Benedicto XVI, fallecido este sábado a las 95 años, fue el primer pontífice de la historia en afrontar abiertamente la cuestión de los abusos sexuales en la Iglesia, aunque la lacra acabó salpicándole y obligándole a pedir “perdón” en el ocaso de su vida.
“Una vez más sólo puedo expresar a todas las víctimas de abusos sexuales mi profunda vergüenza, mi gran dolor y mi sincera petición de perdón“, se desahogaba Ratzinger en una carta a principios del 2022 a sus 94 años, desde el monasterio vaticano en el que vivía confinado desde su histórica renuncia en 2013.
El doloroso informe de Múnich
El papa emérito respondía así a la publicación de un informe que le acusaba de haber estado al corriente de cuatro casos de curas pederastas en sus tiempos como arzobispo de Múnich (1977-1982) y que éstos, como muchos otros, solo fueron trasladados a otras diócesis.
Incluso algunos días antes, el presidente de la Conferencia Episcopal alemana, Georg Bätzing, le animaba a pedir perdón y a aceptar su responsabilidad en el encubrimiento de los casos.
No obstante, Benedicto XVI negó la acusación y recordó además sus encuentros con víctimas de abusos durante sus numerosos viajes por el mundo. “Roguemos públicamente al Dios vivo que perdone nuestras culpas, nuestras grandes y grandísimas culpas”, imploraba entonces.
La alargada sobra de los abusos sexuales
La espinosa cuestión de los abusos sexuales ya seguía al agudo teólogo alemán en sus tiempos al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1981-2005) de Juan Pablo II, cuando el problema era cuanto menos un tabú de los muros leoninos para afuera.
Existen cartas de Ratzinger en las que, ya en 1988, avanzaba la urgencia de reformar el Derecho Canónico acerca de los delitos “más graves contra la moral”, lográndolo en 2001, en los últimos años de Wojtyla, con el documento “De delictis gravioribus”.
Un texto reforzado luego en 2010, bajo su pontificado, cuando se equiparó a los menores a los adultos con discapacidad intelectual víctimas del Sexto Mandamiento (No cometerás actos impuros).
Entre otras cosas, también se recogía como “delito” la “adquisición, posesión o divulgación por parte de un clérigo, con finalidad libidinosa, en cualquier modo y con cualquier tipo de medio, de imágenes pornográficas de menores de 14 años“.
Se indicaba la necesidad de asistir a las víctimas y formar a los clérigos en su protección y en la aplicación del Derecho Canónico y “teniendo cuenta al mismo tiempo las disposiciones de la ley civil”.
El 19 de abril de 2005 se produjo su elección como papa y en los años venideros, la cuestión seguiría siendo candente.
Precisamente pocos días antes, con Juan Pablo II agonizante -moriría ocho días después- Ratzinger denunció “la suciedad en la Iglesia” y en su clero en las meditaciones que leyó en el Vía Crucis de Viernes Santo. Fue una declaración de intenciones.
Tras su elección, Benedicto XVI se convirtió en el primer papa en recibir en audiencia a víctimas de pederastia.
Y en 2006, un año después de su cónclave, el primero del milenio, tomó una decisión crucial: retirar del sacerdocio al fundador de los Legionarios de Cristo, el mexicano Marcial Maciel, por sus múltiples abusos y extorsiones, e intervino la congregación para refundarla.
El anciano Ratzinger, que había consagrado su vida a la custodia de la fe y de la tradición, puso las bases de la respuesta de la Iglesia a los escándalos de pederastia, afrontados ya sin medias tintas y con reformas de calado por su sucesor, Francisco.
Mientras desde el exterior resonaban las acusaciones de indulgencia e inacción con los pederastas durante años y siglos en los que la Iglesia fue un poder incuestionable e infalible, porque Roma aún no estaba haciendo todo lo posible para atajar esta lacra.
Pese a todo, sus esfuerzos no impidieron que los abusos camparan por las diócesis de medio mundo o que durante décadas se pasaran por alto casos como el del arzobispo de Washington, Theodore McCarrick, expulsado del Colegio Cardenalicio solo por Francisco.
El caso es que esta lacra ha seguido preocupando al papa teólogo incluso durante su retiro, en sus últimos días entre los muros del monasterio vaticano Mater Ecclesiae, hasta el punto de que le hizo romper el silencio que juró a su sucesor.
En un documento publicado por sorpresa en abril de 2019 en una revista del clero alemán titulado “La Iglesia y los abusos sexuales”, Ratzinger vinculaba este problema a un supuesto colapso moral de las sociedades sobre todo a partir de la década de 1960.
De hecho apuntaba, no sin revuelo, al mayo del 1968, pues entre las causas por las que se peleó, aducía, “estaba la libertad sexual total, una que ya no tuviera normas” y que esto está “fuertemente relacionado con este colapso mental”.
En definitiva, Benedicto XVI dio unos tímidos primeros pasos en la lucha contra los abusos y también dejó para la posteridad una frase que su sucesor, Francisco, recogió como máxima: “el perdón no sustituye a la justicia“. (EFE)
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