Asturias será probablemente uno de los destinos en recuperar rápidamente a los viajeros españoles en cuanto nos podamos desplazar entre provincias. Paraíso del turismo rural, de las actividades al aire libre y de los deportes de montaña, aquí hay infinitas posibilidades para descansar o para viajar por libre descubriendo sus joyas, tanto naturales como monumentales o gastronómicas. De oriente a occidente y de la costa al interior, estos son 15 rincones (y 15 razones) que te harán desear visitar el Principado.
1. Cumbres gigantes: Picos de Europa
Quien haya estado alguna vez en los Picos de Europa lo confirmará: son una de las zonas de montaña más impresionantes del continente europeo. En este inmenso y bellísimo macizo descansa el corazón sentimental de Asturias, concretamente, en Covadonga, donde se supone que nació un futuro país y donde está enterrado Don Pelayo, primer monarca del Reino de Asturias. Sus laderas se cubren de bosques de robles, hayas y abedules y de rutas de senderismo, que convierten el parque nacional de Picos de Europa en un auténtico paraíso para los amantes de las actividades al aire libre. Sus valles esconden silenciosos pueblos que han mantenido el carácter rural, con una gastronomía sabrosa y peculiar y monumentos que atraen a miles de personas, como el santuario de Covadonga.
Y entre estas montañas relucen como dos espejos de agua los lagos Enol y Ercina, conocidos como los lagos de Covadonga. En realidad, a los lagos de alta montaña habría que sumar un tercero, el Bricial, visible solo en primavera gracias a las aguas del deshielo. Los lagos son un lugar realmente especial, que incluso merecen la pena en una visita rápida como hacen sus casi dos millones de visitantes anuales, aunque lo suyo es dedicar más tiempo para explorar alguno de los muchos senderos de la zona. La manera más fácil de visitarlos es siguiendo el recorrido circular de 3 kilómetros, apto también para familias, que pasa por los lugares imprescindibles de la zona.
A unos 20 minutos en coche está el santuario de Covadonga, destino obligado de peregrinación de creyentes y de amantes de la historia. Además de la Cueva Santa y de la basílica, alberga muchas otras maravillas artísticas y arquitectónicas.
Refugio de la Vega d’Urriellu, en los Picos de Europa. matt griggs ALAMY
2. Montañas míticas: el Naranjo de Bulnes
Aunque no es la cumbre más alta de los Picos de Europa, el Naranjo de Bulnes (en asturiano, Picu Urriellu), con sus 2.519 metros es, sin duda, la más simbólica. Es una montaña de perfil muy peculiar, de roca caliza y alzada en el centro del macizo, pero la razón por la que ha entrado en la mitología del alpinismo mundial son los 550 metros de pared vertical de su cara Oeste, que durante décadas fue un desafío imposible para los escaladores. De hecho, no fue hasta 1962 (casi 60 años después de que por primera vez fuera pisada su cumbre, por Pedro Pidal y Gregorio Pérez El Cainejo, un 5 de agosto de 1904) cuando la histórica cordada aragonesa formada por Alberto Rabadá y Ernesto Navarro trazó la primera ruta que surca este imponente paredón. Desde entonces se han abierto más de 70 vías y cada verano son muchísimos los amantes de la escalada que se acercan para intentar conquistarlo.
La garganta del río Cares, que discurre entre Asturias y León (en la imagen). Aidart Getty Images
3. La vertiginosa senda del Cares
Esta senda que se adentra en el corazón de los Picos de Europa es una de las más espectaculares rutas de senderismo del norte de España. Son unos 12 kilómetros a lo largo de la encajadísima garganta del río Cares, conocido como la “garganta divina”, uniendo los pueblos de Poncebos, en Asturias, y Caín, en León.
