El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, llegó este martes por la noche a Belfast, la capital de Irlanda del Norte, en el Reino Unido, donde este miércoles le espera una delicada maniobra diplomática en la que deberá combinar la reivindicación del Acuerdo de Viernes Santo, el histórico pacto que hace 25 años puso fin a tres décadas de violencia, con un sutil, pero no apremiante, incentivo a las fuerzas políticas de la región a retomar el diálogo y restaurar las instituciones.
Su visita, la primera desde su entrada en la Casa Blanca, supone un refrendo al proceso de paz por parte de la potencia extranjera que más se implicó en las negociaciones de hace un cuarto de siglo. El propio Biden declaraba este martes, antes de embarcar en el Air Force One en Maryland (Estados Unidos), que estaba “deseando conmemorar el aniversario en Belfast, subrayando el compromiso de Estados Unidos para mantener la paz e incentivar la prosperidad”. Pero en vez de comprobar sobre el terreno la contribución del acuerdo a la normalización democrática, Biden se encuentra un territorio que acumula 14 meses sin gobierno y en el que la división política mantiene la parálisis.
Preguntado a los pies del avión presidencial por un viaje que llevaba meses en preparación, y que ha acabado con un perfil menor del ambicionado inicialmente, el presidente dijo que su máxima prioridad era asegurar que “los acuerdos irlandeses y el acuerdo de Windsor [la reciente renegociación entre Londres y Bruselas de los arreglos post-Brexit para Irlanda del Norte] permanecen; mantener la paz, eso es lo principal”.
El primer ministro británico, Rishi Sunak, acudió a recibir a Biden a su llegada al aeropuerto internacional de Belfast. En la mañana del miércoles, ambos mandatarios tienen previsto mantener lo que la Casa Blanca ha descrito como un “café de trabajo”, una denominación significativamente de menor trascendencia que la “reunión bilateral” que había prometido Downing Street. Según han confirmado ambas partes, el ansiado pacto comercial que los británicos quieren suscribir con Estados Unidos no formará parte de las conversaciones.
El primer ministro británico, Rishi Sunak, acudió al aeropuerto para recibir a Biden al pie del avión presidencial. KEVIN LAMARQUE (REUTERS)
Finalmente, la agenda de las apenas 17 horas que el mandatario estadounidense pasará en suelo norirlandés es muy diferente de la que el Gobierno británico había previsto cuando, hace meses, comenzó a preparar la visita, con la idea de que el Ejecutivo regional estuviera en funcionamiento. Públicamente, el presidente tiene un solo acto, un discurso en el nuevo campus de la Ulster University, en el que se espera que elogie los avances de los últimos 25 años e incida, una vez más, en el compromiso de Estados Unidos para preservar la paz.
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Son, por tanto, los actos en privado en los que Biden tendrá un margen mayor para ejercer su influencia y desplegar el proverbial soft power (poder blando) diplomático, con el objetivo fundamental de tratar de contribuir al desbloqueo institucional. Está previsto que se reúna con los líderes de los principales partidos, a quienes tendrá la oportunidad de invitar al diálogo, aunque tendrá también que sopesar cada frase, para evitar cualquier interpretación que pueda exacerbar la postura de alguno de los protagonistas de la volátil escena norirlandesa.
Es precisamente este deseo de sortear fallos estratégicos el que ha llevado a descartar una visita a la Asamblea de Stormont, el imponente parlamento regional, y en última instancia, la causa de que la visita a Belfast sea, finalmente, de duración reducida y de perfil relativamente bajo. Este aparente aprovechamiento menor de su presencia, sin embargo, no reduce las extremas medidas de seguridad que, en los últimos días, marcan la vida en Belfast, evidentes en controles, calles cerradas y una robusta presencia policial, y apenas semanas después de que Reino Unido devolviese la alerta terrorista al segundo nivel más elevado.
Dificultades diplomáticas
Medios británicos y estadounidenses han dado cuenta de tensiones entre Londres y Washington en torno a qué convendría que Biden hiciese en Irlanda del Norte. El hecho de que Sunak no vaya a estar presente en el único acto público del presidente en suelo británico, pese a estar en la ciudad, refleja las dificultades diplomáticas derivadas de la visita. No en vano, aunque esperada, la presencia de Biden en Belfast para el aniversario del Acuerdo de Paz no fue confirmada oficialmente hasta que el Acuerdo de Windsor fue una realidad en febrero.
El Ejecutivo de Sunak confiaba en que esta reestructuración del llamado Protocolo de Irlanda del Norte, el tratado firmado por Reino Unido y la Unión Europea para encajar a la región en la era post-Brexit, fuese suficiente para que el Partido Unionista Democrático (DUP, en sus siglas en inglés) accediese a retomar el gobierno de unidad con los republicanos del Sinn Féin, como establece el Acuerdo de Viernes Santo.
Pero la principal formación protestante sigue rechazando formar parte del Ejecutivo, lo que ha impedido a la contraparte británica cumplir con el objetivo autoimpuesto de que las instituciones de Irlanda del Norte estuviesen funcionando a tiempo para la visita de Biden. Esta aspiración truncada acabaría convenciendo a la comitiva presidencial de la conveniencia de centrar la mayor parte del viaje en la República de Irlanda, donde volará este miércoles en cuanto acabe su discurso en la Ulster University.
Allí le espera una intervención ante las dos cámaras del parlamento en la Leinster House, en Dublín, pero Biden, quien raramente pierde ocasión de presumir de ascendencia irlandesa, tendrá también ocasión de visitar a parientes lejanos que todavía viven en la isla y, el viernes por la noche, antes de partir de vuelta, hablará en el exterior de la catedral de St Muredach, en el condado de Mayo.
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