Así es el nuevo distrito cultural de Oporto

Cruzar, mirar y marchar maravillados después. La vista de la Ribeira, el apretujado barrio de pescadores de Oporto, desde el cais (muelle) de Vila Nova de Gaia, al otro lado del Duero, suele poner el broche a toda escapada a la ciudad portuguesa. Bien desde el elevado mirador del Jardim do Morro, junto a la estación del teleférico, hasta cuyos asientos a modo de gradas acuden muchos a despedir el día. Bien a pie de dársena, bajo la herrumbre de 390 metros de altura del puente de Don Luis I —diseñado por Théophile Seyrig—, y después de dos días dedicados a los clásicos reclamos portuenses, ligeros aún de turistas en una soleada mañana de mayo.

Puede uno regocijarse en soledad de la panorámica que corona los doscientos y pico escalones de la Torre de los Clérigos; o del interior de la librería Lello —que inspiró, se dice, a J. K. Rowling—, aunque ni siquiera una pandemia ha disipado la cola ante su puerta. Pasar (casi) inadvertido ante los clásicos azulejos del vestíbulo de la estación de São Bento, la iglesia del Carmo o la capilla de las Almas, y descender las angostas calles de la Ribeira para descubrir recovecos ahora desiertos —como las vertiginosas escaleras del Caminho Novo, a la sombra de un lienzo de la muralla Fernandina, del siglo XIV— hasta toparnos con el río.

Víctima habitual de una especie de veni, vidi, selfi a la carrerilla, Oporto pide ahora más pausa, incluso añadir algún día más al viaje para conocer el World of Wine, es decir, el nuevo polo cultural portuense, que marida vino, gastronomía y moda en el centro histórico de Gaia. Inaugurado en julio de 2020, este complejo de 55.000 metros cuadrados despliega en torno a una plaza de libre acceso seis museos inmersivos, una galería de arte —con obras gráficas de Francis Bacon hasta el 26 de septiembre— y nueve espacios gastro alojados en antiguas bodegas de vino de Oporto rehabilitadas, a las que El Viajero ha sido invitado. “Antes de la pandemia, Oporto vivía un momento glorioso en términos de turismo, pero era un destino de fin de semana, con una media de 2,4 noches de estancia por persona”, explica Adrian ­Bridge, director de WOW. “Surgió así la idea de crear un barrio cultural que ofreciera más contenido y experiencias a la ciudad para incrementar el número de pernoctaciones sin aumentar el número de visitantes, una forma más sostenible de pensar el turismo”.

Konrad Lorenz, etólogo y Nobel de Medicina (1903-1989), dijo: “La primera condición del paisaje es su capacidad de decir casi todo sin una sola palabra”. En este caso, cuesta reprimirla cuando se divisa la panorámica que enmarca la plaza central de WOW, en un irrenunciable juego de palabras con su propio acrónimo. Esta explanada limpia y diáfana otea frente a frente la Ribeira y la Sé (catedral) de Oporto, el puente y su icónico arco de hierro, y, hacia la izquierda, el discurrir del Duero salpicado de rabelos, embarcaciones que antaño trasladaban barricas de los viñedos a las bodegas y hoy transportan turistas. La vista invita a tomarse las cosas con esa calma tan portuguesa; aquí hay mucho que ver.

Para empezar, la meticulosa labor de recuperación de estas naves centenarias, abandonadas cuando la producción viticultora se llevó fuera de las calles de Gaia, estrechas e incómodas. Un proceso de ocho años que ha devuelto el brillo a los entramados de hierro y madera en sus techos, y a las arcadas de piedra, nuevamente lustrosa, que parcelan estos viejos almacenes. “Siempre que los materiales originales se encontraban en buen estado, se han respetado”, explica Ana María Lourenço, responsable de comunicación de WOW. “Otro objetivo era no modificar la distribución y el aspecto del centro histórico de Gaia”, añade Adrian Bridge. “Por eso las nuevas edificaciones están bajo el suelo, lo que requirió un trabajo de ingeniería de precisión para mantener los edificios originales suspendidos sobre pilares mientras excavábamos los pisos inferiores”.