Las vistas son increíbles, y además es un camino apto para toda clase de excursionistas (es recomendable que los niños sean mayores de 12 años), ya que discurre en llano, a excepción de un pequeño tramo inicial. Hasta mediados de la década de los cuarenta la ruta no existía: era solamente una estrecha y peligrosa senda entre los dos pueblos, la única practicable durante las nevadas. Ya a principios de este siglo se construyó un canal de alimentación de agua, formado por 71 túneles, para abastecer la central hidroeléctrica de Poncebos, y pronto las continuas necesidades de mantenimiento hicieron que fuese necesario ampliar el camino. El resultado es esta panorámica senda que hoy atraviesa galerías, impresionantes pasarelas de madera, edificios abandonados y puentes.
Casi la toda la ruta se encuentra a unos 100 metros de altura sobre el nivel del río (no es aconsejable para quien sufra vértigo), por lo que solo se puede bajar al cauce del Cares en dos puntos: al principio y al final de la ruta, poco antes de llegar a Caín. Allí, las piscinas naturales excavadas en la roca son ideales para un refrescante chapuzón.
De vuelta a Poncebos, si el día está despejado, merece la pena subir en coche hasta la aldea de Camarmeña por una sinuosa carretera que conduce hasta un romántico mirador en el punto más alto de la localidad. Frente a nosotros, una magnífica imagen del Naranjo de Bulnes, como preparada para una foto espectacular.
El pueblo de Abiegos (a la izquierda), en el parque natural de Ponga. Witold Skrypczak ALAMY
4. El oasis natural de Ponga
En medio de un paisaje protegido entre montañas y bosques de hayas, a una media hora en coche al sur de Cangas de Onís, Ponga es parada imprescindible en todo viaje a los Picos de Europa. El parque natural de Ponga está cubierto por una extensa red de rutas de senderismo que van pasando por aldeas y poblados de inesperada belleza. Como Beleño, su capital, una deliciosa aldea rural dominada por la iglesia de San Juan (del siglo XVII) y salpicada de casonas del siglo XX. Aquí está el centro de interpretación del parque natural, donde el viajero puede hacerse una idea del espacio protegido y obtener consejos y mapas de las rutas. Los adictos a la adrenalina deben visitar Vidosa Multiaventura, un parque con tirolinas, vias ferratas y recorridos variados.
La Universidad Laboral, reconvertida como centro cultural en Gijón. Christophe Boisvieux Getty Images
5. Gijón, la ciudad reinventada
No es la capital del Principado, pero sí la ciudad más poblada de Asturias. Con una tradición industrial y portuaria a sus espaldas, hace ya años que Gijón se renovó por completo y se reconvirtió en una de las ciudades con mejor nivel de vida de España y en un gran destino para visitantes. Y es que tiene un poco de todo: románico, vanguardia urbana, aires marineros…
Gijón resulta en conjunto una ciudad vital y alegre, con estrechas calles que se asoman al Cantábrico salpicadas de sidrerías, con museos interesantes y, sobre todo, con unas largas playas para adictos a las olas, tras las que quedan paseos elegantes flanqueadas de palacios señoriales. El paseo marítimo y la playa de San Lorenzo son lugar de paseo habitual de los gijonenses.
Uno de los lugares más sorprendentes es la Universidad Laboral, que en su día fue el edificio más grande de España, fundado en 1948 como orfanato para los hijos de los mineros fallecidos en accidentes. Años después trasmutó a Universidad Laboral (llegó a tener más de 3.000 estudiantes a cargo de los jesuitas) y en 2007 fue convertida en un estimulante centro cultural. Esta gran ciudadela clasicista a las afueras de la ciudad resulta sobrecogedora por su tamaño, con una inmensa plaza, una iglesia elíptica y una vertiginosa torre. Hoy, tras una amplia reforma, funciona como marco para conciertos, exposiciones, espectáculos y proyecciones.
Pero la tarjeta de visita de la ciudad es la plaza del Marqués, asomada al puerto deportivo, flanqueada de terrazas y con el imponente palacio de Revillagigedo, edificado entre 1704 y 1721, de estilo barroco. Esta comunica a través de un gran arco con la playa Mayor, donde se encuentra el Ayuntamiento. Hay quien prefiere hacerse la foto de recuerdo en las “Letronas”, unas grandes letras de acero macizo pintado en rojo que forman la palabra Gijón, que desde que se instalaron en 2011, junto al puerto deportivo, se han convertido en uno de los monumentos más famosos de la ciudad.
