Atraco a las reglas del teatro


Un antiguo teatro a la italiana, clásico, coqueto, de butacas rojas y terciopelos, frescos en el techo y luces cálidas, acoge en su escenario un espectacular artefacto, rotundo y apabullante, que augura un enorme despliegue técnico. Es la dicotomía entre lo clásico y lo contemporáneo, entre lo antiguo y lo nuevo, que se pliega a la perfección a lo que allí se va a representar. El Teatro María Guerrero de Madrid acoge desde mañana y hasta el próximo 21 de marzo Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach, el nuevo espectáculo de Nao Albet y Marcel Borrás, que recorre el proceso creativo de una obra sobre un atraco a un banco para poner a dialogar al teatro clásico con el contemporáneo.

”Es una mezcla explosiva. Es un diálogo en el que nosotros nos metemos en medio. Ahí están todos nuestros miedos, nuestros referentes e imaginarios. Nos hemos quitado la máscara y lo más interesante de todo es que llegamos a la conclusión de que no nos quedamos ni con un teatro ni con otro. Todo el teatro, ya sea el más convencional o el más innovador, tiene su hueco”, aseguran tras un ensayo Nao Albet (Barcelona, 1990) y Marcel Borrás (Girona, 1989), una pareja de actores y directores que con su anterior montaje, Mammón, asombró a público y crítica.

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Lo que empezó como un juego, la idea de hacer una obra inspirada en el tópico de los atracos a banco, fue derivando, durante el proceso de escritura, hacia una segunda capa de contenido más reflexivo sobre la crisis creativa y la manera de narrar. ¿Qué es lo más verosímil? ¿Con qué tipo de teatro se puede representar un atraco? ¿Quién se llevará finalmente el botín? Bajo estas preguntas se va armando el montaje que protagonizan los propios Albert y Borrás, junto a Irene Escolar, Carlos Blanco, Alina Furman, Eva Llorach, Francesca Piñón y Vito Sanz.

La historia se inicia con el encargo que reciben dos jóvenes dramaturgos de un magnate del teatro, Boris Kacynski, para escribir una obra con el único requisito de que gire en torno a un atraco a un banco. Comienzan los ensayos en una oficina bancaria de estética sesentera en la que, al grito de “Todos al suelo, hijos de puta”, entran dos atracadores, uno con máscara de payaso, otro con traje azul eléctrico. Mientras rehenes y empleados se esconden aterrados, dos de ellos, Nao Albet y Marcel Borrás, se incorporan y miran lo que sucede a su alrededor, sin ser vistos por los atracadores. Son dos realidades paralelas. No les gusta lo que ven. “Basura”, “no me lo creo”, “a la mierda, esto es una mierda”. Entonces los dramaturgos deciden enviar el texto a la gran María Kapranov (Irene Escolar), una artista de la performance, representante del teatro más rompedor y radical, que les anima a abandonar los preceptos del Kacynski Theatre.

Albet confiesa que este montaje, que tuvo una primera versión en el Teatre Nacional de Catalunya en 2013, es también un homenaje al mundo del arte y a los artistas. “Les hacemos dialogar y confrontarse, pero les damos voz a todos”, añade, mientras Borrás explica que ellos se han criado como actores en ese limbo en el que conviven todos los actores. “Nos ha tocado trabajar con directores que vienen de la tradición más clásica y hemos disfrutado y aprendido cómo contar una historia con unos personajes y sus conflictos, pero también somos admiradores de las nuevas formas abstractas, menos claras, con las cuales es más difícil relacionarte porque te colocan en un lugar de extrañeza. No tenemos una teoría sobre cómo tiene que ser el arte, de cómo se tienen que contar las historias. En esa ambigüedad es donde nos sentimos más cómodos, porque ahí es donde somos más sinceros”, señala Borrás.

Con ellos está la actriz Irene Escolar, feliz con el juego y el universo imaginativo al que le lleva esta pareja, con la que ya trabajó en Mammón. ”Hacer algo tan loco y creativo como esto es prácticamente imposible ahora y aquí”, asegura la intérprete, que desarrolla un personaje inspirado en la artista Marina Abramóvic, que habla en ruso y defiende la verdad sobre un escenario por encima de todo. “Su amor por lo que hace es admirable y al tiempo provoca miedo”, dice Albet.

Todo parece un caos, pero no lo es. Es un viaje con unos códigos perfectamente marcados, un espectáculo con voluntad de show, en el que la imponente escenografía de Jose Novoa es un elemento esencial. Treinta técnicos trabajan detrás de ese artefacto de cartón piedra, de varios pisos, que se abre a multitud de espacios diferentes, con entradas y salidas de actores que representan a unos 50 personajes, rapidísimos cambios de vestuario, clavados con música y luces. Todo con una precisión de relojero suizo.


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