El vino es el hilo conductor de este lugar y se materializa en los 3.500 metros cuadrados y 21 salas que componen The Wine Experience, un museo para todos los públicos y una visión tan amplia que abarca las principales zonas vinícolas portuguesas y sus particularidades. No solo enológicas, también la influencia de este oficio en la arquitectura local, la piedra de sus pavimentos (según el tipo de suelo) y, evidentemente, su gastronomía. Regiones como Dão, Alentejo, Douro, Bairrada o Azores se recorren a lo largo de una calle artificial —creeremos estar a cielo abierto por un instante— que alinea reproducciones de casas y fachadas típicas de cada zona. Antes, se instruye al visitante sobre las condiciones naturales (clima, suelo, agua) que requiere este cultivo —¿sabrían decir entre qué paralelos terrestres se dan estas?—, así como de las fases que requiere la elaboración del vino, en la viña y la bodega. Un recorrido didáctico y visual que incluye desde la disección de una uva gigante colgada del techo hasta un time-lapse que muestra, en cosa de un minuto, cómo cambia el color y el paisaje del viñedo durante un año. La última parte reclama la participación del visitante, quien a partir de interactivos cuestionarios sobre sus preferencias gastronómicas y culturales puede descifrar qué variedad de vino encaja mejor con sus gustos. Y en las salas 19 y 20, previas a la cata final, aprender la diferencia entre sabor y aroma mediante experiencias sencillas pero reveladoras, y sumamente asépticas (algo nada desdeñable en estos tiempos).

No sorprende que aquí se dedique también un museo entero al corcho (Planet Cork) y al cultivo de la corteza del alcornoque, del que Portugal es primer productor mundial. Todo un mundo, y muy divertido, pues se trata del espacio más interactivo del complejo, infalible si se va con niños: podrán calcular su peso en tapones de corcho; demostrar su destreza en un juego que simula una máquina embotelladora, y también aprender sobre la sostenibilidad de esta industria que reaprovecha todo el corcho sobrante en la fabricación de tapones. Además, descubrirán insospechadas aplicaciones de este material, que sirve para construir tablas de surf, para revestimientos en misiones espaciales de la NASA o como metralla (inofensiva) en explosiones de rodajes cinematográficos. Incluso podrán provocar de un salto sus propias detonaciones virtuales.

Cuando despunte la fatiga de museo (el tiempo medio de visita ronda las dos horas), contemplemos dos opciones. Renovar cuerpo y espíritu picando algo en cafés como Suspiro o Lemon Plaza, o entregarnos al goce culinario en alguno de los restaurantes de WOW. Regresamos a la plaza central, donde al propio Konrad Lorenz, reputado ornitólogo, le sorprendería la presencia de Dilius sobre el guante cetrero de Joana, su cuidadora. Esta águila de Harris sobrevuela la explanada desde el mediodía para mantenerla despejada de gaviotas, pues, en su ausencia, estas palmípedas no dudarían en lanzarse sobre las delicias que The Golden Catch, restaurante especializado en pescado, y su vecino Root & Vine, si preferimos vegetariano, sirven en la terraza de este panorámico balcón. Para rendir homenaje enológico al lugar, maridado con delicias en modo tapa, elegiremos la vinoteca Angel’s Share, mientras la carta de T&C, a unas escaleras de distancia, propone una revisión actual de la cocina portuguesa, incluida una reinterpretación de la clásica francesinha local.

Mucho más que vino

“Queremos que nuestros visitantes conozcan la región de Oporto y Portugal y lo que mejor hacemos aquí, desde el vino hasta la producción de corcho, la industria textil y la moda de diseño”, explica el británico Adrian Bridge, director del grupo Fladgate Partnership (impulsor de WOW) y afincado en Vila Nova de Gaia desde hace casi tres décadas. A este deseo corresponde la inauguración, el pasado mayo, del Museo de Moda y Textil, comisariado por Caterina Jorge. Una retrospectiva desde los orígenes de Portugal como potencia textil —exporta el 90% de su producción a 189 países— hasta la aparición (a finales de los ochenta), y posterior consolidación, de la moda de autor portuguesa, que tiene en la segunda planta de este espacio un verdadero santuario: una colección de diseños de los más destacados creadores lusos, escogidos por ellos mismos para la exposición. Desde pioneros como el dueto Abbondanza / Matos Ribeiro o Ricardo Dourado hasta diseñadores ya establecidos como Estelita Mendonça, el binomio Marques’Almeida o Maria Gambina, así como nuevos talentos como David Catalán y Gonçalo Peixoto. “Es difícil que un portugués no conozca a ninguno de los diseñadores que figuran en la exposición”, apostilla Ana Maria Lourenço.