Los que prefieren lo clásico, tienen como visita obligada el Museo Casa Natal de Jovellanos, en una elegante casona de piedra del siglo XV, donde en 1744 nació el ciudadano más famoso de Gijón. Para vistas espectaculares, mejor subir al Cerro de Santa Catalina y contemplar tanto la bahía como la propia ciudad. Un poco más arriba, se alza la gran escultura de hormigón de Chillida, conocida como el Elogio del horizonte. Situándose en su centro, el eco del Cantábrico resulta impresionante.
La localidad asturiana de Vegadeo. Joana Kruse alamy
6. El extremo Oeste. La Asturias de interior
En la costa cantábrica, en la frontera con Galicia, Vegadeo sirve de puerta de entrada hacia el interior del Oeste extremo, una región increíble para los amantes de la naturaleza: cubierta por frondosos bosques que esconden aldeas dormidas en el tiempo, que nos llevan hasta uno de los grandes centros mineros asturianos: Cangas de Narcea. Vegadeo, asomada al río Eo, es una parada imprescindible de quienes hacen el Camino de Santiago por la costa, que se detienen a ver sus palacios, sus iglesias y su entorno natural.
Hacia el interior, nos encontramos la Asturias más rural y auténtica, con lugares como Taramundi, una aldea pionera en el turismo rural asturiano que siempre ha tenido fama por sus cuchillos. Todavía más al interior, nos asalta la belleza de Santa Eulalia de Oscos, rodeada de aldeas, bosques, riachuelos y pintorescas cascadas. Grandas de Salime es otra parada obligada de esta desconocida Asturias de interior. Su Museo Etnográfico es el más completo e inesperado del Principado se esconde entre las estrechas calles de esta villa rural. Ya en Cangas de Narcea, a unos 145 kilómetros de Vegadeo, su casco histórico esconde joyas arquitectónicas como la colegiata de Santa María Magdalena, barroca y asimétrica, el Palacio de Omaña, elegante y señorial, o el puente colgante sobre el río Narcea, que se suele mover bastante cuando hay viento y da bastante vértigo. Pero además, Cangas es famosa por su vino, así que los sibaritas tienen una razón más para parar aquí y visitar alguna de sus bodegas, como la del Monasterio de Corias. Un lugar que es perfecto para disfrutar del silencio de los bosques, el perfume de la naturaleza y las actividades al aire libre.
Cudillero, un pueblo de pescadores. japatino Getty Images
7. Playas y villas marineras del Cantábrico
El paseo por la costa de Asturias desde Gijón hasta el límite con Galicia no puede ser más espectacular. Si vamos en coche podremos hacer una ruta maravillosa, parando en ciudades y pequeñas villas marineras, y explorando la costa desde lo alto de los acantilados.
Encontraremos lugares como Luanco, a tan solo nueve kilómetros del cabo de Peñas, el promontorio más septentrional de la región, con su faro y su centro de interpretación y muchas sendas costeras para descubrir espectaculares vistas desde sus acantilados a más de 100 metros sobre el mar. Además, Luanco es uno de esos pueblos de tradición marinera tan típicamente cantábricos que recupera su pasado en el agradable Museo Marítimo de Asturias, perfecto para quienes soñaron de niños con convertirse en lobos de mar. También es un lugar de paso para llegar a la tercera de las grandes ciudades asturianas, Avilés, antes de seguir por la costa hasta Cudillero, uno de los pueblos más bonitos de España según todas las encuestas populares, con un anfiteatro de casas que rodean la plaza principal y empinadísimas cuestas que suben a sus miradores. Este pueblo es el icono del turismo asturiano, esa postal que encontramos en todos los folletos turísticos.
En la plaza Marina, donde antes se tejían las redes y se descargaba el pescado, los visitantes abarrotan los restaurantes y bares. Y en lo alto del acantilado, el faro sigue orientando a los buques que surcan el Cantábrico. En esta zona de la costa encontraremos algunas de las playas más bellas de Asturias, como la deslumbrante playa del Silencio, abrazada por un alto acantilado, o el arenal de Aguilar, larga y de arena fina y dorada.
