“A veces necesito parar y reflexionar sobre lo que estoy haciendo. Todo estaba en contra de mí”, asegura Austin Reaves, nuevo filón de oro para unos Los Angeles Lakers en apuros, que todavía sueñan con lograr salvar su gris temporada y clasificarse para los playoffs. El joven escolta de Newark, la de Arkansas -hay 27 ciudades con el mismo nombre en Estados Unidos-, se ha convertido a sus 24 años en una pieza clave de la franquicia más focos acapara en la NBA. Anoche, de hecho, irrumpió por sorpresa en el quinteto titular del equipo y se marcó otro partidazo de aúpa para colaborar en la victoria sobre los Phoenix Suns por 122-111, un triunfo que devuelve a los angelinos a posiciones de play-in.
“Crecí siendo un aficionado de los Lakers, y poder jugar con esta organización es especialmente surrealista”, comenta Reaves, clave en las dos últimas victorias de los Lakers, que remueven cielo y tierra para rescatar el curso con LeBron James todavía en la banda lesionado. “¿Os ha gustado el truco que me he sacado de la manga?”, presumió Darvin Ham, entrenador del equipo, en la rueda de prensa postpartido. Reaves, que venía de anotar la puntuación de su trayectoria profesional con 35 puntos en la jornada previa contra los Orlando Magic, apareció en el cinco inicial y se marcó otro récord personal con 11 asistencias, que acompañó con 25 puntos contra los Suns.
“Parece demasiado bueno como para ser verdad”, aseguraba el escolta al LA Times. No había mejor escenario para él que Hollywood, inigualable para su historia de película. “No te voy a mentir, el tipo es muy bueno”, reaccionaba D’Angelo Russell, uno de los jugadores con estrella en Los Ángeles, tras el segundo partidazo consecutivo de su compañero en la rotación exterior. Las gradas, además, ya le han dado su visto bueno cantándole el “¡MVP, MVP!” reservado a los mejores. “AR, eres un pedazo de… ¡no te creo! ¡Eres muy duro!”, le elogió LeBron, a través de Twitter, tras su explosión de 35 puntos.
Cuando todos le decían en verano de 2021 que era hora de hacer las maletas y probar suerte en Europa, Reaves dudó y le pidió a su agente que lo intentaran primero en Estados Unidos. No hubo fortuna en el Draft y no fue seleccionado por ninguna de las franquicias, si bien los Lakers quisieron darle una oportunidad con un contrato a dos bandas con su filial de la G-League. Después de pocos entrenamientos en el campo de entrenamiento de Las Vegas, vieron en él el potencial que muchos otros no habían detectado. “¿Me estás intentado defender? Debes cambiar, ¿en serio?”, pensó Anthony Davis durante su primer cara a cara contra el desconocido novato. “Recibí el balón, le arrinconé y me la robó”.
En septiembre de 2021, Reaves ya era miembro de pleno derecho con contrato garantizado, un contrato que finaliza este verano y que trae de cabeza a los angelinos. “Durante toda mi vida he sido demasiado delgado, alguien con una capacidad atlética insuficiente. En un punto tampoco fui lo suficientemente habilidoso. Todos encontraban excusas [para no valorarme]. Siempre era un ‘vamos a encontrar algo que no pueda hacer lo suficientemente bien para que no lo consiga’”, reflexionaba en su perfil de presentación al mundo con el LA Times.
De tal palo, tal astilla: los orígenes de Reaves
Si bien ha sorprendido a muchos, quienes más le conocen no se sorprenden del todo. En su etapa de instituto logró anotar 73 puntos en un partido con tres prórrogas, y en su último año universitario con Oklahoma State promedió 18,3 puntos, 5,5 rebotes y 4,6 asistencias. Por aquel entonces, Reaves era todavía el hermano pequeño de Spencer, profesional en Alemania con el Brose Bamberg y ex del Juaristi en la EBA y del Burgos en la LEB Oro. “Ahora soy el hermano mayor de Austin, y odio cuando esto pasa”, decía entre risas el hermano. Las tornas han cambiado, y la sangre baloncestística de la familia brilla en los mejores pabellones del mundo.
Hijo de dos iconos del baloncesto en Arkansas State, la universidad estatal de su zona rural en Estados Unidos, Reaves tiene la capacidad anotadora de su madre -21,3 puntos en su trayectoria universitaria- y la visión de juego de su padre -tercer máximo asistente de la institución-. Desde sus tiempos en el baloncesto colegial, el jugador destacó por su determinación y liderazgo. “Austin tiene muy buen instinto para el juego. Tiene la capacidad de sentir lo que necesita cada momento. No había dudas, era claramente el tipo que iba a dictar lo que ocurriría encima de la pista”, opinaba su entrenador en Oklahoma, Lon Kruger.
De sus tiempos en la universidad, Reaves arrastra un mote que no se usa actualmente por el dolor que levanta en las instalaciones de los Lakers. Allí, como aficionado de la franquicia púrpura y oro, un asistente le puso el políticamente incorrecto sobrenombre de Hillbilly Kobe, el Kobe Paleto. “Podías detectar que este tipo sabe cómo jugar a baloncesto. Y estos son los jugadores por quien quieres apostar”, reflexionaba Rob Pelinka, encargado de reclutarle para L.A.
En su segunda campaña con los Lakers, Reaves a aumentado su producción de forma notable más allá de su estallido definitivo en los dos últimos encuentros. Promedia 12,3 puntos, 3 rebotes y 3 asistencias por encuentro en 28 minutos de juego, con un acierto del 52% en tiros de campo y un 38,3% en triples. Es un auténtico diamante en bruto que se ganará un buen sueldo el próximo verano. En su repertorio destaca la capacidad y mejora notable en el tiro exterior, unos datos de acierto en pintura superiores a los de AD y LeBron y una actitud irreprochable en un vestuario plagado de estrellas y estrellitas. Su descaro para anotar en los momentos calientes también ha subrayado más su valor dentro de la pista.
“Nunca debes darlo por hecho, y este tío nunca lo da por hecho. Le encanta el baloncesto y vive el momento”, asegura Davis. A él no se le sube el éxito a la cabeza: “Para mí, la mentalidad es la misma en cada partido. Ganar a toda costa, es todo lo que importa”. Gracias a sus dos partidazos, en su consolidación definitiva, los Lakers puede soñar todavía con el play-in y, quien sabe, los playoffs. Salven o no la temporada, Austin Reaves habrá sido uno de los nombres propios en una ciudad donde los focos no perdonan.
A miles de kilómetros, en su granja en Newark, entre las vacas de su infancia, los padres siguen orgullosos pero exigentes la carrera de su hijo. “Te puedo hablar de los errores más que los puntos que ha anotado”, confirmaba la madre en verano. “No me dejan en paz”, contestaba Reaves, que tiene a sus mejores profesores y valedores en casa.