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Así es la mansión de 51 millones de Tom Ford, puro lujo en su historial de clásicos de la arquitectura

EL PAÍS


La nueva mansión de Tom Ford, en Palm Beach (Florida), vista desde el aire.

Entre los quince consejos para el buen hombre moderno que regaló hace unos años a Vogue UK, y que desde entonces dan vueltas por internet como breviario de estilo, Tom Ford recomendaba tirar los calcetines y la ropa interior cada seis meses. El idolatrado diseñador texano demuestra con los inmuebles una soltura equivalente a la que maneja con los calzoncillos. En los últimos años se ha deshecho de su casa victoriana en el londinense barrio de Chelsea, y de joyas arquitectónicas como el rancho en Santa Fe que le encargó al Premio Pritzker Tadao Ando en los 2000, o la icónica casa de los años cincuenta diseñada por Richard Neutra en Bel Air. A cambio, se acaba de comprar un exclusivo refugio invernal en Florida, que suma a otras lujosas propiedades como una majestuosa villa en Los Ángeles o una emblemática casa en Manhattan, que antiguamente pertenecía al diseñador Roy Halston.

A mediados del pasado mes de noviembre, Estée Lauder anunció la compra de Tom Ford por 2.800 millones de dólares. Pocas semanas después, al filo de las navidades, se cerraba la venta de una lujosa residencia en Palm Beach, 4.000 metros de parcela y cerca de 1.000 construidos, por 51 millones de dólares. Hace pocos días ha trascendido el nombre del comprador: Tom Ford, que ha celebrado la lucrativa venta de su firma dándose un capricho inmobiliario en el enclave más exclusivo de Florida.

La propiedad se encuentra en el número 241 de Jungle Road, a dos calles del solar donde estuvo la casa de los horrores de Jeffrey Epstein y a cuatro minutos en coche de Mar-a-Lago, la base de operaciones tropical de Donald Trump. Tras un espeso y vigoroso seto pantalla y rodeada de esbeltas palmeras autóctonas se levanta una gran mansión blanca y rectilínea de hormigón de una sola planta. Un ejemplo de classical modern, como le gusta definirlo en su cuenta de Instagram a su arquitecto, Daniel Kahan, uno de los muchos profesionales locales adiestrados en satisfacer y dar forma a los sueños y caprichos de los adinerados vecinos del lugar. “No te grita a la cara, como sucede con otra arquitectura moderna”, declaraba Kahan en 2019, cuando su proyecto recibió el premio a la excelencia de la asociación que vela por el decoro arquitectónico de Palm Beach.

Con grandes ventanales por todos sus flancos, suelos de roble blanqueado y techos de hasta cuatro metros y medio de altura, esta villa de nuevo cuño es un derroche de espacio y luminosidad. El visitante que accede a ella por su acristalada entrada principal alcanza a ver la zona de la piscina, en el lado opuesto de la casa, a través del gran patio central también transparente que articula la vivienda y que está flanqueado por la biblioteca y el comedor. Al fondo, una gran zona de estar se abre a un área de desayuno y a la cocina. Un despacho, una sala de música y tres dormitorios, además de otros dos en el anexo de invitados, completaban en su disposición original esta residencia de planta simple, convencional buen gusto a la moda y obsesiva simetría: aunque cuenta con una sola chimenea, en el exterior no se distingue de las otras tres falsas levantadas para no descompensar el conjunto. En la cubierta, 230 paneles solares rodeados de arriates de césped producen la energía equivalente al consumo de la casa.

Cerro Pelón, en Nuevo México, es un imponente complejo diseñado por Tadao Ando, rodeado de una finca de más de 8.000 hectáreas y que Ford vendió en 2021 por unos 40 millones de euros.

La cifra de compra puede resultar mareante para el común de los mortales, pero esos 51 millones se ubican en la banda de precios que se maneja habitualmente en Palm Beach, una de las áreas más cotizadas de Estados Unidos. Hace ya años que los inmuebles más importantes ubicados en esta estrecha isla a hora y cuarto al norte de Miami, que se extiende casi 30 kilómetros en paralelo a tierra firme, rondan con facilidad los 100 millones de dólares. En junio del año pasado, el billonario y excéntrico fundador de Oracle, Larry Ellison, adquirió una gran propiedad en la cercana Manalapan por 173 millones, un año después de pagar 80 millones por una gran mansión de estilo italiano en una finca de tres hectáreas frente al océano.

