No hubo abrazo, ni palmadita en la espalda, ni un triste apretón de manos. Un frío choque de puños (de la clase que puso de moda en todo el mundo el coronavirus) sirvió de saludo entre Joe Biden y el príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salmán, a la llegada del primero a Yeda. Un gesto encierra a veces un mundo en diplomacia, y este habla, no tanto de las precauciones pandémicas (pese a lo que ha querido hacer ver la Casa Blanca, sin éxito) como de la incomodidad por la visita del presidente de Estados Unidos al reino del desierto, un país al que prometió enviar durante su campaña presidencial de 2020 al rincón de los “Estados paria” por su responsabilidad en el brutal asesinato del periodista Jamal Khashoggi, cuya muerte en el consulado de Estambul en 2018 atribuyen los servicios de Inteligencia estadounidenses al príncipe heredero. Al padre de Bin Salmán, el rey Salmán bin Abdelaziz, sí le ha dado la mano Biden este viernes.
Desde el asesinato del columnista de The Washington Post, saudí residente en Estados Unidos, han pasado muchas cosas, pero sobre todo una: llegó la guerra de Ucrania, la realpolitik obligó a Biden a replantearse sus prioridades y los derechos humanos pasaron a un segundo plano. Necesita al régimen del desierto para contener los precios del petróleo, que están desbocados en Estados Unidos, y, de paso, hacer algo que acalle las críticas en casa por su inacción respecto a la inflación, que esta semana ha vuelto a pulverizar todos los récords, con un 9,1%. Está previsto que en las reuniones se aborde un posible aumento de la producción de petróleo —aunque no está claro que Riad tenga la capacidad de incrementarla de forma significativa―, así como medidas para suavizar las relaciones saudíes con Israel.
En la mañana del viernes, pocas horas antes de que el Air Force One aterrizara en Yeda, Arabia Saudí anunció su decisión de abrir su espacio aéreo a aviones procedentes y con destino a Israel, que hasta ahora se veían obligados a rodear el país. La decisión ha sido interpretada por Biden como un gesto hacia una mayor integración de Israel en la región, y deja entrever la predisposición de Riad a participar de este nuevo clima, en el que ya cuenta con países como Emiratos Árabes Unidos, Marruecos y Baréin, además de Egipto y Jordania.
Entre los objetivos de Biden también se encuentra frenar la influencia de China en la zona y apaciguar la tensión con Irán, así como la guerra en Yemen. La agencia estatal de noticias saudí se ha limitado a informar que durante la reunión celebrada este viernes las delegaciones saudí y estadounidense han repasado las relaciones históricas entre ambos países y han discutido fórmulas de fortalecerlas para servir a sus intereses.
Los medios estadounidenses han hecho esta semana casi una cuestión de Estado de la etiqueta que Biden (que se precia de ser un líder cercano) iba a observar ante Bin Salmán. Khashoggi era un periodista destacado en Washington y muchos de los analistas que estos días se han prodigado en los canales de noticias lo conocían personalmente, así que su asesinato conmocionó especialmente al sistema mediático de la ciudad. Tanta expectativa había generado que la Casa Blanca anunciara al principio de la gira que Biden, población de riesgo a sus 79 años, no estrecharía la mano de otros líderes por precaución ante el coronavirus, que en Estados Unidos está protagonizando una nueva ola. Con el primer ministro en funciones israelí, Yair Lapid, chocó los puños, pero al líder de la oposición, Benjamín Netanyahu, sí le dio la mano.
Finalmente, Mohamed bin Salmán ha salido a recibir al coche que ha llevado a Biden desde el aeropuerto internacional Rey Abdulaziz de Yeda, adonde llegó poco antes de las 18.00, hora local, hasta el Palacio Real Al Salam. El sobrio y esperado encuentro ha sido retransmitido por la televisión estatal saudí Al Ejbariya. Después de chocar los puños, se han introducido en el edificio para celebrar el primer encuentro de la última parada del viaje del presidente estadounidense por Oriente Próximo, que arrancó el miércoles en Israel y ha recalado este viernes en Palestina, donde ha comparecido ante la prensa junto a Mahmud Abbas.
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En otro encuentro con los medios, compartido con Lapid, el presidente estadounidense se negó el jueves a especificar si iba a sacar el tema de Khashoggi ante Bin Salmán. “Mis puntos de vista sobre Khashoggi han sido absoluta y positivamente claros, y nunca me he callado al hablar de derechos humanos”, dijo Biden el jueves. “La razón por la que voy a Arabia Saudí es para promover los intereses de Estados Unidos de una manera que creo que tenemos la oportunidad de reafirmar nuestra influencia en el Oriente Próximo”.
El consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, adelantó a los periodistas que lo acompañan en su viaje que el mandatario tiene intención de hablar sobre la importancia de respetar los derechos humanos. Sullivan también aseguró que discutirían la seguridad energética con las autoridades saudíes, pero afirmó que no se esperaba ningún anuncio inminente sobre un aumento de la producción de petróleo y que, en caso de producirse, se anunciaría en el contexto de la OPEP+.
La incomodidad de Biden con la visita a Arabia Saudí y su necesidad de justificarse se había hecho evidente a medida que se acercaba el momento. En una rueda de prensa durante la cumbre de la OTAN en Madrid a finales de junio, el presidente de Estados Unidos trató de restarle importancia al viaje afirmando que su principal objetivo no era reunirse con las autoridades saudíes, sino acudir a un encuentro con líderes de varios países de la región que resultaba tener lugar en el reino del desierto. También sugirió que en realidad lo hacía para beneficiar a Israel en sus esfuerzos por acelerar su integración regional. Y llegó a insinuar que no sabía si se iba a encontrar con el rey saudí y el príncipe heredero. Biden también publicó este pasado fin de semana una tribuna en el Washington Post para defender su decisión y enmarcarla como una “reorientación” de las relaciones con Riad en lugar de una ruptura.
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