Bielorrusia advierte a Bruselas ante una posible reunión con la líder de la oposición


Andrei no quiere cambios. El techador de cara afilada apura un cigarrillo antes de entrar a la Fábrica de Tractores de Minsk. En la Bielorrusia de hoy, insiste, tiene todo lo que necesita: “Tenemos ayudas sociales, un apartamento, campamentos de verano para los críos. Y seguridad”. Con dos hijos y más de dos décadas en la planta, uno de los símbolos de la industria del país desde los tiempos soviéticos, el operario de 49 años opina que el “garante” de esos beneficios sociales es Aleksandr Lukashenko. “Se preocupa por los bielorrusos, es un defensor de nuestros valores”, dice. A Andrei, que no está cómodo con dar su apellido en este “clima político”, le indignan y preocupan las protestas por la democracia que han cumplido más de un mes en la antigua república soviética y que, pese a la dura represión, no se desinflan. “Quienes salen a la calle piden cambios, pero solo traerían privatizaciones y crisis. Estas revueltas están basadas en la propaganda occidental, las protestas solo causan destrucción”, sostiene el techador, repitiendo el mantra oficial. Sin el único presidente que ha conocido Bielorrusia, insiste, el país “se derrumbaría”.

Las manifestaciones contra Lukashenko siguen siendo multitudinarias en el país, de 9,5 millones de habitantes. Aunque las huelgas, tras las amenazas de despidos y la represión, han decaído. También en la Fábrica de Tractores de Minsk, donde los paros se han transformado en quirúrgicas operaciones de boicot. En la célebre planta, una semana después de los polémicos comicios presidenciales del 9 de agosto, cientos de trabajadores enfurecidos por la violencia policial contra los manifestantes pacíficos y por las evidencias de fraude electoral abuchearon a Lukashenko, que había acudido a darse lo que esperaba que fuese un baño de masas con quienes han sido parte fundamental de su electorado. No lo obtuvo.

Pese a esto, el politólogo Petr Piatrouski, vinculado a instituciones gubernamentales, apunta convencido que el líder autoritario sigue teniendo una base electoral “potente” entre los empleados del amplio sector estatal y entre parte del ecosistema privado en las ciudades pequeñas. También conserva el control del aparato de seguridad en el que ha colocado a sus dos hijos mayores. “Lukashenko ofrece a la ciudadanía seguridad, estabilidad, confianza en el día siguiente”, opina Piatrouski. Es difícil, sin embargo, tener una foto exacta: en Bielorrusia no están permitidos los sondeos de opinión independientes y todas las encuestas necesitan una autorización oficial.

Como la mayoría de analistas cercanos al Gobierno y partidarios de Lukashenko, también Alexandra Goncharova, secretaria del Comité Central de la Unión Juvenil Republicana de Bielorrusia (BRYU), la organización heredera del Komsomol soviético, menciona las políticas sociales del líder autoritario como uno de sus principales activos y como su legado. “Las garantías sociales que tenemos existen gracias en parte a Lukashenko y a la causa política de apoyo a las familias”, dice.

En su despacho de la sede la organización patriótica, que agrupa a jóvenes de entre 14 y 31 años, a solo unos pasos de la Administración presidencial, Goncharova, de 36 años, habla de la educación gratuita, el sistema universitario que dispone que las personas becadas trabajen generalmente dos años en una de las compañías estatales u organizaciones públicas, la extensa prestación por maternidad o las ayudas a las madres jóvenes. “Hemos construido una sociedad moderna y bastante igualitaria”, comenta Goncharova, que aboga por el diálogo y que aspira a que la organización patriótica participe en el diseño de reforma constitucional que Lukashenko ha prometido.

“Tal vez los salarios no sean altos pero las riquezas y beneficios se reparten entre la mayoría en vez de quedárselo unos pocos. Y toda persona joven tiene derecho a acceder a su primer empleo”, remarca el diputado y diplomático Andrei Savinykh en uno de los salones de la Casa de Gobierno de Bielorrusia, que alberga las dos Cámaras del Parlamento. Reconoce que hace falta una reforma legislativa y nuevos “sistemas de verificación electoral” para “erradicar cualquier tipo de duda en el sistema”. Savinykh, presidente de la comisión de Asuntos Exteriores, también se muestra convencido de que el apoyo a Lukashenko está entre el 60% y el 80% y que las protestas se “instigan” desde el exterior; especialmente menciona Lituania y Polonia, “interesadas en el colapso de Bielorrusia y sus empresas estatales”, dice el diputado.

Bielorrusia ha mantenido vivos muchos de los empleos industriales y ecosistemas sociales de la etapa soviética. Sin embargo, lo ha hecho engrosando su deuda externa y con políticas que la han convertido en enormemente dependiente de sus acuerdos comerciales y energéticos con Rusia, una dependencia que ahora está pagando. Cuando llegó la pandemia de coronavirus, el modelo ya estaba amenazado y los observadores alertaban de que tenía que repensarse.

Lukashenko se negó a privatizar la economía cuando llegó al poder, hace 26 años, y eso ha hecho que en Bielorrusia no hayan surgido oligarcas a la altura de los de Rusia o Ucrania. Tiene mejores datos en el índice de desigualdad que muchos países de la UE y figura al nivel de Islandia o Dinamarca, y sus índices de pobreza están en la media de los países europeos, destaca el diputado Savinykh. Sin embargo, la antigua república soviética también está entre las peores en los índices de libertades; y los informes de Naciones Unidas remarcan año tras año abusos: desde la vulneración a la libertad de expresión a las detenciones irregulares y torturas. Ahora, durante las protestas prodemocracia, las organizaciones de derechos civiles han documentado cientos de casos de violencia policial contra manifestantes pacíficos.

“Propaganda occidental”, asegura Natalia Grachova. La antigua maestra de primaria, de 68 años, comenta que ha votado siempre por Lukashenko. “Es el defensor de la patria y de los valores familiares”, asegura mientras ondea la bandera rojiverde oficial bielorrusa en la plaza de la Independencia de Minsk, en una de las manifestaciones proLukashenko que empezaron a brotar una semana después de las presidenciales, para contrarrestar las multitudinarias movilizaciones en su contra. Son mucho menos numerosas que las protestas contra el líder autoritario. Aunque eso, cree Grachova, no es porque sus partidarios “sean menos”. “Somos gente trabajadora que estamos contribuyendo a construir el país, no a destruir”, dice. La maestra, originaria de Vitebsk, cerca de la frontera con Rusia, recuerda “el caos” del final de los tiempos soviéticos y las carencias que llegaron justo después. “No entiendo qué quieren los jóvenes que salen a la calle, a qué aspiran si lo tienen todo”, insiste. Aunque en las protestas contra el fraude electoral y contra Lukashenko hay personas de todas las edades, los jóvenes son los más activos.


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