de veraneo.
Camionero 2
–Ya te lo decía, son ricos y no se les escapa nada. Vendrán también en el invierno y desde ya se están atiborrando de leña seca para las estufas, no sea cosa de dejarse madrugar por nadie, ni siquiera las primeras lluvias del otoño…
Camionero 1
(Sacándose el sudor entre los dedos) –Y a mí no ha dejado de punzarme el hijo de perra durante todo el viaje. Con cada sacudida en los malditos baches, me ha dado la mala espina de que el alacrán aquel que se metió entre las astillas al cargar me elegía como candidato…
Camionero 2
(Brutalmente) –¿Acabarás con el asunto? Para tanto como eso hubiera sido mejor renunciar al viaje cuando lo vimos esconderse entre la leña… Como un trencito de juguete (señala en el aire la marcha sinuosa de un convoy), y capaz de meterse en el túnel del espinazo…
El Camionero 1 se restriega con terror contra el respaldo. Todo su ser parece invadido contra el falso aire desaprensivo del otro.
Camionero 1
–Hubiéramos largado todo al diablo en ese momento.
Camionero 2
–Pero agarramos el trabajo ¿no? Entonces, con alacrán y todo, tendremos que descargar. Y si el bicho nos encaja su podrido veneno, paciencia. Se revienta de eso y no de otra peste cualquiera; costumbre zonza la de andar eligiendo la forma de estirar la de matar hormigas.
CAMIONEROS EN LA MANSIÓN
El conductor aminora la marcha al llegar al cartel indicador con una flecha: Villa Las Thereses. Entrada. Pone el motor en segunda y empieza a subir la rampa de acceso al edificio, metiéndose como una oruga entre dos extensiones de césped tan rapado, tan sin sexo que parece más bien un afiche de turismo. Dos perros enormes salen al aire.
Ladridos insistentes.
Nueva flecha indicadora: Servicio. Más césped sofisticado como de tapicería. Hasta que surge el Mayordomo, seco, elegante y duro con expresión hermética de candado como paro, un arcén de estilo.
Mayordomo
(Señalando como lo haría un director de orquesta hacia los violines) –Por aquí. Voy a traer los canastos.
Los camioneros se miran con toda la inteligencia de sus kilómetros de vida. Uno de los perros ha descubierto algo en la rueda del camión, huele minuciosamente y levantando la pata orina. Justo cuando el segundo perro deja también su pequeño arroyo, que el sol y la tierra se disputan como estados limítrofes, los hombres saltan cada cual por su puerta, encaminándose a la parte posterior del vehículo. Nueva entrada en escena del Mayordomo. Los Camioneros vuelven a entenderse con una mirada. La mirada parece de pronto adquirir la inmensidad emocional de una despedida. Pero eso durará poco. Cuando el Mayordomo entrega los dos grandes cestos, aquellos individuos que han sufrido el uno por el otro ya no están a la vista. Son el par de camioneros vulgares que arrebatan al hombre los cestos de las manos, enviándole miradas irónicas a sus zapatos lustrados, a su pechera blanca. Luego uno de ellos maniobra con la volcadora y el río de troncos empieza a deslizarse, siempre bajo un clima de terror. Alacranes subjetivos se confunden con la visión de las astillas que caen.
MUCAMA Y CAMIONEROS
Escalera de caracol que conduce al subsuelo de la mansión.
(Voz de la Mucama canturreando)… se me escaparon las vacas/ y a cualquiera le acontece…
Comienza el descenso lento de los Camioneros cargados con sendos canastos de leña al hombro.
[Un reloj de carrillón (invisble) da las tres de la tarde].
Aparición de la Mucama en la cocina del subsuelo. Es una mujer que abarca todos los atributos del campo y la humanidad. Su ser profundamente vital se reparte entre oprimir la masa que elabora y mirar la temperatura del horno. El uniforme luce impoluto. La cocina del subsuelo se ve grande y clásica. Tiene en su costado un gran depósito para la leña embutido en la pared.
Mucama
(Viendo llegar a los hombres cargados)
–¿Con qué leña otra vez y en pleno verano todavía? Más y más leña, vamos a morir bajo la madera (ríe en forma desbordante). Bajen y descarguen. Buenas tardes nos dé Dios, muchachos.
