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Jean Van Landeghem tiene un enemigo. O al menos alguien que se empeña en hacerle la vida imposible con una constancia y una paciencia dignos de estudio. Desde hace nueve años, este jubilado flamenco recibe pizzas, kebabs, alitas de pollo o hamburguesas que él no ha pedido en su casa de la localidad belga de Turnhout, de 44.000 habitantes. Cada pocos días o incluso varias veces en una misma jornada, los motoristas aparcan en su puerta, llaman al timbre, y le ofrecen el paquete. A veces el sonido le sobresalta pasada la medianoche, cuando ya está plácidamente dormido. El hombre, de 65 años, les dice entonces que se lo lleven, que él no ha pedido nada, y al día siguiente acude a la policía.
Este domingo a mediodía, la moto que llega a su casa no es la de un repartidor. Es el propio Jean Van Landeghem. Solo habla neerlandés, pero asiente cuando se le señala su nombre en el telefonillo. Luego hace un gesto invitando a pasar dentro. En el salón de la vivienda, en la que vive solo, despliega para este diario el arsenal de denuncias que ha presentado en los últimos días. Un día antes ya habíamos hablado con él por teléfono gracias a un amigo flamenco que hizo las veces de intérprete.
“Una vez más, cuatro pedidos no solicitados llegaron a mi puerta. No tengo ni idea de la identidad del culpable ni por qué lo hace. Estoy enfermo y cansado de la situación, y deseo que termine. No puedo dormir por el estrés”, dice el texto de una denuncia presentada el 26 de febrero.
Hace tres días que no llega ningún pedido, pero Van Landeghem mueve sus manos juntas con las palmas hacia abajo para explicar la crisis nerviosa en la que le ha sumido el hecho de que puedan llamarle a cualquier hora del día para ofrecerle comida que no ha pedido o sentir desde la cama el motor de un nuevo vehículo llegando. “Ni siquiera me gustan las pizzas”, dice, con hartazgo.

La comida nunca llega a entrar en su casa. No solo porque él no la ha elegido, sino porque no está pagada. La mayoría de pedidos se realizan a través de la plataforma Takeaway.com. Si en muchas aplicaciones es necesario hacer el ingreso por adelantado con tarjeta de crédito, en esta existe la opción de abonarla en efectivo en la puerta. Eso facilita el trabajo al acosador, que se registra con nombres como Michelle o Marcel, y usa correos electrónicos diferentes cada vez.
Entre los pedidos que aparecen en las denuncias hay cuatro menús kekab grandes sin salsa y con Coca-cola por 44 euros en Kebap Xpress; dos menús dúo con pizza americana, pechugas de pollo empanadas y coca-cola de litro y medio por 54 euros en Domino’s; cuatro ensaladas por 44 euros en Star Kebap; cuatro pizzas con piña por 34 de Kebap Anatolia, e incluso un pedido el 29 de mayo a una pizzería de Düsseldorf, a 150 kilómetros de distancia.
Los otros grandes perjudicados son los establecimientos. Sus cocinas preparan una comida que finalmente les será devuelta sin cobrar. A diez minutos de la casa de Van Landeghem está Pizza Talia. Su puerta está cerrada, pero tras un par de golpecitos al cristal dejan pasar al visitante. Al fondo, sentado a una mesa tomando un café está Ali Akin, su dueño, de 46 años. En cuanto se le explica el motivo de la visita resopla y dice de memoria la dirección del Van Landeghem. Su local es uno de los favoritos para hacer los pedidos falsos.
“Siempre piden cuatro pizzas de queso, dos coca-colas y un extra”, cuenta. “La persona que lo ordena no se toma mucho tiempo, porque esa selección es la que se puede hacer más rápidamente marcando las primeras casillas que le aparecen”, analiza. Tras varios pedidos devueltos, Akin reunió a sus 15 empleados y les dijo que a esa dirección no se enviaba ni uno más. Eso ha impedido que la semana pasada salieran dos nuevas órdenes con destino a la casa del jubilado. Pero no siempre logran evitarlo: “A veces llega personal nuevo que no lo sabe, o estamos con cien pedidos al mismo tiempo y no nos damos cuenta”, lamenta.

En cambio, otros locales no tienen en el radar el sufrimiento de Van Landeghem. En Istanbul 3, uno de los que aparece en la denuncia, dicen que es normal que cada día haya un pedido falso, pero desconocían que hay una dirección que se repite especialmente y, por tanto, no la tienen en ninguna lista negra.
Las denuncias muestran la insistencia con la que se realizan pedidos desde el perfil falso. “El 1 de junio entre las 19.45 y las 21.05 llamaron a la puerta proveedores de cinco pizzerías diferentes. Todos los pedidos incorrectos fueron devueltos”, afirma el texto.
El extraño que dedica una parcela semanal de su tiempo a elegir la comida y enviarla a casa de Van Landeghem es un enigma. “Yo creo que deben ser unos gamberros que viven enfrente y se asoman a la ventana para burlarse”, conjetura Ali Akin.
“No puede ser una broma porque ha durado demasiado tiempo”, responde Van Landeghem. “Soy un hombre normal que sale de vez en cuando a pasear y hacer algo con los amigos. Tengo problemas de corazón por lo que no es lo mejor que me levanten de sopetón a las dos de la mañana”.
Hastiado por la situación, espera que la difusión de su historia a través de los medios de comunicación contribuya a que acabe la pesadilla. Por ahora, ni las denuncias ni sus conversaciones con el portal Takeaway han amilanado al inagotable extraño que sigue alterando la vida de Jean Van Landeghem de una forma tan cruel y metódica.
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