Así se apaga un volcán

En un recóndito valle de Islandia hay una erupción volcánica que parece estar dando sus últimas boqueadas. Los frentes de lava solidificada ya no se mueven, pero aún escupen vapores que huelen a goma quemada y hacen picar la garganta. De noche, parte de las coladas brillan al rojo vivo. Dar una erupción por terminada es mucho más complejo de lo que parece y los vulcanólogos se resisten a hacerlo. Este valle de Islandia es lo más parecido que hay al futuro del volcán Cabeza de Vaca, en La Palma. Mucho de lo que aquí suceda pasará también en la isla canaria cuando el volcán deje de rugir.

“Un volcán nunca se para del todo, solo duerme entre erupciones”, explica el geólogo islandés Ármann Höskuldsson, que lleva 35 años estudiando las erupciones en Islandia, un país 10 veces más pequeño que España donde hay 130 volcanes. Su último objeto de estudio es el Fagradalsfjall, que entró en erupción el 19 de marzo y ha estado vomitando lava durante siete meses en una zona deshabitada a una hora en coche desde la capital, Reikiavik.

Hace dos semanas que la erupción ha parado, pero Höskuldsson advierte de que bajo los campos de lava negra y fría al tacto que cubren varios valles puede haber magma a alta temperatura. “Si las coladas están rojas de noche quiere decir que el magma está a unos 600 grados y esto significa que sigue fluyendo por debajo de la corteza exterior”, explica.

¿Cuándo se puede dar la erupción por terminada? “Uno de los indicadores que buscamos es la emanación de azufre. Una vez deja de salir quiere decir que ya no queda magma y que definitivamente la erupción ha terminado. En la mayoría de los casos esto suele suceder uno o dos días después de que el volcán se ha parado y ya no se ve humo”, señala.

Un volcán nunca se para del todo, solo duerme entre erupciones”

Ármann Höskuldsson, vulcanólogo

La vulcanóloga de la Universidad de Islandia Helga Kristín Torfadóttir lleva meses analizando las emanaciones del volcán. “La lava solidificada funciona como un aislante para el interior, como si fuera un horno”, explica. “Muchas veces esto hace que la lava fundida corra rápido por dentro hasta que el interior de la colada queda vacío como un tubo. Esto mismo sucederá también en La Palma y tal vez el proceso sea aún más rápido debido a que allí la pendiente es mucho mayor. Por eso es tan peligroso que la gente camine sobre la lava, aunque esté solidificada y fría”, añade.

También es un reto saber cuánto van a tardar las coladas en enfriarse, porque hay muchos factores que influyen. “En la erupción del volcán Holuhraun en 2014 vimos que la colada seguía a unos 40 grados un año después de terminada la erupción”, detalla la científica.

La península donde está el Fagradalsfjall se está reactivando después de 700 años de latencia y esto significa que pueden venir uno o dos siglos de erupciones frecuentes. La lava de esos volcanes podría arrasar parte de Reikiavik y otros pueblos de la zona. Los sistemas de alerta temprana basados en la detección de terremotos y la deformación del terreno garantizan que con casi toda seguridad nadie morirá, pero es muy posible que la lava se lleve por delante muchos edificios.

“Estoy preparado para abandonar mi casa en 15 minutos; creo que la mayoría de los islandeses lo estamos”, asegura Höskuldsson. Su equipo ha calculado que en los últimos 1.100 años ha habido en Islandia más de 200 erupciones, algunas tan potentes que causaron importantes hambrunas en el país. Las cenizas vomitadas por el Laki entre 1783 y 1784 provocaron un cambio climático en toda Europa que arruinó las cosechas durante años. Según algunos expertos, la carestía de alimentos provocada por el volcán fue la chispa que prendió la Revolución Francesa.

