Avances técnicos, poesía y mucha fantasía: ha llegado la hora de hablar del mobiliario francés de los ochenta

El anticuario Paul Bourdet en la silla Pat Conley II (1987) de Philippe Starck.
El anticuario Paul Bourdet en la silla Pat Conley II (1987) de Philippe Starck.Virgile Texier

“Dicen que hacen falta 30 años para redescubrir una época, y ya se han cumplido”, explica Paul Bourdet cuando le preguntamos por los motivos que le han llevado a dedicar su galería (19 Rue Guénégaud, París) al mobiliario de los ochenta. Este joven marchante asegura que no recuerda un momento de su vida en que no quisiera ser anticuario, y que aterrizó en la década prodigiosa tras analizar sus posibilidades. “Empecé a trabajar en una galería y me di cuenta de que el mercado de los años cincuenta, que había sido mi pasión, ya estaba muy ocupado, era muy caro y estaba muy visto”, afirma. “Así que me propuse encontrar un periodo olvidado que pudiera ser tan prometedor como el art déco, y comencé a recorrer el siglo XX de forma cronológica. Entonces me di cuenta de que lo próximo serían los años ochenta. Compré libros, me documenté y en 2015, con 21 años, compré mi primera pieza”.

Aquella primera pieza, curiosamente, fue una silla de Philippe Starck producida en 1982 por la firma barcelonesa Disform. Después vinieron otras. Había que aprovechar. “En ese momento el mobiliario francés de los años ochenta nos interesaba a muy pocos, y era posible adquirir piezas importantes por algunos cientos de euros”, apunta. Sin embargo, la clave no fue solo la rentabilidad, sino algo más difícil de describir. “Empecé a vivir con estas piezas y me di cuenta rápidamente de que, además de su interés histórico, tenían un aura”.

Y en la búsqueda de ese aura ha concentrado Bourdet sus esfuerzos. Contaba recientemente en una publicación en Instagram que en una ocasión un taxista le preguntó si la lámpara Easylight (Starck, 1979) que llevaba bajo el brazo era una espada láser de La guerra de las galaxias. Pero anécdotas así son una excepción. El sector arde. “El diseño de los años ochenta tiene una particularidad interesante”, explica. “Emplea los avances técnicos modernos sin cerrar la puerta ni al ornamento ni a los estilos precedentes. Pone al diseñador en una posición de creador, casi artista, y no de técnico. Además, los ochenta integran mucha poesía y fantasía”.

En ese magma creativo, Bourdet tiene sus favoritos. “Philippe Starck es la piedra angular de esa época y de la galería, y pasará a la historia como uno de los genios del siglo XX. También me interesan mucho Jean-Michel Wilmotte, Martin Szekely y las producciones de la Galerie Néotu, que eran lo más en su época. Y tengo debilidad por las creaciones de Bob Wilson, que es más conocido como director de escena teatral, pero diseñó asientos preciosos para sus decorados, con un enfoque único”.

En esta reivindicación, Bourdet ha sido un adelantado a su tiempo, pero sabe que la competencia viene pisando fuerte. “Ahora el reto es seguir aquí, comprando piezas, al pie del cañón”. Y sin dormirse en los laureles; a fin de cuentas, los titanes de los ochenta no fueron nostálgicos, sino creadores de su tiempo. “No soy nostálgico y defiendo a estos creadores precisamente porque estaban a la última en su época, así que también yo me intereso por la mía”. De ahí procede, cuenta, uno de sus nuevos proyectos: “La galería va a editar su primer objeto contemporáneo en exclusividad, la lámpara 90º del diseñador Maxime Louis-Courcier. Es otro oficio con otras problemáticas, pero igual de apasionante”.

La silla Hérouille (1987) de Martin Szekely.
La silla Hérouille (1987) de Martin Szekely. Virgile Texier




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