El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, al comienzo de la reunión con Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea.Andrew Harnik (AP)
El presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, han destacado este viernes la excelencia de su relación en una reunión en la Casa Blanca de la que se espera que salga un acuerdo para negociar un trato favorable a las materias primas estratégicas europeas, y en la que se dedicará amplio espacio a la guerra en Ucrania y a las energías limpias. “Estamos firmemente alineados defendiendo nuestros valores”, ha sostenido la representante europea, que ha precisado que ambos abordarán el principal escollo en la relación transatlántica, la ley estadounidense para reducir la inflación. Europa se queja de los subsidios que la excluyen en esa ley, que teme que pueda reducir las inversiones hacia su bloque.
Los dos líderes tenían mucho de que hablar en su reunión de trabajo en el Despacho Oval. Sobre la mesa, cuestiones económicas y comerciales: llegar a un acuerdo que evite una guerra de subsidios entre los dos socios transatlánticos a los vehículos eléctricos; la guerra en Ucrania, y la posibilidad de sanciones a terceros países que ayuden a Rusia; y la competencia -para Estados Unidos, rivalidad descarnada- con China.
En este sentido, Von der Leyen, sentada a la derecha de Biden, ha destacado la unidad de los dos bloques en su apoyo a Ucrania y en hacer que “Rusia pague por esta guerra atroz”.
Pero, si la guerra iba a ocupar buena parte del diálogo, los líderes tenían previsto dedicar la mayor parte de su tiempo a sus diferencias comerciales. “Las cuestiones económicas transatlánticas estarán en el centro” del debate, adelantaba un alto funcionario de la Casa Blanca que habló bajo la condición del anonimato. No obstante, no cabe esperar anuncios concretos espectaculares, según matizó.
Esas cuestiones están dominadas por la ley para la Reducción de la Inflación (IRA, por sus siglas en inglés) estadounidense, que destina más de 300.000 millones de dólares al desarrollo de energías limpias y a la lucha contra el cambio climático. Su aprobación el año pasado enfureció a los socios europeos. La UE critica, entre otras cosas, unas provisiones que ofrecen subsidios de 7.500 dólares por unidad a los automóviles eléctricos fabricados en Estados Unidos y cuyos componentes procedan, al menos en la mitad de su valor, de ese país o de otros con los que Washington haya firmado acuerdos de libre comercio.
Aquel malestar ha dejado paso al pragmatismo: la ley, guste o no, está en vigor, recuerdan desde Bruselas. Europa también ha propuesto sus propios subsidios, y una serie de legislación sobre materias primas críticas o semiconductores para sustentar la autonomía tecnológica del bloque. “Tanto la Administración Biden como Europa se han esforzado en garantizar que la IRA no supondrá un obstáculo en la relación bilateral, pero esta saga ha dejado su marca. Como la pandemia y la invasión rusa, la disputa ha contribuido a un replanteamiento de las actitudes europeas sobre el comercio, la autonomía estratégica y la posición geopolítica de la UE. Históricamente una defensora de la filosofía del libre comercio al menos dentro del mercado único, la UE abraza una postura más activista sobre la política industrial y el comercio”, apunta el think tank Atlantic Council.
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La expectativa de europeos y estadounidenses era pactar negociaciones sobre las materias primas críticas que se emplean en la fabricación de las baterías de los vehículos eléctricos. Estados Unidos podría otorgar a esos minerales europeos un estatus de “cuasi acuerdo de libre comercio”, que permitiría que las empresas europeas puedan beneficiarse de los subsidios de ese país. Además, Washington hablaba de un “diálogo” sobre la transparencia de las subvenciones, en el que cada parte comunique sus intenciones para evitar que esas ayudas rivalicen entre sí,
“La idea es que nos comuniquemos el uno con el otro sobre nuestras posturas, de tal manera que saquemos el máximo rendimiento al despliegue de energías limpias y que nuestros incentivos respectivos no compitan entre sí” y acaben beneficiando a intereses privados, apuntaba el alto funcionario estadounidense. “Las metas son reconocer la centralidad de las inversiones públicas sobre estos objetivos comunes, dar una serie de pasos sobre minerales críticos, y una negociación que creemos que mejorará a lo largo del tiempo la seguridad y la resistencia de nuestra cadena de suministros de baterías para vehículos eléctricos”.
Los dos líderes tenían previsto dedicar otra buena parte de su conversación a la guerra en Ucrania y al aumento de la presión económica sobre Rusia. “Examinarán vías para profundizar la colaboración de Estados Unidos y la Unión Europea para aplicar nuestras sanciones y nuestras medidas de control de exportaciones de manera agresiva”, indicaba el funcionario.
En particular, querían centrarse en posibles pasos para castigar a terceros países que puedan asistir a Rusia en la guerra. Estados Unidos ha señalado a Irán y Corea del Norte, y advierte que China no ha descartado prestar ayuda militar a Moscú, su gran socio estratégico. Esa posibilidad, ha subrayado Washington, acarrearía “graves consecuencias” para Pekín. Incluidas, con toda seguridad, sanciones.
La Unión Europea es un importante aliado de Washington en el conflicto. Bruselas ha impuesto diez rondas de sanciones contra Rusia, ha expulsado a los bancos de ese país del sistema de pagos internacionales SWIFT, congelado activos rusos y reducido su dependencia del gas exportado por la antigua potencia soviética. Y su apoyo a Ucrania, solo por detrás del estadounidense y que alcanza ya los 13.000 millones de euros, incluye también asistencia militar y el adiestramiento de soldados de la nación invadida.
El de este viernes es el encuentro más reciente de Biden con líderes de los socios europeos en torno a la guerra, cuando acaba de cumplirse el primer aniversario de la invasión rusa y el conflicto amenaza con entrar en una nueva fase más sangrienta: en vísperas de la reunión, Rusia lanzaba un amplio ataque aéreo sobre territorio ucranio.
El presidente estadounidense se reunió en Kiev a finales de febrero con el jefe de Estado ucranio, Volodímir Zelenski, para conmemorar el inicio de la contienda. En Varsovia conversó con el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, y los dirigentes de los miembros de la Alianza en Europa del Este. De regreso a Washington, la semana pasada se veía también en el despacho Oval con el canciller alemán, Olaf Scholz. La próxima lo hará en California con los primeros ministros británico, Rishi Sunak, y australiano, Anthony Albanese. A finales de este mes viajará a Ottawa para tratar con el jefe del gobierno canadiense, Justin Trudeau. Y este jueves, el consejero de Seguridad de la Casa Blanca, Jake Sullivan, conversaba con el presidente finlandés.
China iba a constituir el tercer gran bloque de la conversación entre Biden y Von der Leyen. Aunque Washington y Bruselas se coordinan en sus posturas sobre el gigante asiático, esas posiciones no son idénticas. Estados Unidos percibe a Pekín como el rival a batir; tradicionalmente, Europa ha mantenido posiciones más suaves. Aunque eso está cambiando.
“Cada vez estamos más alineados en las posiciones respecto a China”, sostenía el alto funcionario estadounidense. Además de la posición de Pekín sobre la guerra, los dos líderes, anticipaba, tenían previsto centrarse en “la necesidad de fortalecer nuestra seguridad económica, responder a amenazas concretas contra la seguridad económica que hemos identificado, incluida la coerción económica, el uso de tendencias económicas como armas y políticas y prácticas no de mercado”.
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