Aunque se vista de seda, racista se queda


Circulan por estos días, en las redes y las discusiones políticas y públicas (pero también en las domésticas y particulares), ideas muy torcidas sobre la migración centroamericana. Algunas de estas ideas son producto de prejuicios y taras muy concretas de nuestra sociedad, como el racismo o el clasismo. Otras, son directa creación (o interesado reciclaje) de los funcionarios y los políticos: son los pretextos con los que intentan convencernos de que actúan bien al retener, maltratar y deportar a los migrantes.

Esas presuntas ideas, pues, son simples coartadas, y su mensaje básico queda claro: “Parece que actuamos de forma mezquina y cruel, pero en realidad no es así; y si es así, pues es culpa de los migrantes”. Total: nunca falta un miserable dispuesto a sostener que los daños que se les provoquen a los seres humanos son un precio aceptable a pagar con tal de no entorpecer el luminoso avance de los “procesos históricos”. Es decir, el de su gobierno. Pero no nos confundamos: las consignas en contra del paso de los migrantes siempre enseñan el cobre. Apestan a xenofobia y desprecio y sus herramientas son el formalismo legal, la condescendencia y la desmemoria.

El gobierno y sus personeros (pero también algunos exaltados que le quitan la razón al presidente y los suyos en todos los temas, menos en este) arguyen lo que sea. Por ejemplo, que si se retiene y deporta a los centroamericanos es “por su seguridad”. Claro: jamás se dice que el riesgo son las bandas criminales mexicanas, que controlan amplísimas franjas de nuestro territorio y a las que la acción oficial es incapaz de contener. Vaya: les hacemos el “favor” a los migrantes de evitar que transiten por un país en donde no está garantizada ni siquiera la vida de los nacionales. Los únicos criminales a los que se menciona son invisibles: es decir, unas “fuerzas oscuras” que “manipulan” a los ingenuos centroamericanos para “obligarlos” a exiliarse (y que deben ser tremebundas, porque la corriente humana no se ha detenido desde mediados del siglo XX).

Pero los centroamericanos conocen de sobra las realidades hiperviolentas: por eso huyeron de sus hogares, con la esperanza de encontrar una vida más pacífica y con mayores oportunidades en Estados Unidos. ¿Y por qué en EE UU y no en México, cuyo gobierno ha anunciado que les ofrecerá visas y trabajos si reúnen ciertas condiciones (y este es otro argumento oficial)? Ah, pues una razón muy simple: un país en el que, el año pasado, fueron asesinadas más de 35 mil personas con impunidad total, no es, de ningún modo, un sitio al que uno quiera mudarse. No: los centroamericanos cruzan México porque no les queda más remedio (estamos allí, en mitad del mapa), y no creen que entre nosotros vayan a encontrar la panacea. ¿O ya se nos olvidaron los millones y millones de compatriotas que hicieron la misma ruta a EE UU por las mismas razones y con los mismos propósitos?

Y, para terminar, el argumento más brillante: el que se opone a la migración porque es indocumentada, es decir, porque los migrantes no realizan los trámites ni cumplen los protocolos de rigor antes de internarse en México. Así es: en el mismísimo país de los 35 mil homicidios anuales (y no hablemos de las cifras de asaltos, robos, secuestros…), sobran los rigurosos legalistas que consideran intolerable que alguien nos pise el suelo sin que le hayamos sellado antes el pasaporte. Y si uno les recuerda que los millones de mexicanos que se fueron a EE UU tampoco le pidieron un sello a nadie, se les brincan las tuercas. Y dicen frases como: “Ah, pero los mexicanos sí van a trabajar y se esfuerzan; en cambio, los centroamericanos…”. Porque el argumento final, siempre, es la xenofobia más visceral y atávica, para la cual el diferente, de entrada, siempre es sospechoso… O, de plano, culpable. Xenofobia y hasta racismo. Eso es. Aunque lo vistan de seda.

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