El Camionero 1 descarga a todo volumen su canasto de leña, se sacude la ropa con aprensión manifiesta. Luego se enfrenta a la mujer con desparpajo, mirándola desde todos los ángulos.
Camionero 1
–Buenas y podridas tardes de verano, querrá decir. ¿Hay dónde lavarse y tomar algo fresco por aquí?
Mucama
(Siempre riendo con estrépito) –Buenas y podridas… Si lo hubiera sabido decir así esta mañana cuando me vendieron las manzanas para el pastel…
Camionero 1
–¿Por qué?
Mucama
–El cielo nos asista, eran tan lindas por fuera y tan inmundas adentro… Pasen a lavarse, voy a buscar entretanto algo fresco…
La Mucama se encamina, hacia otro ángulo. El Camionero 2 deja caer la leña de su propio canasto en la leñera, revisa sus ropas, se da vuelta los bolsillos.
Camionero 2
–Pero sin manzanas ¿eh?
Vuelve a primer plano la Mucama con una jarra de licuado de frutas en la mano.
Mucama
–Más bien con naranjas y limones, entonces, como esto. (Hesita). Qué raro, nunca se dice de una muchacha que es linda como una naranja o linda como un limón, y sí como una manzana. Para que después suceda lo de mis manzanas de hoy. Y a veces algo peor, se deshacen como polvo en la boca y no bajan por la garganta. (Vuelve a reír jocundamente).
Camioneros 1 y 2 en cuadro y en un aparte se peinan el cabello recién mojado.
Camionero 1 al 2
(A soto voce) –Este loro de cocina se parece a mi abuela: a todas las cosas les encontraba un por ejemplo.
Camionero 2
(Ídem) –Pero que tiene razón en lo que dice de las manzanas, la tiene.
Los individuos se golpean entre sí como retozando. Luego entran en cuadro los tres personajes, mientras la mujer ofrece vasos con el licuado.
Camionero 1
–Mi abuela también tenía siempre razón, y se murió lo mismo en un día de verano como este.
Beben ambos hombres con avidez, se limpian con la mano el jugo que cae por sus comisuras. La Mucama los mira embelesados desde su humanismo elemental.
Mucama
–Eso es, la buena. Samaritana, como repite siempre el señor Günter, y así será, aunque no sé lo que quiere decir.
Camionero 1
–Es que así están mejor las cosas, doña Samaritana, o como se llame. Veníamos sudando miedo por la carretera.
Mucama
–Mi nombre es Marta. ¿Y sudando miedo por qué?
Camionero 2
–Sí, así fue, Marta. Es que a la leña le pueden pasar cosas peores que a las manzanas y a las muchachas. Pero más vale no hablar.
Los dos hombres miran hacia la leñera. Uno de ellos hace cuernos con la mano estirando el índice y el meñique, escupe tres veces, se aprieta los testículos. Entra en cuadro la Mucama que, al ver todo eso, se persigna.
Camionero 1
–Y ahora vamos por más y jodida leña. ¿Pero por qué se hace esas cruces?
Mucama
–Diablo ha de haber si hay conjuro… Así lo decía también mi abuela. Mejor eso que echar sal por encima del hombro izquierdo. El Diablo tiene más miedo a la cruz (ríe como siempre).
Camionero 2
–Ufa, se levantaron hoy todas las abuelas de la tumba.
Los hombres salen silbando con los canastos vacíos al hombro. La mujer vuelve a persignarse, revisa la temperatura del horno y comienza a arreglar los leños con una horquilla de jardín. A continuación, secuencia de leños que caen llenan la siguiente escena con estrépito. Ello sustituye las nuevas remesas al subsuelo. En un momento dado la mujer vuelve a entrar en cuadro, se limpia las manos enharinadas en el delantal, coloca más leños dispersos en su sitio. La cocina, retorna a su aspecto pulcro de un principio. Escalera de caracol.
Voz de la Mucama canturreando;
… Se me escaparon las vacas/ y a cualquiera le acontece/ mi novio me abandonó/ y todo en un martes trece…
[…]
Armonía Somers.Cuentos completos
Páginas de Espuma, 2021.
656 páginas, 29 euros.
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