Con el mismo espíritu marinero encontramos, a unos 40 kilómetros al oeste de Cudillero, Luarca, acurrucada alrededor de su puerto pesquero. Se considera la más blanca de las villas de la Costa Verde, con una panorámica atalaya coronada por un faro y una antigua capilla desde la que se domina la ensenada. Lo más bonito sin duda es el puerto, que en verano se convierte en un ir y venir de vecinos y visitantes en torno a sus bares. Luarca es también famosa por tener uno de los jardines botánicos más extensos de Europa, los jardines de Fonte Baixa, un capricho vegetal de un ilustre panadero de la zona con unas 500 especies de plantas de todo el mundo.
En Puerto de Vega, un pueblo tranquilo y coqueto asomado a un embarcadero, podemos hacer una pausa gastronómica y saborear la cocina marinera asturiana. Y en el valle del Navia llega el momento de acercarse a la Edad de Bronce en el Castro de Coaña, el más importante de la región. Estamos ya cerca de Castropol, en un montículo que domina la ría del Eo allí donde acaba Asturias.
El castro de Chao Samartín, un yacimiento de la Edad de Bronce (siglos IX-VIII a. C.), en Grandas de Salime (Asturias). GONZALO AZUMENDI Getty Images
8. El parque histórico de Navia
Un enorme parque arqueológico, etnográfico y cultural se extiende por la cuenca del río Navia, desde Grandas de Salime hasta el Cantábrico, y su principal atracción es el castro de Coaña, uno de los mayores asentamientos de la Edad del Bronce que existen en el Principado.
El Navia es uno de los ríos más importantes de la cornisa cantábrica. Nace en Lugo (Galicia) pero atraviesa por completo el Principado de sur a norte, para desembocar en el mar tras 159 kilómetros de rápido y lineal recorrido. Su curso alberga nueve concejos asturianos, cuyo patrimonio cultural, histórico, artístico y medioambiental forma parte del Parque Histórico del Navia, una red museística que cuenta con 15 espacios expositivos, 18 yacimientos arqueológicos y decenas de lugares de interés, tanto arquitectónicos como paisajísticos. Para recorrerlo con un poco de criterio, se han diseñado tres itinerarios temáticos: Los primeros pobladores, Los señores de las casas-palacio e Historias del mar, cada uno con su propio punto de partida, respectivamente: Grandas de Salime, Tapia de Casariego y Puerto de Vega. Sin embargo, el parque se puede recorrer también por libre, sin ceñirse a ninguna ruta predeterminada. En cualquier caso, es de una belleza deslumbrante.
Un hórreo en el pueblo de Espinaredo, en la sierra del Bedular (Asturias). Joaquin Ossorio-Castillo ALAMY
9. Un salto al pasado en la aldea de Espinaredo
A unos 25 kilómetros de Nava, a lo largo de una estrecha carretera que pone a prueba a los conductores más hábiles, Espinaredo es una de esas paradas imprescindibles para los amantes de las tradiciones. Además de ser uno de los pueblos más encantadores de Asturias, perfecto también como base para excursiones, esta aldea posee la mayor concentración de hórreos y paneras de la región. Para verlos por dentro hay que pedir permiso a los propietarios, pero perdiéndose entre las bajas casas de piedra o siguiendo los paneles con las explicaciones sobre el uso de cada una (las paneras son más grandes y elaboradas que los hórreos y servían para almacenar el pan) es posible tropezar con una verdadera pieza de arqueología rural: un hórreo de 1548.
