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Arte y turismo: del ‘vedutismo’ al apocalipsis



El confinamiento y el ocio larvado han resultado ser el fin del mundo del turismo de masas y la mariposa de las ciudades y el paisaje natural. La aceleración provocada por la pandemia es un brillante logro porque se ha realizado sin una máquina del tiempo, pero a la vez nos obliga a desentrañar el ovillo de los hilos emocionales con el mundo: el sentido de nuestras acciones en el entorno, el miedo, la autocompasión, la solidaridad. Ya nada se parecerá a nada y no habrá que esperar a las próximas generaciones para viajar futurísticamente. Elon Musk, el líder de Tesla, anuncia que en un corto plazo su empresa SpaceX ofertará los vuelos de punta a punta del planeta en 30 minutos al precio de un billete de avión, y viajes gama alta alrededor de la Tierra y a las colonias futuras en Marte. No es un espejismo de salón. La covid-19 es más peligrosa que el tiburón de Amity Island en la película de Spielberg. A nadie se le ocurre hoy planear unas vacaciones en la costa ni experimentar la pesadilla de un crucero familiar: si ya era una película de desastres, ahora nos parece demasiado realista.
Somos turistas virtuales, nos relacionamos mediante ruiditos y sonidos de despegues, TikTok, Zoom, y las visitas a las pinacotecas ya empezaban a ser todo menos reales. Entramos en las pirámides de Egipto armados con un visor de AR (realidad aumentada) para ahorrarnos las iras de Tutankamón, incluso adaptamos la visita a nuestro antojo como hizo Canaletto, un instagramer avant la caméra que modificaba la realidad veneciana para adaptarla a los caprichos de los nobles y burgueses británicos, que adquirían sus vedute, equivalente antiguo y caro de las postales, como souvenir del grand tour por el continente.

Obra de Rogelio López Cuenca (2009).

Podemos incluso hacernos el pasaporte de un país imaginario, en Cataluña, precisamente, sin que la policía nos mida las costillas. Días atrás, se inauguró en Barcelona el consulado de Syldavia, el país que el historietista Hergé dibujó para Tintín y Milú y donde situó la lanzadera del primer cohete a la Luna (Objetivo: La Luna) bastantes años antes que el Apollo 11. El cónsul honorario Enric Reverté (hay muchos más, en Canadá, Bélgica y Francia) recibió a decenas de tintinófilos en su local del barrio de Poblenou para entregarles los salvoconductos lacrados, incluso hubo alguno que solicitó el asilo político. Hergé se había inventado su pequeño país —que situó en la geografía balcánica — en los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial —aparece por primera vez en El cetro de Ottokar (1939) y se habla de otro, Borduria, enemigo dictatorial de Syldavia —, lo que le permitió fantasear con un paraíso idílico libre de la amenaza hitleriana, con su propia historia (ocho siglos), lengua y costumbres. Hasta introdujo unos folletos turísticos patrocinados por la compañía aérea Syldair con fotografías de estética orientalista que le sirven a Tintín para entretener su viaje en tren al Reino del Pelícano Negro. Si el turismo empezó siendo un gran invento, ahora es una ruina total de la que solo se salva Corea del Norte, otro país imaginario. La homeopatía, tan denigrada por la ciencia oficial, ha logrado su mejor efecto publicitario, una pandemia como remedio de otra pandemia.
En las dos últimas décadas, artistas y comisarios han abordado el feísmo de la humanidad ridículamente apretujada en las playas y en los descampados del extrarradio (Martin Parr), analizado el turismo como industria extractiva, carcoma para los museos (el efecto Guggenheim), los mercados (La Boquería, convertida en macrotienda gourmet) y terminales de cruceros (Venecia). También han tratado la sobreabundacia de imágenes (Thomas Struth, Tomás Pizá, Domènec), la explotación urbana y las políticas migratorias (el caso de Málaga en la obra de Rogelio López Cuenca), la muerte por éxito de las ciudades (Muntadas en Protocolli Veneziani, 2013) o su perversión en espectáculo de Apocalipsis, en enclaves como Chernóbil, Nueva Orleans y Fukushima (Pierre Huyghe).

Fotografía de Tamón Masats tomada en Jerez de la Frontera (Cádiz) en 1965.

En España, tres exposiciones bordean el asunto desde un enfoque etnológico. Fueron programadas con anterioridad al parón de estos meses así que inevitablemente tendrá muchas más lecturas. Desde que Joan Miró regaló su sello a Turespaña para publicitar las playas (con un sol de color amarillo, rojo y negro, quién sabe si para casarlo con la enseña alemana) y el lema I Need Spain (1983), no pocos fotógrafos colaboraron con las dinámicas promocionales: Pérez Siquier, Francisco Ontañón, Català-Roca o Ramón Masats, de este último es la exposición en Tabacalera (Visit Spain. 1955-1965) sobre ritos folclóricos que el régimen franquista presentó como tópicos para el visitante extranjero.
Otros eran profesionales de la propaganda, como Josep Planas Montanyà, poseedor del monopolio de la postal turística y propietario de Casa Planas, fundada en Mallorca en 1949. Llegó a tener un helicóptero propio (¡que le alquilaba a la Guardia Civil!) que le servía para tomar imágenes aéreas de la explotación costera y que después se usaron como modelo en las economías emergentes de Asia y América latina. Para Es Baluard, su nieta, la artista Marina Planas, ha compuesto un mosaico de 600 fotografías del archivo (algunas de carácter íntimo o familiar, donde aparecen personajes célebres como Joan Fontaine, Chaplin, Fraga, Mussolini con Franco) con textos e imágenes extraídos de Internet que ilustran la España del desarrollismo. Finalmente, el IVAM aporta un conjunto documental armado por Alicia Fuentes, con carteles, folletos, revistas y fotolibros del levante español publicitado como la “periferia del placer”, donde el turista podía vivir experiencias auténticas en “un edén al sur de Europa” antes de convertirse en lisérgicas con la ruta del bacalao. De ahí a la virtualidad del sofá de casa solo había que dar un paso.
Enfoques bélicos del turismo: todo incluido. Marina Planas. Es Baluard. Palma de Mallorca. Hasta el 27 de septiembre.
De vacaciones en el país de las Hespérides. IVAM. Valencia. Hasta el 30 de agosto.
Visit Spain. 1955–1965. Ramón Masats. Tabacalera. Madrid. PhotoEspaña. Hasta el 12 de octubre.


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