Entre los 30 volcanes activos de la isla hay cinco especialmente peligrosos. La mayoría están sepultados bajo el hielo en los imponentes glaciares del país. Si entran en erupción, la lava a alta temperatura provocará tremendas erupciones explosivas que causarán riadas de agua y rocas que lo arrasarían todo a su paso.

A pesar de esto, en Islandia no hay ninguna ley que impida construir a las faldas de un volcán, y los islandeses están orgullosos de ello. “Por supuesto que construimos nuestras casas y edificios en zonas volcánicas. Hemos decidido vivir aquí”, resalta Höskuldsson. “Desde hace muchos años existe un seguro público, de forma que si pierdes tu casa por una erupción, el Estado te da otra”, señala el geólogo.

En esta ocasión, los científicos han usado el volcán como un experimento. Estudian cuánto aguantan los cables de electricidad y fibra óptica sepultados bajo la lava para calcular cuánto tiempo de comunicaciones tendrían en caso de erupciones que amenacen zonas pobladas. También han construido trincheras y diques para detener la lava. Unos están perfectamente delineados y consolidados. Otros se han hecho de forma improvisada. El objetivo es ver cómo de bien detienen o frenan la roca fundida dependiendo de cuánto tiempo tengan las autoridades para reaccionar.

Thorvaldur Thordarson, otro veterano vulcanólogo de la Universidad de Islandia, explica: “El Fagradalsfjall y el Cabeza de Vaca pertenecen a un tipo de erupción muy conocida”. Thordarson ha dedicado toda su vida profesional a estudiar erupciones en Islandia, Hawái (Estados Unidos), Nueva Zelanda y otros países. “Lo que la gente de La Palma debe tener en mente para el futuro es que habrá nuevas erupciones y la lava se moverá con rapidez debido a que hay mucha pendiente. Habrá pérdidas de casas e infraestructuras. La mejor forma de enfrentarse a este problema es aprender todo lo posible de esta erupción para intentar entender cuáles son los lugares más probables en los que puede haber nuevas erupciones en el futuro, y planear la construcción de infraestructuras en función de ello. No se trata de prohibirles que construyan donde quieran, sino al menos de informarles de los riesgos, de forma que una nueva erupción no les pille por sorpresa. Que conozcan los riesgos y tomen su decisión”, opina.

Desde que el Fagradalsfjall se durmió hace dos semanas se están detectando miles de pequeños terremotos al noreste de los conos volcánicos, cerca de otro volcán durmiente, el Keilir. Es algo parecido a lo detectado en La Palma con los enjambres de terremotos en Fuencaliente, relativamente lejos de las bocas del volcán. Hay un dato incluso más preocupante. Según los vulcanólogos islandeses, el Fagradalsfjall se parece mucho a otra erupción pasada que duró 150 años. Es posible que el volcán ahora dormido vuelva a despertar y se quede activo, mucho, mucho tiempo. Elísabet Pálmadóttir, vulcanóloga del sistema de vigilancia de la Agencia Meteorológica de Islandia encargada de dar la primera señal de alerta ante nuevas erupciones, explica: “Es posible que el magma esté intentando salir por ahí”. “Son terremotos bastante profundos, a unos cinco kilómetros. Esto significa que no va a salir mañana, pero lo estamos siguiendo muy de cerca. Es muy posible que el volcán vuelva a expulsar lava. Podría salir por el mismo sitio, por otro, o podría parar”, añade. Hasta que cesen los terremotos y deje de salir azufre, no se declarará el final, algo que en otras erupciones ha requerido un dictamen de un panel oficial de científicos y técnicos.

Pálmadóttir ve la situación con la misma determinación resignada que sus colegas. “Esto es la naturaleza”, asegura. “No podemos controlarla. Hemos decidido vivir cerca de los volcanes porque también nos aportan mucho. Nos han dado la agricultura, el turismo, la economía. Lo único que podemos hacer es acumular todo el conocimiento posible y estar lo mejor preparados que podamos, pero nunca podremos parar una erupción”, reconoce.

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