Tres personas esperan en silencio al todavía presidente del PP. No hablan entre ellos. Apenas se miran. La primera, Pablo Montesinos, es el único que se ha mantenido fiel a Pablo Casado hasta el final —deja la política junto al hombre que le metió en ella—. Las otras dos, Cuca Gamarra y Elías Bendodo, acaban de recibir importantes cargos en el nuevo PP, el que ha enseñado a Casado la puerta de salida. Por delante tienen una larga cuesta, la que separa la explanada de llegada de la puerta de entrada al pabellón donde se celebra el 20º congreso nacional del partido. A Casado se le hará eterna. Antes de que él la suba para asistir a su propio entierro, Alberto Núñez Feijóo, su sucesor, la había convertido en pasarela para el baño de masas, e Isabel Díaz Ayuso, su examiga, en maratón de selfis. Para el todavía líder del PP es un trago.
Solo en política puede uno asistir a su propio funeral. Casado acudió el viernes a su último acto como líder del PP tras ser sacrificado por los que nunca estuvieron del todo con él y también por muchos de los que le debían todo, incluido el primer cargo que pudieron escribir en sus tarjetas de visita. El ganador de las primarias de 2018 se ausentó de los primeros actos del cónclave y en el partido, presumiendo de magnanimidad con el caído, decían entenderlo —muchos, aliviados, incluso lo agradecían—. Llegó al pabellón donde este sábado se formalizará la coronación de Feijóo con el tiempo justo para escuchar solo unos pocos del aluvión de piropos a su sucesor, pronunciados durante todo el día por aquellos que hace no tanto se deshacían en elogios hacia él. Cada discurso funcionaba como otro clavo en su ataúd porque todos presentaron al presidente gallego como el salvador del partido, es decir, del casadismo.
La catarsis se celebró en el Fibes, un espacio para congresos y exposiciones en Sevilla con dimensiones de catedral y adaptado a todas las liturgias del cónclave. Porque hubo un entierro, el de Casado, pero también imágenes de boda, y este sábado habrá un bautizo, el de Feijóo como nuevo líder. Su entrada en el recinto, sobre un palio de cámaras y micrófonos, recordaba a la de la novia que llega a la iglesia: por la expectación y por las miradas embelesadas, incluso llorosas, de algunos invitados.
Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete
Por la mañana, sin la presencia incómoda de Casado, el ambiente fue festivo, de reunión de antiguos alumnos. Se abrazaban los apartados tras la derrota de Soraya Sáenz de Santamaría en 2018, como Fernando Martínez-Maillo, excoordinador general; Alfonso Alonso, exlíder de los populares vascos decapitado políticamente a unas semanas de las elecciones autonómicas de 2020, y Javier Arenas, que cuando el PP despertó de las primarias, todavía estaba allí, como el dinosaurio del microcuento de Monterroso. Los que se revolvieron en la silla cuando en enero de 2019 escucharon a Casado decir “el PP verdadero ha vuelto”, después de sustituir a exministros y exsecretarios de Estado sorayistas por polémicos fichajes, regresan ahora decididos a convertir el casadismo en un paréntesis. “Vengo a verle la cara a Casado”, decía, al entrar, una de las apartadas con una sonrisa de oreja a oreja.
El presidente popular ni siquiera aparecía en un primer vídeo proyectado el viernes en las pantallas gigantes del recinto y en el que dirigentes y exdirigentes, incluidos José María Aznar y Mariano Rajoy, relataban los sacrificios que habían tenido que hacer y los insultos que les habían dedicado por pertenecer al partido. Aznar, que hace no tanto decía de él que era “un líder como un castillo”, reforzó, sin querer o no, el ambiente de funeral: “Pablo, dondequiera que esté, gracias”. En este congreso entró por videoconferencia, contagiado de covid. En el último, el que eligió a Casado como presidente, Aznar tampoco estaba, pero en aquella ocasión porque el comité organizador no lo invitó por su “desdén”. El viernes, el expresidente fue recibido en la pantalla con una larga ovación en pie. Todo cambia.
Rajoy fue más cariñoso en sus elogios a Casado, que no fue su favorito para sucederle. “Presidió nuestro partido en momentos de extrema dificultad. Valoro su entrega, su coraje y su entusiasmo al defender nuestras siglas”. También aprovechó para enviar un par de rejonazos a Aznar al reivindicar su lealtad y su nulo afán de protagonismo desde que dejó la presidencia del PP.
Casado dividió su último discurso como líder del PP, de algo menos de 30 minutos, en dos tiempos. Una parte parecía la de un día cualquiera. Hablaba en presente, en plural (“nosotros”) y contra el Gobierno. La otra, en pasado, buscaba reivindicarse. Recordó que era el primer presidente elegido en unas primarias y pronunció la palabra “legitimidad”. Explicó por qué había decidido pasar por el trago del viernes: “Llegué en un congreso democrático y me voy en un congreso democrático”. Aseguró, sonriendo más de lo normal, que tras un inicial “sentimiento agridulce de injusticia”, hoy sentía “una profunda gratitud”. Presumió de haber motivado al partido tras la moción de censura, de la absorción de Ciudadanos y de haberse zafado del lastre de la corrupción. Declaró que dejaba a su sucesor “a las puertas de La Moncloa tras una travesía por el desierto”.
También presumió Casado de haber intentado “dar a cada uno su sitio” porque “todos eran necesarios”, pero muchos de los que precipitaron su salida explican que cayó tan rápido precisamente por haber apartado a tantos. Casado, explicaba uno de ellos, “terminó probando de su propia medicina”. Muy emocionado, concluyó anunciando que renunciaba al escaño y a cualquier responsabilidad en el PP. Y entonces sí se llevó un largo aplauso de sus todavía compañeros.
Contenido exclusivo para suscriptores
Lee sin límites
Source link