Bares añejos de Sevilla: un patrimonio en peligro por la pandemia


Hay bares en Sevilla a los que peregrinan cada día decenas de hispalenses como si de la ermita del Rocío se tratase. Igual que en el camino a la aldea, a estos parroquianos los guía un sentimiento de apego difícil de explicar, inefable. Y si aquellos lo hacen por amor a la virgen, estos solo van en busca de cerveza. Porque el punto común de estos locales sevillanos es ese: que sirven Cruzcampo y poco más; la carta es un telegrama. Y también durante años, como los ateos, muchos se han preguntado qué tendrán estos sitios para atraer a tantísima gente.

Todos estos establecimientos comparten además el sabor rancio del local. Hay alcayatas que llevan sujetando el mismo cuadro desde 1940, carteles cofrades de color pardo, cuentas con tiza en el mostrador, botellas llenas de polvo y, señal inequívoca de pureza tabernera, serrín en el suelo. De comer, altramuces o frutos secos con la cerveza y alguna tapa fría cortada al momento. Nada más. O nada menos, claro, porque con esta escueta propuesta hay bares como Casa Vizcaíno, Casa Coronado o El Tremendo, que han triunfado durante décadas en la capital de Andalucía y que hoy, en medio de una pandemia, solo desean sobrevivir.

Casa Vizcaíno, el paradigma de estos locales

Una de estas basílicas cerveceras es Casa Vizcaíno, situada desde su fundación en 1934 en la céntrica y popular calle Feria. Más de 80 años después, todo sigue igual allí. “Nuestro local se mantiene casi intacto desde que se montó en los años 20 como tienda de telas. Se conservan parte de los azulejos, las columnas, la madera de la calle… Tiene ese toque añejo de la Sevilla antigua”, explica Curro Lappí, camarero de esta popular taberna en la que sirven también vermut de la zona del Condado de Huelva.

Pero no crean que el Vizcaíno solo lo frecuentan hombres de bigote hirsuto y oyentes de COPE, qué va: a estos bares castizos acude desde el rapero underground hasta la pareja de jubilados estándar. Prueba de lo heterogéneo de su clientela es la mención que hace Califato ¾, un grupo joven que mezcla música electrónica con folclore andaluz, en su tema Alegríâ de la Alamea: “Yo le pedí una caña,/ y el Vizcaíno/ en vez de aceitunitas,/ puso chochitos”, cantan, a lo que luego añade uno de sus vocalistas, “¡Ese Vizcaíno!, que lleva 50 años con su malaje sobreviviendo a la gentrificación”. Lo dicho, que allí se junta gente de toda edad y clase.

Quizá este establecimiento de la calle Feria es el más reconocido de los que forman esta lista. Su fama trasciende lo hostelero para convertirse en un símbolo más de la Sevilla pura, esa que está alejada de los paseos turísticos, la que conocen y disfrutan solo los nativos y los hijos adoptivos. A tanto llega su popularidad, que además de aparecer en canciones de música electrónica, se venden camisetas con un dibujo de su fachada. Alfredo Rodríguez, artista y autor del diseño, cuenta que el Vizcaíno fue la primera lámina que pintó, la que más vende y la que escogió cuando una marca le propuso estampar en la ropa una de sus creaciones: “Casa Vizcaíno es el más querido de todos. Es un bar con personalidad propia y con un gran componente emocional para mucha gente”, comenta Alfredo.

Para Curro Lappí, entrar a trabajar en el Vizcaíno fue como para Ansu Fati debutar con el Barça. Él era uno de esos parroquianos -Curro, no Ansu- a los que hoy tira cervezas, hasta que se quedó en el paro y el dueño de la tasca le ofreció un empleo como fregavasos. “Empecé recogiendo y limpiando los vasos hace siete años y luego ya pasé a camarero de barra. Para mí fue un orgullo entrar a forma parte de un bar tan emblemático como Casa Vizcaíno, es un premio que me ha dado la vida”, confiesa Curro. Hoy muestra orgulloso el bordado con el nombre del local que lleva en la camisa corporativa. Un premio.

Amarás la Cruzcampo sobre todas las birras

Los comerciales de Mahou o Estrella de Galicia no se acercan con suculentas sillas de plástico o servilleteros a estas cervecerías, saben de sobra que es un territorio reinado por Gambrinus. “Si nosotros cambiamos de marca de cerveza nos pueden fusilar en la plaza. Sin Cruzcampo esto no sería Casa Vizcaíno, igual que Coronado no sería Coronado”, comenta Lappí.

