Beck hace las paces consigo mismo

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Artista: Beck
Disco: ‘Hyperspace’.
Sello: Capitol / Virgin EMI.
Calificación: 8 sobre 10.

Apretar un botón y despegar. A eso le suena a Beck la palabra hiperespacio que da título a su nuevo disco, el número 14 y, quizá, el más desacomplejadamente feliz, voluptuoso y efervescente de toda su carrera. La electrónica ingrávida y redentora de, sin ir más lejos, el tema Uneventful Days, pero también del luminosa y disfrutable Die Waiting, se expande e invade espacios, flota, hacia ese mundo dentro del mundo que para el músico de Los Ángeles contiene la palabra hiperespacio.
Un mundo en el que nada está pasando, en el que nuestra vida es algo minúsculo y sin importancia, un mundo en el que los problemas se alejan a una velocidad pasmosa. Y a eso suena, efectivamente, su primer álbum poscienciología —recordemos que Beck es uno de los pocos artistas que prácticamente nació bajo el influjo de la secta que, según admite él mismo, acaba de abandonar— y posdivorcio. El disco se eleva como se eleva la elegante Chemical, por encima de todo eso que antes dolía.
Los efectos y la proyección casi cósmica de la voz propulsan temas tan golosos y siderales como Stratosphere, creando una estratosfera en la que jugar sin reglas (Saw Lighting) o en la que reflexionar fuera de plano (Dark Places), permitiendo que el universo de la canción evolucione hasta convertirse en un amable ejercicio de experimentación (inestabilidad y falsetes mediante: Star). Hay ruido algorítmico, o profusión de voces (y rap) en el tema central, un equilibrado Hyperspace que cuenta con el atore del rapero (y artista) dublinés Terrell Hines.
La nostalgia roza el dream folk en el corte que cierra, un Everlasting Nothing que le sirve, hermosísimo coro mediante, para admitir que el camino no ha sido un camino de rosas pero que, pese a todo, hasta el último tropiezo, la ruta ha valido la pena. Sí, el nuevo Beck está en paz consigo mismo, tanto que, todo a su alrededor, flota en un álbum galáctico y redondo.


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