Belkis Ayón, la mujer leopardo que esquivó la censura

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Hay muchas exclamaciones en la exposición de la artista Belkis Ayón (La Habana, 1967-1999) en el Museo Reina Sofía. Nada más entrar, una cartela concentra seis: ¡Quédate! ¡Ven! ¡No te vayas! Da título a un tríptico de 1987, una gran litografía sobre papel de varios personajes cuyos ojos también aparentan ser signos de puntuación. Hay muchos más ojos como esos, muy blancos en cuerpos muy oscuros, como si fueran focos en el límite del mundo conocido. A lo largo de todo el recorrido marcan las pausas y la entonación de un relato tan luminoso como sobrecogedor. Ayón se suicidó con 32 años, justo antes del cambio de siglo, en uno de los mejores momentos de su carrera. Es lo primero que sobrecoge al conocer su biografía y recorrer tan luminosa sonrisa en sus retratos. Un fuerte desasosiego la acompañó siempre en un camino que no fue fácil.

'Sikán', 1991, de Belkis Ayón.
‘Sikán’, 1991, de Belkis Ayón.ESTATE DE BELKIS AYÓN

El que la llevó a la Bienal de Venecia en 1993 empezó en bicicleta, por una Cuba económicamente deprimida y sin más medios de llegar al aeropuerto que las dos ruedas. Lo hizo con su padre, pedaleando a contrarreloj para coger un vuelo lleno de simbología. Ella pudo acelerar y llegó a tiempo, pero su padre no. Tampoco la obra que él llevaba enrollada en el trasero de la bici. Imaginen esa imagen y el empuje de ese hombre para que Pa’ que me quieras por siempre (1991) llegase a la cita. Porque llegaron.

En el Reina Sofía ocupa un espacio capital, en el corazón de la muestra. Es la primera gran revisión que se hace en Europa de su trabajo. Solo por eso merece ya una visita. A los artistas cubanos rara vez se les otorgaba entonces permiso para viajar, pero Ayón siempre tuvo el escudo de un trabajo estoico, casi exclusivamente de tonalidad negra, blanca y gris, que traspasó todo tipo de censuras. Lo suyo tiene que ver con lo puramente humano, con ese sentimiento fugaz siempre inconcluso. Un trabajo escurridizo y frágil en cuanto a interpretaciones, esquivo hasta en las certezas, que aparecen y a la vez se esfuman en cuanto quieres ponerle palabras.

Su obra, estoica y casi exclusivamente en tonos negros, blancos y grises, traspasó todo tipo de censuras

La retrospectiva celebrada en el Museo del Barrio de Nueva York en 2017 fue clave para la revisión global de un trabajo que gestiona, receloso, su estate sin galerías multisede detrás. Aunque tiempo al tiempo. Las rarezas cada vez gustan más en el mercado del arte y Belkis Ayón sin duda lo es, para bien. A la historia pasa ya como referente en la colografía, una técnica de impresión en relieve que consiste en la incorporación de texturas que se adhieren a la matriz antes de entintar. Es un tipo de grabado poco usual, basado en matrices construidas a modo de collage, seguramente la técnica que mejor define los tiempos que vivimos, llenos de huellas e improntas por colisión. Sus tramas logran una variedad de tonos increíble. La sutileza en la degradación de tintas en toda la gama de negros y grises convive con la limpieza de los espacios blancos de un modo casi exquisito. Los adjetivos aquí rozan también los signos de admiración, porque lo que revela esta muestra es precisamente eso, asombro y deslumbramiento.

Caminando silenciosamente por la exposición, el gran hallazgo cultural aquí, más allá del trabajo con el grabado, es la Sociedad Leopardo, organismo secreto originado en Sierra Leona y activo hasta mediados del siglo XX, del que bebe la artista para tramar su narrativa llena de mascaradas. Tales sociedades constituyeron la base de las hermandades Abakuá establecidas en las ciudades portuarias del occidente de Cuba con el objetivo de proveer protección y ayuda a sus miembros, siempre hombres y para hombres, y que estigmatizó y segregó a la mujer. Durante toda la trayectoria de Ayón, el ritual y las creencias de esta hermética hermandad le sirve para crear un lenguaje con el que poner la tilde a cuestiones éticas, estéticas e ideológicas universales. La reivindicación de la mujer leopardo desde todos los ángulos posibles. La representación de la diosa Sikán, sacrificada por los hombres de su comunidad y considerada alter ego de Ayón, trasciende el enfoque de género para abordar un universo complejo de relaciones y conflictos tales como la necesidad de trascender la memoria colectiva. Sin duda, ella lo consiguió pese a la brevedad de su vida y su carrera. Pese al universo de agudos conflictos internos y profunda angustia existencial. O gracias a ello.

‘Belkis Ayón. Colografías’. Museo Reina Sofía. Madrid. Hasta el 18 de abril de 2022.

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