Berlanguiano: grotesco y esperpéntico, pero real

Berlanga por Sciammarella
Berlanga por Sciammarellasciammarella

A finales del pasado año, la Real Academia Española formalizó la entrada en su diccionario del término berlanguiano, adjetivo que remite a los rasgos característicos de la obra de Luis García Berlanga. Esta incorporación oficial al léxico académico se produjo 10 años después del fallecimiento del director más conocido y popular de la historia del cine español. Quien propuso la inclusión de la palabra fue José Luis Borau, aunque tampoco vivió lo suficiente para disfrutar del triunfo de su empeño. Como testigo presencial que fui de la moción, puedo asegurar que obtuvo desde el principio un apoyo unánime de los académicos. La aparente tardanza en publicar la decisión se debe únicamente a los requisitos previos a cualquier otra de ese género, que incluyen un trabajo documental severo y un diálogo activo con las academias de la lengua española que existen en el universo panhispánico.

Viene esto a cuento de la estupenda biografía del cineasta firmada por Miguel Ángel Villena. Hacía tiempo que yo no disfrutaba tanto de un libro de estas características. Quizá sea porque desde mi infancia, cuando vi por vez primera Bienvenido, Mister Marshall, hasta después de la edad madura he militado entre los muchos miles, cientos de miles, de admiradores del aclamado director. Pero también porque la obra no solo relata su vida, sino que constituye un formidable estudio de su obra cinematográfica y, lo que es más de agradecer, un honesto relato sobre el contexto de la realidad española, escenario virtual de sus películas.

El libro no solo relata su vida sino que constituye un formidable estudio de su obra y de su contexto

Como sucede con cualquier gran artista, las obras de Berlanga son un espejo de la auténtica, y a veces oculta, personalidad de su autor. En su caso nos encontramos ante la peripecia de un anarquista burgués, un libertario enamorado del confort, desconfiado de las ideologías, bon vivant sin mucho estruendo, capaz de aunar las experiencias más paradójicas y dispares a la búsqueda de una sonrisa, y hasta de una carcajada. De su experiencia vital dio él mismo cuenta en un libro de memorias que Villena ha escrutado con acierto. Hay también un par de biografías interesantes, especialmente la que escribiera Antonio Gómez Rufo, y decenas de estudios especializados sobre sus filmes. Pero toda esta documentación palidece ante los comentarios y descripciones que el texto que comentamos prodiga acerca de la vida cotidiana de la España de la posguerra y su ulterior desarrollo. La del propio Berlanga se muestra ante nuestros ojos como un acabado resumen de la realidad contradictoria y paradójica de las generaciones que nos educamos durante el franquismo y padecimos las heridas, los absurdos y la frustración del guerracivilismo inherente a nuestra sociedad.

Luis García Berlanga (1921-2010) era miembro de una familia adinerada, ligada tanto a la oligarquía agraria como al republicanismo. Su padre, un político liberal que colaboró con el Frente Popular, padeció cárcel tras la victoria de Franco y fue condenado a muerte. Para redimir culpas y lograr la conmutación de la pena y su liberación, el joven Berlanga se alistó en la División Azul, la expedición de voluntarios que acudieron a luchar junto al ejército nazi con motivo de la invasión de Alemania de la Unión Soviética. Pero también le animaban otros propósitos como presumir de potencial heroísmo frente a una doncella, o el gusto por la aventura y la diversión. Para él la Guerra Civil había sido a la vez una descomunal tragedia y una juerga multitudinaria. Misógino confeso, practicó hasta su muerte una erotomanía pacífica, que buscaba justificación en la belleza artística y la dimensión estética e intelectual del sexo. Esa personalidad, tan turbadora para los biempensantes, está bien retratada en el libro, lo mismo que la independencia política y personal de la que hizo gala.

Conocí a Berlanga a principios de los años sesenta cuando con otros amigos de la universidad pusimos en pie un cineclub que no duró mucho. Gracias a los oficios de Luis Manuel Duyos, pariente lejano suyo y compañero mío en el colegio y en la Facultad de Filosofía, se avino a participar en la proyección y posterior debate sobre su película Calabuch, que no salió bien parada en ocasión de su estreno. Ya entonces me habló de su guion de La vaquilla, magistral bufonada en torno a la guerra civil española que no pudo rodarse en vida del dictador. Más tarde le frecuenté algún tiempo en su tertulia ocasional del Café Gijón. Mi último encuentro con él fue durante una cena en el Madrid de finales del siglo pasado en la que mantuvimos un duelo dialéctico sobre la participación del rey Juan Carlos en los sucesos del 23 de febrero de 1981. Luis estaba convencido de la veracidad del bulo, puesto en circulación por la extrema derecha, acerca de la inicial complicidad del monarca con el golpe. No hubo manera de convencerle de lo contrario pese a las muchas evidencias que demostraban su error. Pero como siempre, sobre la dureza de sus argumentos resplandeció la amabilidad de su carácter, propio del hombre bueno, en el sentido machadiano, que siempre fue. Provocador nato, rebelde con causa, su biografía es la de alguien que vivió feliz pese a la miseria moral y material de la España del franquismo, que retrató como ningún otro. Alguien que defendió su independencia de criterio frente a tirios y troyanos, y nos enseñó a reírnos de nosotros mismos.

Algunos han criticado la excesiva neutralidad de la definición del adjetivo berlanguiano en el diccionario de la RAE. En este año que se cumple el centenario de su nacimiento deberíamos quizá añadir una nueva entrada. Berlanguiano: grotesco, tragicómico, esperpéntico o paradójico, pero absolutamente real.

Berlanga. Vida y cine de un creador irreverente

Miguel Ángel Villena
Tusquets, 2021.
344 páginas. 22 euros

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