Cuando el diario The Wall Street Journal, la biblia de la información financiera en Estados Unidos, analizó más de 700 predicciones en discursos y mensajes de gobernadores de la Reserva Federal (Fed en su abreviatura en inglés) entre 2009 y 2012, los pronósticos de Janet Yellen resultaron ser los más precisos. No eran tiempos fáciles, Estados Unidos arrastraba las cadenas de la Gran Recesión de 2008-2009, la provocada por la quiebra de Lehman Brothers y la implosión de las hipotecas basura, y a Yellen (Nueva York, 74 años) le faltaban aún un par de años para dirigir el banco central norteamericano, cuando el presidente Barack Obama la eligió para rematar la senda de ajuste tras el multimillonario estímulo monetario impulsado por su predecesor al frente de la institución, Ben Bernanke, para revitalizar la economía.
Hoy la futura secretaria del Tesoro (cargo equivalente a ministra de Economía) de la Administración de Joe Biden, a la que Donald Trump sacó de la Fed en 2018, agarra el timón de la economía en un escalón superior de responsabilidad, en el que también deberá asumir entre otras tareas la envenenada diplomacia comercial con China, pero en un momento tan peliagudo como entonces, si no más: la conmoción global provocada por el coronavirus. Yellen aterrizará en medio de las negociaciones sobre una nueva ronda de estímulos, con el Congreso bloqueado -la mayoría en el Senado está pendiente de dos desempates en Georgia, en enero-, para propulsar la recuperación económica de un país al que el patógeno ha puesto de rodillas, dinamitando el mayor periodo de expansión económica de la historia, posible en buena parte gracias a las cinco subidas de los tipos de interés adoptadas por la Fed.
A diferencia de sus inmediatos predecesores en el Tesoro -el financiero Steven Mnuchin, o el perfil más político de Jack Lew-, Yellen tiene una sólida formación académica que, junto con su experiencia en la Administración como consejera de la Casa Blanca, puede hacer de ella la persona adecuada para lidiar con un Congreso arisco sobre la cuantía del nuevo paquete de estímulos necesaria para encarrilar la recuperación, y cuando los datos relativos a la evolución de la enfermedad no muestran señales de mejora; ítem más, se teme un nuevo rebrote masivo tras el macropuente de Acción de Gracias. EE UU es el país más afectado del mundo, con casi 12,4 millones de casos y 257.500 fallecidos. “Cuando el desempleo es excepcionalmente alto y la inflación es históricamente baja, como ahora, la economía necesita más gasto fiscal para apoyar la creación de empleo”, sentenció Yellen, experta en el mercado de trabajo, en un artículo cofirmado con otro experto en agosto en The New York Times.
La designación de la que en muchas ocasiones fue catalogada como segunda mujer más poderosa del mundo, según la revista Forbes, tras la canciller alemana Angela Merkel, ha sido acogida con satisfacción a derecha e izquierda. Biden había prometido una elección que complaciera al ala más radical de los demócratas y a los moderados, y el nombre de Yellen concita unanimidad. La senadora Elizabeth Warren, rival de Biden en las primarias del partido y mucho más a la izquierda que el presidente electo, ha calificado su nombramiento de “elección excepcional” y se ha deshecho en elogios de una persona “inteligente, sólida y con principios”. En las antípodas ideológicas, el exejecutivo de Goldman Sachs y exconsejero económico de Trump Gary Cohn la consideró una “excelente opción” para pilotar la economía. También Wall Street ha aplaudido su designación, y este martes lo confirmó con una notable subida.
Si se confirma el nombramiento, Yellen, casada con el premio Nobel de Economía de 2001, George Akerlof, será una de las personas con más experiencia que toma posesión del departamento en sus 231 años de historia: dirigió durante dos años el Consejo de Asesores Económicos del presidente Bill Clinton; presidió la Fed -y fue su primera mujer al frente- y, ahora, culmina su carrera como jefa máxima del Tesoro, en una nueva conquista: ninguna otra persona, hombre o mujer, ha desempeñado las tres funciones. Su perfil técnico y académico (doctorada en Yale, ha sido profesora durante décadas en Berkeley) resulta aplastante, pero sus críticos le discuten los rudimentos necesarios para el ejercicio de la política en una coyuntura de polarización extrema como la actual, en la que el equilibrio de fuerzas pende de un hilo, y máxime cuando como responsable de la Fed hacía lo indecible, como la propia institución, para distanciarse del juego partidista. No obstante, el Wall Street Journal informaba el lunes de que todo apunta a que será confirmada en el cargo incluso aunque los republicanos logren el control del Senado -la Cámara decisoria en la aprobación- tras la reelección de Georgia.
Aunque en los últimos 20 años se ha centrado en la política monetaria más que en la fiscal, ahora le tocará revertir las rebajas de impuestos a los más ricos aprobadas por la Administración de Trump, y dedicar buena parte de sus desvelos a instrumentar una política fiscal que permita financiar los billones de dólares en infraestructuras, educación o lucha contra el cambio climático prometidos por Biden en la campaña. Para alguien que ha roto moldes, y quebrado techos de cristal, para la hija de un médico y una maestra de escuela de Brooklyn que también rompió otra brecha en 1971 como única doctora de su promoción en Yale, no parece un esfuerzo imposible.
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