Este artículo corresponde al primer envío de la newsletter de EL PAÍS en Barcelona. Este 30 de marzo se ha enviado por primera vez a los correos electrónicos de aquellos que se han suscrito. La newsletter es gratuita y se enviará cada miércoles a las 9.30 de la mañana. Todos aquellos que quieran suscribirse pueden hacerlo en este enlace.
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Soy Miquel Noguer, director de la edición Cataluña de EL PAÍS. Antes que nada quiero agradecerte que nos permitas esta intromisión en tu buzón de entrada, que seguro ya está hasta los topes. Te prometo ser poco invasivos. También quiero expresarte el honor que siento al dirigirme a ti en la primera newsletter de EL PAÍS dedicada íntegramente a Barcelona. Aquí nos disponemos a acercarte asuntos y personajes, muchas veces anónimos, que fácilmente podrían quedar en un pie de página pero que reflejan mejor que nada la ciudad que compartimos. Entre historia e historia te iremos recomendando algunos de los mejores artículos publicados los últimos días. Esperamos no defraudarte. También nos gustaría saber más de ti y de lo que te gustaría leer en tu periódico sobre Barcelona. Puedes escribirnos a catalunya@elpais.es.
Fue precisamente pensando en personajes anónimos que el pasado viernes apareció Aurelio en el cruce de la calle Pau Claris con Casp. Saludó sin dejar de empujar su carrito, repleto de libros. “¿Me compras uno? Solo son diez euros”. Aurelio es un viejo conocido de esta calle. Se mueve entre el Eixample y el Poblenou. Camina mucho cada día. Duerme donde puede, a menudo en la calle o naves industriales vacías. “Los albergues municipales son solo por un tiempo”, recuerda. Y da la sensación de que ha perdido la cuenta de los años lleva de un sitio para otro. Salió de Rumanía hace más de un lustro y ha vivido en varios puntos de España. Un trabajillo de albañilería por aquí. Unas chapuzas por allí. Pero prefiere Barcelona.
Desde hace tiempo subsiste vendiendo libros de segunda mano que encuentra por los Encants. Su carro siempre es una sorpresa. Un manual de historia de España o una novela de Tolstoi, da igual. Los lleva ordenados. Detrás los más gordos y delante los más livianos. ¿Cómo se te ocurrió vender libros como medio de subsistencia? “Me gusta leer, leo de todo y pensé que era una forma de ganarse la vida”.
Acaba el invierno y llegan meses algo menos duros para quienes viven en la calle. Pero Aurelio no está nada tranquilo este año. Su mujer, de origen ucranio y que se había quedado en su país cuidando a familiares mayores, ha tenido que huir. De Odessa cruzaron hasta Rumanía a través de Moldavia, pero no parece que el reencuentro vaya a ser fácil: “Ella no quiere dejar a sus padres”.
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Hablando sobre lo que está pasando en Ucrania Aurelio parece tener más consideración por el dolor de los otros que por el que le toca vivir. “Putin no parará en Ucrania, lo siguiente será Moldavia, que ya los tiene medio ocupados… ¿Conoces Transnistria? Sufrirán mucho”, concluye. “Y los rusos… pobres rusos lo que tendrán que aguantar”.
No quiere fotos ni cree que la suya sea una historia que merezca contarse en un periódico. “Mejor no”, responde cuando se le pide explicar más a fondo su periplo vital. Hoy tiene algo de prisa. La venta se realiza rápido. Quince euros por Les souvenirs, de David Foenkinos. La muerte del abuelo del protagonista del libro le hace cambiar algunas prioridades. Comienza a visitar con más asiduidad a su abuela y con ello la mujer se reencuentra con algo parecido a la alegría de vivir.
Si encontráis a Aurelio por el Eixample, paradle. Puede que en su carrito esté justo el libro que andabais buscando.
Espero leernos pronto y saber de vuestras inquietudes, que tienen que ser las nuestras. Con mis compañeros de la redacción de EL PAÍS en Barcelona nos pondremos en contacto contigo a través de esta newsletter todas las semanas.
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