Badalona realoja a un tercio de las personas que malvivían en la nave de la calle del Progrés


La mañana siguiente al desalojo de la nave de Badalona (Barcelona), donde el jueves fueron sacados por la fuerza un centenar de personas, en su mayoría migrantes, amaneció con bajas temperaturas. Una treintena de los ocupantes durmieron en la plaza que se extiende frente a la antigua fábrica, una isla entre complejos de pisos de última generación. El concejal del área social del Ayuntamiento de Badalona, David Torrents (Junts), explicó que su departamento había firmado un decreto de urgencia para dotar durante un mes de una “alternativa habitacional” a cerca de 30 miembros de la nave. Esto es aproximadamente un tercio de los que hasta el jueves habían sido sus moradores, muchos de ellos provenientes de una fábrica incendiada en 2020, también en Badalona, en un siniestro que se saldó con cinco víctimas mortales.

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El mayor recelo entre los que allí acampaban era ser identificados —por su situación irregular en España—, pero sobre las cuatro de la tarde, algunos empezaron a desplazarse. Primero hacia las oficinas de Servicios Sociales, para poder registrarse; y posteriormente hacia un albergue al que los derivaron. Registrarse ante cualquier administración es algo que muchos temían desde el principio, por si pudiera suponerles un problema a efectos de su situación migratoria.

Sadiki (Guinea, 31 años) fue de los primeros en marcharse. “Esta noche he pasado frío”, destacó. Había vivido cinco años en la nave y el día del desalojo logró meter sus pertenencias en un carrito de la compra como el que muchos de sus compañeros utilizan para transportar la chatarra que venden y les permite sobrevivir.

Al otro extremo del paseo, desde primera hora, una patrulla de la Guardia Urbana de Badalona vigilaba las tiendas de campaña, la música y las sillas en torno al fuego que habían encendido para calentarse. Fuentes del área social del Consistorio señalaron que la prioridad por el momento son aquellos que ocupaban la nave; y, entre estos, los que estén en mayor situación de riesgo, como los mayores, las mujeres y los más jóvenes.

Durante la mañana del viernes, un grupo ajeno a la nave se sumó a la treintena de personas que habían pasado la noche en la calle. Esto desencadenó en momentos de tensión entre algunos de ellos. “Vienen a robarnos las cosas”, exclamó una de las mujeres que durmieron en la plaza. Babadi (Guinea, 38 años), un habitante de la nave que pudo pasar la noche del jueves en un hostal, lamentó la situación: “Algunos fuman, beben, gritan, pero no todos somos así”. Algunos vecinos que pasaban frente a la nave también se quejaban de la situación.

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Babadi, por su parte, ha conseguido hace 10 días un contrato como cocinero en Mataró, a 30 minutos del centro de Barcelona, y mostraba orgulloso su billete de tren. “Nunca más una nave”, dijo en referencia a la antigua fábrica donde ha vivido los últimos seis meses. Ahora que tiene un contrato, intentará buscar una habitación, algo a lo que no pueden acceder aquellos que no han podido regularizar su situación.

La entidad propietaria de la nave, la Sareb, constituida con mayoría de capital público y que se quedó los activos tóxicos tras el rescate a la banca, empezaba a tapiar la entrada, mientras algunos de sus antiguos ocupantes marchaban a su nuevo destino. En el otro extremo del paseo, pasado el parque infantil, una familia colgaba globos contra la verja de uno de los edificios: preparaban un cumpleaños.


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