Santa María del Naranco, una iglesia prerrománica patrimonio mundial en Oviedo. Joaquin Ossorio-Castillo ALAMY
10. La real ciudad de Oviedo
Es la capital señorial de Asturias y, sobre todo, una ciudad de calles empedradas y silenciosas, llena de iglesias, palacios y museos. Y a tiro de piedra, quedan lugares como Langreo y Mieres, con su pasado minero e industrial, o Nava, capital de la sidra. Oviedo guarda el señorío que le da la tradición capitalina y el poder presumir de una bella catedral. Se empezó a construir en el siglo XIV, demoliéndose la anterior basílica románica y prerrománica, y se finalizó a mediados del siglo XVI con el remate de una torre gótica que aún hoy se alza sobre el perfil de la ciudad. En su interior, guarda un tesoro en la Cámara Santa. Las otras grandes joyas históricas de Oviedo están a pocos kilómetros de la ciudad, en las laderas del monte Naranco: el palacio – iglesia de Santa María del Naranco y la iglesia de San Miguel de Lillo. Los dos son prerrománicos, edificados hace más de mil años, y declarados patrimonio mundial por la Unesco en 1985. Fueron levantadas por uno de los primeros reyes asturianos, Ramiro I, y todavía hoy son un prodigio de equilibrio arquitectónico, y nos hablan de la historia más antigua de la Reconquista. La iglesia de San Julián de los Prados, al este del casco histórico, cierra el triángulo del prerrománico ovetense, con una rica decoración de motivos geométricos y una elegante planta basilical.
De vuelta a la ciudad hay que pasear por el casco histórico o por la plaza de la Constitución, con el elegante palacio barroco del Ayuntamiento y la iglesia de San Isidoro el Real. Cerca de la catedral está la Universidad, con una sobria fachada y muchas historias y mucha historia en su interior. También podemos echar un vistazo al Museo de Bellas Artes de Asturias, el principal escaparte del arte de la región, instalado en un complejo formado por tres edificios monumentales en el centro de Oviedo, con una riquísima colección de obras que abarcan más de ocho siglos. Y nos queda todavía pasear por la calle Uría y por Palacio Valdés, asomarnos al mercado El Fontán o probar una buena sidra en la calle Gascona, conocida como el bulevar de la sidra. Y también pasar una velada en el Teatro Campoamor, donde cada año se entregan los premios Princesa de Asturias.
El Pozu Espinos, en el valle minero asturiano de Turón. territorio minero
11. La ruta minera
Asturias reivindica su minería como una de sus señas de identidad. Incluso hay una especie de ruta minera con la que se pueden recorrer los principales lugares de la cuenca asturiana. Se puede comenzar en el valle de Turón, en el concejo de Mieres, para terminar en Langreo y sus grandes instalaciones industriales, después de serpentear por los estrechos valles al sur de Oviedo.
La visita al valle del Turón arranca de las inmediaciones del pozo Santa Bárbara y recurre a la antigua trinchera del ferrocarril de vía estrecha por la que se accede al socavón de La Rebaldana (de finales del siglo XIX), el Pozu Espinos (un extraordinario ejemplo de explotación hullera de 1920 y donde se puede acceder a la torre de extracción) y llega hasta el espectacular polvorín de 1966 de Fortuna. Parada aparte merece también el monumento Pozo Fortuna, que durante la Guerra Civil fue convertido en fosa común para entenebrar a más de 300 fusilados. Un gran monumento y un aula didáctica cuentan la historia política y minera de este simbólico lugar. La zona se puede visitar por libre o en visitas guiadas que organiza la empresa Territorio Museo (Información y reserva previa en 985 42 21 85 e info@pozuespinos.com).
La inmersión total se produce en la cercana Mieres, la capital de la minería asturiana, con sus eclécticos edificios de principios del siglo XX. A pesar de ser el centro más grande e importante de la zona minera, a solo unos 20 kilómetros de Oviedo, en su entorno natural formado por estrechos valles sobreviven pueblos ganaderos donde resulta fácil encontrar hórreos y también chigres en los que probar una buena sidra.
Muy cerca, el poblado minero de Bustiello fue un experimento social y urbanístico que llevó a cabo la Sociedad Hullera Española a finales del siglo XIX. Construido por voluntad de su propietario, el marqués de Comillas, este pintoresco enclave es uno de los ejemplos más interesantes de paternalismo industrial del siglo pasado. Aquí vivían los trabajadores, pero también los mineros, entre los que se abrió paso el socialismo.