Las obras de reconstrucción del edificio que acoge la muestra, del siglo XVIII, revelaron una sorpresa: unos frescos atribuidos al arquitecto y pintor italiano Nicolau Nasoni, autor de la Torre de los Clérigos. Una invitación a profundizar en la historia local que se puede colmar en el cercano Museo de la Región de Oporto. A través de salas con ambientación temática (como la cubierta de una carabela en la parte de los descubrimientos), audiovisuales y técnicas como el videomapping, el recorrido avanza desde los castros de los primeros asentamientos, que ya comerciaban aprovechando el curso del Duero, hasta la fundación del Condado Portucalense (germen del Reino de Portugal) o la elegante era industrial de esta ciudad: a través de un divertido juego de identificación se explica su riqueza arquitectónica, una maravillosa mezcla de estilos de los siglos XIX y XX.

Copas de vidrio de uranio en The Bridge Collection.
Copas de vidrio de uranio en The Bridge Collection.

La inmersión histórica puede prolongarse con la Bridge Collection, un viaje de casi 9.000 años a través de copas, ánforas y tinajas que muestra “cómo el vino ha tenido una presencia permanente en la historia de la humanidad”, asegura Adrian Bridge, “cómo fue y es un símbolo de trascendencia y divinidad, pero también de alegría, disfrute y celebración”. Contemplamos la colección personal del propio Bridge, apasionado del arte, y que actualmente suma más de 1.800 adquisiciones. Entre ellas una vasija de cerámica de la cultura Jōmon, la pieza más antigua, en la que se mezclaba vino y agua, y que conserva las marcas de la cuerda que la sostenía durante su proceso de cocción, en torno al 7000 antes de Cristo. También jarras de arcilla del Neolítico chino o un cuenco de jade de origen mongol (1700). “Fue utilizado por los emperadores mongoles para beber vino o tomar opio disuelto en vino y mezclado con especias”, explica. El recorrido reserva una radiactiva sorpresa final: copas de vidrio de uranio —los artesanos de Bohemia fueron pioneros en su uso en el siglo XIX— que dan positivo con un contador Geiger, aunque no emiten más radiación que un microondas.

Dentro de la plantación

The Chocolate Story, otro de los museos de WOW, es, por encima de todo, la historia de una pasión; la de Pedro Araújo, maestro chocolatero su director, por el auténtico chocolate artesanal. Todo aquí está impregnado de él. Para empezar, la exposición que realiza una entretenida contextualización histórica, del descubrimiento por Cortés y los españoles de la poderosa bebida (de cacao) que tomaban los guerreros aztecas a la llegada del fruto a Europa —en 1585, al puerto de Sevilla—, la aparición del término chocolate (1590) o los grandes hitos de su comercialización (en 1887, Joseph Frey lanza la primera tableta) hasta convertirse, tras la II Guerra Mundial, en el producto de disfrute que conocemos hoy.

“Es imposible hablar de chocolate sin conocer el cacao, el fruto”, dice el propio Araújo cuando la secuencia expositiva se adentra en la reconstrucción de una plantación centroamericana. Aquí se explican los pasos (y los secretos) de su cultivo, e incluso se puede probar un grano de cacao tal y como está antes de enviarlo a la fábrica. Todos los materiales gráficos y audiovisuales que observamos fueron recabados personalmente por Araújo, en un extenuante viaje de 17 días que le llevó a fincas productoras en Nicaragua, Guayana, México, Costa Rica y Santo Tomé y Príncipe. Su incansable devoción sobrevuela también la última parte del recorrido, la fábrica de chocolate Vinte Vinte (Veinte Veinte, pues entre ambos paralelos terrestres se concentran los países productores de cacao). Afincada en los almacenes de Gaia, Araújo experimenta y elabora aquí auténtico chocolate bean to bar, es decir, de producción artesanal desde la semilla hasta la tableta. Un mimo que se aprecia en el diseño de la tienda del museo (que ofrece rutas guiadas con cata final) y en los talleres de maridaje con vino de Oporto dirigidos a consumar su gran deseo: que el visitante aprenda a distinguir el chocolate artesanal del industrial.