Este tipo de activos de máxima cotización se encuentran en primera línea del océano, o a orillas de las aguas más tranquilas y navegables de Lake Worth, la laguna interior que separa la isla de tierra firme (las mansiones con embarcadero propio que salen en las películas). Pero la nueva casa de Tom Ford no tiene ni lo uno ni lo otro. Es, de hecho, la propiedad non-waterfront, utilizando la jerga de inmobiliaria local, que ha alcanzado un precio más alto hasta la fecha. En 2021, el financiero Rob Heyvaert pagó por ella 35,8 millones de dólares a sus propietarios originales, que la habían adquirido en 2014 por 7,9 millones de dólares. En poco más de un año, Heyvaert ha obtenido un beneficio de más de 15 millones de dólares.

Tom Ford, en mayo pasado, en una gala celebrada en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.MIKE COPPOLA (AFP)

Desde la pandemia, el mercado del lujo en Palm Beach está viviendo un boom muy particular alimentado por las grandes fortunas. Hay una demanda enorme y una oferta menguante en esta isla de poco más de 10 kilómetros cuadrados, algo así como dos veces el Parque del Retiro de Madrid. Mientras los precios se moderan en el resto de las plazas más exclusivas de Estados Unidos, los muy ricos siguen tomando posiciones en este enclave del sur de Florida pagando lo que sea, especialmente por aquellas casas que están para entrar a vivir.

“Para muchos, el tiempo es más valioso que el dinero. No hay mucho donde elegir, y quien quiere tener una casa para la temporada de invierno”, —la temporada alta que allí dura aproximadamente hasta el mes de abril—, “sabe que tendrá que pagar por ello”, declaraba recientemente a Bloomberg Gary Pohrer, director de ventas de una de las inmobiliarias más importantes de Palm Beach. Sin duda, Ford, ya inmensamente rico antes de la operación con Estée Lauder, es uno de esos elegidos con el músculo financiero suficiente para abonar 51 millones por un invierno cálido como el que paga un alquiler. Y con la seguridad, además, de estar haciendo una buena inversión.

La mansión victoriana de Ford en el londinense barrio de Chelsea, de la que también se deshizo.

La de Palm Beach quizá sea la más convencional de las propiedades que se le han conocido a Tom Ford. En 2019 vendió por 20 millones de dólares la casa Brown-Sidney de Richard Neutra, que había comprado en 1997, cuando reinaba en Gucci, por algo más de dos millones (en noviembre de 2022 se publicó que Ellen DeGeneres y Portia de Rossi, otras conspicuas aficionadas al juego del real estate, se habían hecho con ella por 29 millones). Pero cuando vendió la joyita mid-century del gran modernista de origen austriaco, Ford no se quedó sin hogar en California: en 2016 había adquirido por cerca de 39 millones de dólares la mansión de la socialite Betsy Bloomingdale, fallecida ese mismo año; una magnífica villa de inspiración italiana construida en los años veinte en Holmby Hills, y que en los cincuenta Bloomingdale adaptó al estilo Hollywood Regency de la mano de Billy Haines, el reputado decorador de las estrellas, ex actor y ‘amigo entrañable’ de Cary Grant.

Una joya ‘mid-century’: la casa Brown-Sidney, de Richard Neutra, que Tom Ford había comprado en 1997 y vendió en 2019.

La reforma de su nueva casa en Los Ángeles concluyó en 2019, el mismo año que adquirió, por 18 millones de dólares, ‘La 101′, la mítica casa de Roy Halston en el Upper East Side diseñada y reformada por Paul Rudoph. Por entonces tenía a la venta por 75 millones Cerro Pelón, su rancho en Nuevo México, un imponente complejo diseñado por Tadao Ando y rodeado de una finca de más de 8.000 hectáreas. Lo vendió finalmente en 2021, después de rebajar su precio en más de 30 millones. Incluso su proyecto más personal y querido, adonde se retiraba para huir del “mundo artificial” de la moda, era susceptible de hacerse líquido para financiar nuevas operaciones. O hacer un nuevo pedido de calzoncillos.




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