En el Mira quién baila estadounidense están haciendo historia, presumen, porque por primera vez en 30 ediciones concursa una pareja del mismo sexo. Obra el milagro JoJo Siwa: youtuber, tiktoker y orgullosa adolescente autodefinida queer con millones de seguidores en edad infantil. Participa, dice, para que “ser quien eres realmente sea más fácil para los niños”.
Primera vez en 30 ediciones. Qué alegría pírrica, pero qué importantes son los modelos en la edad en la que tanto aterra percibirse diferente. Lo sé bien. Pasé la infancia creyéndome única. Preguntándome por qué quien diseñó el universo eligió a una niña rechoncha de un pueblo asturiano para hacer un modelo exclusivo si hasta al ornitorrinco lo había hecho en serie. Pero las pruebas estaban ahí. No había nadie igual en mi universo conocido. Tampoco en los libros de la biblioteca del colegio, y los leí todos. Ni siquiera en Torres de Malory — ¡venga ya, Enid Blyton!—. Tampoco en la televisión que escrutaba impaciente.
Nadie en la casa de los Ingalls, ni en la de Con ocho basta, ni en la Nerja de Verano azul. Hasta que Aitana Sánchez-Gijón se declaró a Ana Marzoa en Segunda Enseñanza y el peso de ser única se desvaneció. Tremenda influencer era Ana Diosdado.
Después llegaron las Ana y Teresa, las Pepa y Silvia, las Willow y Tara, los L Word y las Luimelia y, afortunadamente, también mujeres reales que hicieron creer que habíamos conquistado cierta normalidad. Y entonces un ginecólogo diagnostica la enfermedad de la homosexualidad o una banda cristofascista niega a un instituto un puñado de libros cuyo único delito es poder evitar que algún niño se sienta más extraño que un ornitorrinco y te das cuenta de lo lejos que está la normalidad. Y de lo necesarias que son las JoJo para lograrla.
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