Las noches en WOW conviene reservarlas al espacio Mira Mira, en la planta superior del Museo de Diseño y Moda: alta cocina pensada para compartir —o no, si se trata del humeante ceviche—, cuya terraza y coctelería son la mejor combinación para festejar el atardecer. Por ejemplo, con un Crush me Orange (per se, ginebra rosa, sirope de manzana y kombucha).

El retorno de Gaia a Oporto reserva otra poderosa razón para estirar la estancia un día más: el encuentro, en el céntrico Museu da Misericórdia do Porto, entre las esculturas de Alberto Giacometti y la fotografía de Peter Lindbergh. En 2017, el Instituto Giacometti de París invitó al gran retratista de la moda a encerrarse durante tres días con las figuras del artista suizo. El resultado de aquella sesión puede contemplarse hasta el 24 de septiembre en un escenario maravilloso: la Galeria dos Benfeitores del MMIPO, del siglo XIX, magnífico ejemplo de la arquitectura de hierro y vidrio que atesora Oporto. Bajo el título Capturar o Invisível, la muestra recoge el diálogo entre esculturas e instantáneas de gran formato gracias a la colaboración entre el ­MMIPO, la bodega Taylor’s (también del grupo Flad­gate Partnership) y la comisaria Charlotte Crapts, quien reconoce esta oportunidad única: “No solemos disfrutar de este nivel artístico en Portugal”. El propio Peter Lindbergh visitó el museo para colaborar en las tareas de comisariado (fue uno de sus últimos proyectos antes de fallecer en 2019), recuerda Pedro Nunes, director del centro. El espacio expositivo integra la contigua iglesia de la Misericórdia, del siglo XVI, en cuya sacristía puede verse, casi en penumbra, el audiovisual Walking que Lindbergh realizó para Vogue. “Representa una confrontación entre lo sagrado y lo profano, entre lo antiguo y lo contemporáneo”, explica el propio Nunes. Una mixtura tan embriagadora como la deslumbrante luz estival de esta ciudad portuguesa.

Siete pistas infalibles más en Oporto

La terraza BASE, en el centro histórico de Oporto, vista desde la Torre de los Clérigos.
La terraza BASE, en el centro histórico de Oporto, vista desde la Torre de los Clérigos.

1. Piscina das Marés (Matosinhos)
¿Imaginan una infinity pool en la década de los sesenta? El arquitecto portugués Álvaro Siza lo hizo por encargo de su municipio natal (a 20 minutos de Oporto), proyectando unos baños públicos tan integrados entre el paseo marítimo y el océano que parecen naturales. Reabren este verano tras una minuciosa rehabilitación (entrada, desde 7 euros).

2. Porto 360
Las escaleras que ascienden por el exterior de la cúpula del Pavilhão Rosa Mota, con aspecto de nave alienígena, llevan a un magnífico mirador panorámico. Buena alternativa a la demandada Torre de los Clérigos (edad mínima, 12 años; entrada, 12,50 euros).

3. Fernandes, Mattos & Ca.
Si la espera para entrar a la librería Lello (la de Harry Potter) es inasumible, basta caminar unos pasos hasta el interior de este antiguo comercio textil de 1886. Conserva la arquitectura y mobiliario originales, pero ahora ofrece juguetes tradicionales, artículos vintages y piezas de decoración. 

4. BASE
En torno a un quiosco de madera, este jardín urbano salpicado de olivos invita al esparcimiento frente a la Torre de los Clérigos.

5. O Mundo Fantástico da Sardinha Portuguesa
Por la decoración interior, de aspecto circense, y la deslumbrante iluminación nocturna de su fachada, nadie diría que nos encontramos en una tienda de conservas.

6. Mercado Beira-Rio
Lonja tradicional de 1904 junto al muelle de Vila Nova de Gaia. Sus puestos de fruta, carne o legumbres se integran con restaurantes, vinotecas, cervecerías artesanales y una terraza con vistas privilegiadas.

7. Parque Biológico de Gaia
Oasis forestal de 35 hectáreas dedicado a la educación ambiental, con centro de conservación, talleres y senderos que muestran la flora y fauna locales, pero también su hidrografía y arquitectura tradicionales (conserva viejos molinos y casas rurales).

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