Pese a que la multinacional neerlandesa Heineken compró Cruzcampo en 1999, en la ciudad aún perdura un sentimiento de identificación muy grande con la firma. “Sevilla no es una ciudad cervecera, es una ciudad Cruzcampera. Aquí no hay un culto por la cerveza, hay un amor por una marca como el que tienen por su equipo de fútbol”, apunta Álvaro Ochoa, periodista de la sección Local de Diario de Sevilla. Solo así se entiende que estos bares prefieran cerrar antes que cambiar el grifo y traicionar a sus clientes. “Estos locales la sienten como suya también. Son prescriptores, embajadores de nuestra empresa, y para nosotros eso es un orgullo”, dice Fernando Carrión, jefe de ventas de Heineken en Sevilla.

Y en contra de lo que algunos gambrinufóbicos puedan pensar, estos locales ponen cañas casi sin cerrar el grifo, como demuestra este vídeo en el que un camarero de Casa Coronado no para de tirarlas durante más de un minuto. “Coronado es el bar, creo que de toda España, que despacha más litros de cerveza en proporción con los metros cuadrados. Es imposible servir más cerveza en un espacio más chico, imposible”, asegura el periodista Álvaro Ochoa. Este local situado cerca de la Puerta de la Carne tiene una oferta aún más minimalista que el Vizcaíno: dos camareros, Cruzcampo y altramuces o cacahuetes. Esto hace aún más inexplicable que apareciera en 2019 en la lista de lugares de mayor consumo de Cruzcampo en la ciudad, según recoge este artículo de Diario de Sevilla.

Para poner en contexto las cifras de venta, de media en España un bar despacha aproximadamente 4.000 litros en un año, 333 al mes, un volumen que algunos de estos establecimientos sevillanos pueden hacer en un solo día, según apunta Fernando Carrión. Este dato lo corrobora Curro Lappí, que asegura que en un buen fin de semana llegaban a tirar hasta ocho barriles de 50 litros diarios, esto es, unos 1.200 del viernes al domingo. El tirador, os podéis imaginar, bien parecería el cañón de una presa.

La pandemia contra la pureza

El modelo de negocio de estas tascas se basaba, antes de que llegase el coronavirus, en la bulla y en el estar de pie en la terraza. Nada de mesas bajas, tranquilidad o degustación, la cerveza se bebía deprisa. “Son sitios que miran a la calle, que no se entienden con la puerta cerrada. Eso, con un clima tan bueno como el de Sevilla, es posible”, comenta Ochoa.

Hace algo más de un año era habitual ver las puertas de Vizcaíno, Coronado o del Tremendo abarrotadas, casi sin espacio para pasar por la acera. “La calle era nuestro negocio, la gente no concebía el Vizcaíno sin ella. Toda la plaza de los Carros era nuestra, parecía una feria”, rememora Curro Lappí. Eso era antes, claro, ahora con las restricciones es imposible volver a ver esas escenas. Y frente a esta situación, han tenido que reinventarse y poner algunas mesas en el interior y ampliar aquella escuálida carta añadiendo montaditos, mojama y chacinas. Estos cambios, por supuesto, no han sido la panacea, y aquellos ocho barriles de cerveza se alargan como nunca.

No obstante, hay otros bares que ni siquiera han podido adaptar su negocio. Recogieron el toldo una tarde de marzo, y hasta hoy. “Casa Eme, uno de esos locales míticos de Sevilla, tuvo que cerrar tras el confinamiento. El dueño me ha dicho que hasta ha vendido el edificio y que lo van a echar abajo”, declara el dibujante Alfredo Rodríguez. Asimismo, El Tremendo, otros de los que sacaba cerveza cada mediodía a ritmo de Oktoberfest, no ha vuelto a abrir desde el inicio de la pandemia. De nada sirvió la nota que le pegó en el cristal el verano pasado un vecino, que decía: “Estimado personal de El Tremendo, espero que estén bien, por el bien del barrio ruego que abran ya el bar. Haga usted el favor”. Ocho meses después, su deseo aún no se ha cumplido.

Por suerte todavía resisten varios bares rancios de fervor popular. “Con el tema de la pandemia nos han “matado” varias veces, pero aquí vamos a estar al pie del cañón hasta que Dios quiera”, dice el camarero del Vizcaíno Curro Lappí. Ojalá que aguanten, y que dentro de unos años, cuando ya no se vean mascarillas, alguien vuelva a preguntarse al pasar por su puerta qué tendrán estos lugares para atraer a tantos sevillanos. Ojalá.




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