El Bayern que se enfrentará al Villarreal en La Cerámica el próximo 6 de abril, en la ida de los cuartos de final de la Champions, no avanza como la trituradora que arrasó a tantos grandes equipos durante las dos últimas temporadas. Apenas le saca cuatro puntos de ventaja a un Dortmund que tampoco es el rodillo competitivo de sus mejores épocas y desde Múnich llegan rumores de disonancia. La sucesión de Karl-Heinz Rummenigge a Oliver Kahn en la dirección del club no ha sido recibida de buen grado por el vestuario, y a Julian Nagelsmann tampoco le ha resultado tan sencillo recoger el testigo del perspicaz Hansi Flick al frente del banquillo.
Mientras que Flick se distinguió por su mano izquierda, fundamental para estimular a los más veteranos a sumarse a la causa de la presión constante y a la defensa adelantada, el discurso de Nagelsmann no ha encontrado la sintonía justa. Incuestionable por sus dotes como táctico, el entrenador bávaro, de solo 34 años, entró al vestuario con intenciones revolucionarias, según cuentan los testigos. Durante sus primeras semanas en el cargo, en el verano y el otoño pasados, lo que trasladó a los jugadores fue una evidente intención creativa. Daba la impresión de pretender ganar los partidos desde la pizarra. Se sentía protagonista y cuando los jugadores no respondían en los partidos, desde la zona técnica hacía evidente su disgusto. De puertas afuera, los veteranos como Kimmich, Müller y Lewandowski, celebraron la aparición de un entrenador meticuloso y futbolero. De puertas adentro, insinuaron que se creía demasiado importante. Al fin y al cabo, tenía la misma edad que ellos y no había ganado nada.
Nagelsmann intenta dar con la tecla. Advertido por el club, ahora escucha más a los veteranos. Pero los empates contra el Bayer Leverkusen (1-1) y el Hoffenheim (1-1) revelan problemas de interpretación y actitud. La clase de evidencias que los futbolistas plasman sobre el campo cuando se sienten descontentos. Esto para el Bayern, que no ganó el sextete en 2020 por su virtuosismo técnico sino merced a la capacidad colectiva de sacrificio, supone bajar unos cuantos peldaños. Si en sus mejores días el equipo compitió elevando el sentido de la generosidad y el orden para atormentar a sus adversarios a base de una presión adelantada y unos desmarques salvajes, ahora esos principios parecen difuminarse.
Este Bayern sigue siendo un equipo temible en el escenario de la Champions, más aun contra rivales que circulan el balón a un ritmo lento, como el Villarreal. Pero ya no es tan implacable en las transiciones porque incurre en episodios de desconcentración, los esfuerzos pierden continuidad, y en las zonas aledañas al balón aparecen jugadores que no están activos. El espíritu de los indolentes Sané y Gnabry se ha apoderado por momentos del sentimiento general estajanovista que un día transmitieron Kimmich, Müller o Lewandowski. Precisamente Lewandowski, que sigue marcando goles, ha filtrado en las últimas semanas que aguarda con impaciencia una oferta de renovación que no llega. Kahn le da largas y amenaza con alterar el sentimiento de vinculación que hasta hace poco unía a la plantilla con la institución. El fichaje de Süle por el Borussia Dortmund, revelado este mes, tampoco ha contribuido a tranquilizar a los futbolistas. Sülle es uno de los jugadores más queridos del camerino.
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