La ruta sigue por el llamado Paisaje Protegido de las Cuencas Mineras. Un trenecito traqueteante entra en las profundidades de la tierra para descubrir el Ecomuseo Minero Valle de Samuño y, poco más adelante, en El Entrego, se encuentra el interesante Museo de la Minería y la Industria de Asturias, que también recrea una galería minera, tal y como han sido hasta hace bien poco. Su complemento es el museo de Langreo, unos kilómetros más adelante, dedicado a la Siderurgia de Asturias, que muestra para qué se usaba el carbón de la cuenca hullera.
Extremo del paseo de San Pedro, frente al dique portuario de Llanes. Jaime Franch ALAMY
12. Días de cine en Llanes
Asturias mantiene un largo idilio con el cine y las series de televisión. En el Principado han encontrado sus escenarios perfectos algunos directores como José Luis Garci, Gonzalo Suárez y Woody Allen, que decidió rodar allí parte de su Vicky, Cristina, Barcelona. En Llanes, Juan Antonio Bayona filmó El Orfanato en una villa costera en la que se han rodado secuencias de hasta 18 largometrajes, un corto y tres series de televisión. Por ello se ha creado la ruta cinematográfica Llanes de Cine, con 25 localizaciones, para que los cinéfilos pueden seguir sus pasos con una serie de paneles diseminados por las calles y sus alrededores, como el paseo de San Pedro, el puerto, la capilla de la Magdalena y muchos más. El recorrido, que puede hacerse en tres tramos —algunos andando y otros en coche— comienza en el propio Llanes, justamente en el paseo de San Pedro, donde José Luis Garci rodó Historia de un beso (2002).
Pero en Asturias hay muchas más referencias cinematográficas además del rodaje de una parte de El Orfanato (2007) en la plaza Parres, el Palacio de Partarriú y la senda costera de Poo. Garci filmó secuencias de You are the one (2000) en las playas de Cuevas del Mar, en la cercana Villanueva. Mención especial hay que hacer a Gonzalo Suárez, un director que ha hecho del Principado su plató preferido y ha rodado nueve películas en su tierra natal, y especialmente en Llanes: Parranda (1977), Epílogo (1984), Remando al viento (1988), El detective y la muerte (1994), Mi nombre es sombra (1996) o El portero (2000) se rodaron tanto en playas como pueblos de la zona. Otros directores asturianos prefirieron escenarios mineros, como José Antonio Quirós, y su Pídele cuentas al rey (1999), o Tom Fernández, en La torre de Suso (2007), que rodaron en las cuencas hulleras de El Caudal.
Las series de televisión también han hecho una propaganda impagable de los paisajes asturianos, desde algunas clásicas como Los jinetes del Alba de Vicente Aranda o, más recientemente, Doctor Mateo en Lastres y La Señora, que se recreaba en sus playas y sus acantilados, pero también aprovechaba sus magníficas casas de indianos, e incluso su tradición histórica minera.
13. El reino del oso pardo
Un oso en el parque natural de Somiedo (Asturias). Hemis ALAMY
La Asturias más rural y alejada de la costa es la fronteriza con León, en torno al parque natural de Somiedo y el salvaje bosque de Muniellos, territorios donde todavía vive el oso pardo. Es una zona llena también de sorpresas artísticas y arquitectónicas con villas como Cangas del Narcea y Tineo, Salas y Grado en la periferia, antes meternos de lleno en el parque. Y todo entre una naturaleza espectacular y aldeas medievales.
