En una de sus frases para el recuerdo, Kennedy sentenció el 12 de septiembre de 1962: “Elegimos ir a la Luna, no porque sea fácil, sino porque será complicado”. No era la primera vez que lanzaba su órdago espacial, pero aquellas palabras sirvieron para orientar todos los esfuerzos de la NASA en un objetivo que acabó significando un gran paso para la Humanidad al final de esa década. A Joe Biden, como al resto de los presidentes estadounidenses, le pirra medirse con la historia, y así, con el pretexto de que este lunes se cumplían 60 años de aquel discurso (que se conoció como el Discurso Moonshot), ha planeado un viaje en busca del paralelismo a la Biblioteca John F. Kennedy, en Boston, para lanzar otro grandilocuente envite: ha prometido acabar con el cáncer “tal como lo conocemos”. El objetivo es, según la Casa Blanca, “mejorar la vida y la salud de las personas y aliviar la carga de la enfermedad” en quienes la sufren. “Con el tiempo, curaremos esa dolencia”, ha afirmado el mandatario a la prensa antes de abordar por la mañana el Air Force One en la base Andrews, cercana a Washington.
El presidente estadounidense tenía previsto anunciar la apuesta de su Administración, respaldada por un estudio a escala federal, por el uso de análisis de sangre para la detección temprana de la enfermedad, la segunda causa de muerte en el país tras las dolencias cardíacas, según el Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, en sus siglas en inglés).
El objetivo es alcanzar la meta, fijada el pasado mes de febrero, de reducir las muertes por cáncer en Estados Unidos a la mitad durante los próximos 25 años, así como mejorar la calidad de vida de los pacientes. La Sociedad Estadounidense del Cáncer calcula que en 2022 se diagnosticarán 1,9 millones de nuevos casos, y 609.360 personas morirán por esa causa. El programa no cuenta aún con dotación presupuestaria, y está previsto que se apoye en la iniciativa privada.
Para Biden, la lucha contra el cáncer va más allá de la política, como saben los lectores de su segundo volumen de memorias, Promise Me Dad. Su hijo Beau murió en 2015 a los 46 años a causa de un tumor cerebral. Entonces era vicepresidente, pero se implicó especialmente en una ley llamada 21st Century Cures Act, que destinó 1.800 millones de dólares durante siete años para la investigación del cáncer. Aquella tragedia hizo que no se presentara a las primarias de su partido para las elecciones que llevaron en 2016 a Donald Trump a la Casa Blanca.
Biden también ha nombrado este lunes a la asesora científica Renee Wegrzyn directora de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada para la Salud, creada en marzo para avanzar en la investigación biomédica, y ha firmado una orden ejecutiva para apoyar el desarrollo en territorio estadounidense de empresas de biotecnología.
Por seguir con la analogía espacial, los fabricantes de eslóganes del presidente han bautizado la iniciativa como Cancer Moonshot, en un juego de palabras de difícil traducción: moonshot empezó sirviendo literalmente al objetivo de enseñar a la humanidad el camino a la luna. Desde entonces, ha colonizado la neolengua de políticos y emprendedores para definir, según el diccionario Merrian-Webster, a las “empresas ambiciosas que persiguen resultados significativos”. Claramente, el órdago lanzado por Biden es ambicioso.
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