Un amplio salón con cortinajes y columnas de mármol. Muchas banderas estadounidenses. Agentes del servicio secreto que pasaban entre los corrillos para vigilar que todo estuviera bajo control. Canciones patrióticas. Un público absolutamente entregado. Y las grandes cadenas televisivas de noticias emitiendo en directo al unísono.
No era la Casa Blanca, sino Mar-a-Lago, la residencia de Donald Trump en Florida. Y quien estaba a punto de empezar a hablar no era el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, sino su predecesor y aspirante a sucederle en las elecciones de 2024. El magnate inmobiliario acababa de comparecer este martes ante un juez en Nueva York para responder de los 34 cargos de falsificación de registros corporativos que se le imputan, y se disponía a pronunciar un discurso de casi media hora sobre su caso en la franja horaria de mayor audiencia. Las televisiones habían dedicado horas de programación especial, equipos de periodistas y hasta helicópteros a cubrir cada segundo del acontecimiento, la primera vez que un presidente de EE UU, en activo o retirado, es acusado por la justicia. Ese mismo día, Biden solo había estado visible para los medios durante cuatro minutos, en un acto para promover la investigación sobre la inteligencia artificial.
La imputación de Trump ha vuelto a poner en primer plano las drásticas diferencias entre los dos presidentes. El republicano, un ostentoso animal televisivo obsesionado por las audiencias, siempre dispuesto a que se hable de él, aunque sea mal, y siempre dispuesto a decir algo, sin importar que sea verdad, mentira o un insulto. El demócrata, un hombre que no enamora a las cámaras, en ocasiones torpe, impopular ―solo cuatro de cada 10 votantes aprueba su labor―, pero que presume de conseguir resultados en su gestión sin necesidad de alharacas.
Trump ha acaparado toda la atención desde que el 25 de marzo aseguró en las redes sociales que el fiscal de Manhattan Alvin Bragg iba a imputarle tres días más tarde por los supuestos delitos cometidos en el pago a la estrella del porno Stormy Daniels para que callara sobre su relación sexual justo antes de las elecciones que le llevaron a la Casa Blanca en 2016. Aquel aviso de que le iban a detener no se cumplió: el anuncio de presentación de las acusaciones no llegó hasta una semana después. Una semana en la que en los círculos políticos solo se habló del expresidente y el magnate inmobiliario acaparó primera página tras primera página. En cambio, uno de los símbolos destacados de Biden en política exterior, la segunda Cumbre para la Democracia patrocinada por la Casa Blanca y otros cuatro gobiernos, pasaba casi desapercibida en los medios pese a la participación de más de 120 países.
La situación se repetía ante la inminente comparecencia de Trump en los juzgados de Nueva York. El lunes, Biden aparecía en Minnesota para promocionar una de las joyas de su programa de gobierno: la ley de infraestructuras con la que se están construyendo o renovando carreteras y aeropuertos. Le esperaban los medios, sí. Pero casi sin excepción, cada pregunta que le formularon podía resumirse en un “¿qué opina de la imputación de Trump?”.
Al menos por el momento, el mandatario parece dispuesto a dejarle el protagonismo a su potencial rival electoral. El martes, el día de la imputación formal ante el juez, Biden solo mantuvo un acto público, la reunión con sus asesores científicos y tecnológicos para hablar de inteligencia artificial. Ante los medios, pronunció unas pocas frases. Y no contestó preguntas.
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En la misma jornada, su portavoz, Karine Jean-Pierre, abría su rueda de prensa diaria dando la bienvenida a Finlandia en la OTAN e informando de una conversación telefónica entre el secretario de Estado, Antony Blinken, y el ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov. “No vamos a hacer comentarios sobre un caso que está pendiente en los tribunales”, sostenía la portavoz una y otra vez, en lo que ha sido la respuesta estándar de la Casa Blanca sobre la causa contra Trump. “El presidente se va a centrar en la gente de Estados Unidos, como todos los días. [La comparecencia judicial de su predecesor] no es algo sobre lo que tenga puesto el foco”, insistía.
El mensaje que quería transmitir la Casa Blanca estaba claro: el presidente hacía su trabajo de gestionar el país, sin distracciones ni caos, como cualquier otra jornada, mientras a su rival le estaban tomando las huellas digitales como imputado por 34 delitos.
Beneficio para Biden
Los analistas demócratas están convencidos de que los problemas legales de Trump representan un enorme beneficio para Biden, si finalmente ambos se enfrentan el año próximo en las elecciones presidenciales, como ya hicieron en 2020. El actual inquilino de la Casa Blanca no ha anunciado aún formalmente su candidatura, aunque ha sugerido en reiteradas ocasiones que va a presentarse. El expresidente republicano debe aún imponerse en el proceso de primarias de su partido.
“Este es un momento para dar tranquilidad a los estadounidenses al seguir mostrando cómo es un liderazgo firme, estable y efectivo”, han apuntado estrategas demócratas como Karen Finney.
En un primer momento, Trump parece haber sacado provecho de su imputación. Las encuestas apuntan que es el candidato favorito de las bases republicanas, muy por encima de su rival inmediato, el gobernador de Florida, Ron DeSantis, que aún no ha anunciado que aspire a la Casa Blanca, y esa distancia ha aumentado en los últimos días. Desde que se confirmó que iba a ser acusado formalmente, la campaña de Trump ha recaudado casi 10 millones de dólares (unos nueve millones de euros).
Pero aunque sus seguidores hayan cerrado filas en torno al magnate inmobiliario, el resto de los ciudadanos se muestra mucho más escéptico. Un 62% de los votantes independientes se declaraba a favor de la imputación, en una encuesta de Quinnipiac elaborada hace una semana. Un 57% de los consultados opinaba que Trump debería abandonar la carrera electoral si se confirmaban los cargos.
Las imágenes de Trump frente al juez Juan Manuel Merchan en un tribunal de Manhattan han sido las primeras de lo que promete ser toda una serie. El expresidente debe comparecer de nuevo ante el magistrado el 4 de diciembre, pero afronta media docena de causas más en las que también puede acabar en el banquillo en plena campaña electoral. Ya tiene una cita casi inmediata: el 25 de abril, también en Nueva York, está convocado para responder en una causa civil: la escritora Jean Carroll le acusa de violación.
Reacciones de Trump como sus alusiones a que sean apartados el juez Merchan y el fiscal Bragg, o su llamamiento del miércoles a “retirar los fondos al Departamento de Justicia y al FBI”, pueden recordar a los votantes por qué le dieron la espalda en 2020 y se inclinaron entonces por la vuelta a la calma que representaba Biden. O al menos eso espera la Casa Blanca.
Los analistas demócratas no son los únicos que hacen esa lectura. “Ahora mismo, el mundo político vuelve a girar en torno a Donald Trump. No queda espacio para ningún otro republicano que quiera rivalizar con él, y permite que Biden se centre esencialmente en gobernar y en su agenda”, apuntaba esta semana el estratega republicano Ryan Williams a la radio pública estadounidense NPR.
Karl Rove, el que fuera el consejero político de mayor confianza del expresidente George W. Bush, escribía en un artículo de opinión para The Wall Street Journal: “Son las primeras elecciones desde 1920, cuando Eugene Debs fue el aspirante socialista, en que un imputado o condenado se presenta a la presidencia. El que la imputación del señor Trump vaya a ayudarle para conseguir la candidatura (del Partido Republicano) está por ver. Pero sus posibilidades en las elecciones de 2024 son ahora mucho menores. Pagar dinero a estrellas del porno para que se callen no es un tema ganador”.
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