La joya de la zona es el parque natural de Somiedo, donde se pueden dar largos paseos entre lagos y brañas, antiguas estancias de los vaqueiros trashumantes. Si se va con tiempo, es imprescindible recorrer la Senda del Oso, una pista apta para todos los públicos que atraviesa zonas habitadas por el oso pardo. Son casi 60 kilómetros y se ha convertido en la vía verde más transitada del norte de la Península. Se puede hacer en bicicleta y andando, en familia o en solitario y a lo largo de la vía verde se pueden ver osos pardos. Atraviesa cuatro concejos: Quirós, Santo Adriano, Proaza y Teverga, que componen la denominada comarca de los Valles del Oso. Proaza es un lugar magnífico para el excursionismo, cuya joya más brillante es la aldea de Bandujo, a la que se llega por sinuosa carretera flanqueada por un bosque. Son unas pocas casas de piedra entre las que sobresale un inesperado conjunto medieval que se remonta al siglo VIII, cuando se fundó el poblado, constituido por un palacio, un gran torreón cilíndrico y la iglesia de Santa María. Pasear por la aldea, detenerse a curiosear entre corrales y huertas, y luego adentrarse en el bosque que rodea el caserío es una experiencia única.
La reserva natural de Muniellos, entre los concejos de Cangas del Narcea e Ibias. JUAN CARLOS MUÑOZ ALAMY
14. El bosque mágico de Muniellos
Muniellos es el mayor robledal de España y está declarado Reserva de la Biosfera. Aquí viven osos, lobos, urogallos y algunas especies únicas que hacen muy frágil el ecosistema. Tanto, que se ha limitado el acceso a solo 20 personas cada día, a los que se permite recorrer sus fantásticos senderos. Hay que confirmar la reserva con mucho tiempo.
El milenario bosque de Muniellos es una reserva natural integral de 59 kilómetros cuadrados en el concejo de Cangas del Narcea que está protegida desde 1982, cuando después de tres siglos de explotación para abastecer los astilleros de la Armada Española fue adquirido por el Principado. Los afortunados 20 visitantes diarios solo pueden recorrer dos sendas, que arrancan del centro de visitantes instalado en la antigua casa del guardia. La ruta del río (15 kilómetros ida y vuelta) sigue el cauce del Muniellos y atraviesa por completo el bosque. La ruta de Fonculebra (18 kilómetros y con un recorrido) es más estrecha y elevada y permite disfrutar de unas impresionantes vistas del valle de Piélagos. Si se hace en otoño, las vistas resultan de un increíble color dorado mezclado con ocres en distintos tonos. Muniellos es uno de esos bosques mágicos del norte peninsular en los que no extraña escuchar extrañas historias y leyendas.
El Centro Niemeyer en Avilés. View Pictures / Universal Images Getty Images
15. Avilés
Mantiene su fama de ciudad siderúrgica, pero Avilés ha cambiado mucho y hoy presume de ser uno de los destinos turísticos más interesantes del Principado. Su símbolo es el Centro Niemeyer, un original complejo asomado a la ría, inaugurado en 2011 y firmado por el arquitecto brasileño que le da nombre. Avilés ha renovado además su casco histórico, en el que con solo callejear un poco descubriremos asombrosas iglesias y palacios, un interesante museo y un agradable paseo junto a la ría.
El centro neurálgico de todo es la plaza de España, presidida por el palacio barroco del Ayuntamiento y sus soportales de 11 arcos para proteger de la lluvia y el sol a los paseantes, y por elegante palacio del Marqués de Ferrera, reconvertido en hotel de lujo. Pero la calle más emblemática de la ciudad es Galiana, que arranca frente a la también simbólica iglesia de San Nicolás de Bari. Escoltada por largos y pintorescos soportales (con 242 metros ostenta el récord de longitud de España), que la dividen en dos, una de losetas para las personas, la otra empedrada para el paso del ganado, la calle fue usada durante siglos por los artesanos avilesinos para trabajar y exponer sus mercaderías. Actualmente los pórticos dan cobijo a las terrazas de varios bares, mientras que por carnaval (el Antroxu) esta vía se convierte en un río de espuma en el que se celebra el acto culminante de la fiesta, el Descenso Fluvial.
Símbolo también del cambio de rumbo de la ciudad, la ría ha esquivado su fatal destino como vertedero en los años de desarrollo industrial y hoy es uno de sus mejores rincones, un agradable paseo peatonal de tres kilómetros que se llena cada fin de semana de familias y deportistas. El final del paseo puede ser el panorámico faro de San Juan, adornado con varias esculturas de acero realizadas utilizando los materiales de desecho de una industria siderúrgica de la zona.
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