Biopolítica y política en la 4ª Transformación | Artículo

Julio Moguel

I

El Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) y el gobierno de la 4ª T viven entre corrillos y en múltiples entrelineados de sus actos y proyectos un debate en muy distintos frentes que aún no aparece en los medios como tal. Pera para nadie es un secreto que hay contradicciones importantes de concepto y de perspectivas de transformación entre algunas Secretarías o áreas gubernamentales; y de que incluso dentro de algunas dependencias oficiales hay contradicciones polares entre quienes son sus titulares y algunos de sus subalternos de nivel directivo superior. Dada la proyección hegemónica –positiva en lo fundamental, en mi opinión– de los mandatos proyectados por el triunfo abrumador de AMLO el 1 de julio de 2018, temas “delicados” o contrapuestos en la lucha por definir los rumbos que deberán seguirse para dar cara y cuerpo definido al nuevo régimen que se construye se mantienen en los subterráneos de la política nacional.

Pero creo que ya ha llegado el momento de dar nombres y apellidos a los temas del referido litigio, pues hay proyectos de desarrollo que –como los del Tren Maya o del Corredor Transísmico, por ejemplo– se encuentran en la línea crítica de su real y definitiva definición: ¿se quedarán con el signo y huella de un desarrollismo ya probado (para mal en el conjunto de los casos) o darán el salto hacia una perspectiva alternativa que realmente implique apuntalar allí los caros principios que marcan –o deberían marcar– las rutas reales de la 4ª T?

En estas notas apuntamos sólo uno de los temas que se juegan en el mencionado underground del escenario.

II

La primacía de “la naturaleza” (el ser humano íntimamente incluido, por supuesto) en el ejercicio del quehacer político, y en el tipo de régimen que la 4ª T tendría que construir, no ha quedado aún bien delimitada en el discurso dominante, siendo, para todo efecto práctico, punto secundario en el esquema destructivo-reconstructivo-constructivo que las fuerzas gobernantes pretenden asumir. La línea que coloca al bíos como elemento central del rearme conceptual y paradigmático del gobierno apenas ha empezado a esbozarse y a aparecer, de tal forma que a nadie se le ocurriría identificar a la actual estrategia gubernamental como una biopolítica dirigida a decantar el hecho, ahora incontrovertible, de que la lucha en contra de la desigualdad o la pobreza, o, para decirlo en positivo, la cruzada por “el bienestar” y “el desarrollo”, es atravesada de manera íntima y constante por “la cuestión ambiental”.

El tema no remite a si hay que añadir o no a los andares actuales de la política pública una porción de más o menos peso de “ambientalismo” a cada uno de los problemas o retos que se quieren enfrentar. El tema es que el conjunto de los Grandes Problemas Nacionales tiene en su base o fundamentos una connotación “de vida” o “de naturaleza” que ha cambiado sustantivamente los parámetros o contenidos de la antigua política de “libertades, soberanías y de derechos”, generando una especie de vaciamiento de los mencionados conceptos al punto en que se vuelven difusos o de poca o nula pertinencia para connotar determinado fenómeno o delimitar con claridad algunas de las –expresamente apuntadas– líneas de transformación.

Más aún: el rasgo principal de las resistencias sociales que dominan el panorama actual del México de nuestros días está muy directamente ligado a la defensa y a la conservación de “la vida”, así ello quede mediado o metamorfoseado por “temas” agrícolas, de salud, alimentación, trabajo, etcétera; o expresamente ligado a fenómenos naturales de nuevo cuño –provocados por el cambio climático, v.gr.– o a procesos de depredación y desastres naturales provocados por la maquinaria neoliberal.

Dicho en forma resumida y aprovechándonos de una fórmula de Michel Foucault: contra los nuevos poderes de dominio, la vida “como objeto político” se vuelve “contra el sistema que pretende controlarla” con “la misma fuerza de choque que la provoca”.

III

Si “lo que [hoy] está en juego es la vida”, nos señala Foucault, la política tendrá que pensarse como biopolítica. “El ingreso de la zöe en la esfera de la polis –nos dice por su lado Giorgio Agamben–, la politización de la nuda vida como tal constituye el acontecimiento decisivo de la modernidad”.

El Sujeto de la modernidad es un bio-Ser de cabo a rabo, sin que importe si ha adquirido para ello y sobre ello algún “estado de conciencia”. Las realidades o los imaginarios ligados al terror de “los finales totales” colectivos desmontan todas las particularidades de un mundo que durante décadas se miró a sí mismo en el espejo como un colectivo universal de seres soberanos entregados a la perspectiva de su humana conciencia y de su accionar progresivo en-libertad. La fenomenología de nuestro presente, nos dirá Paul Virilio, se encuentra presidida por la dromomanía; es decir, por el síndrome de la prisa. “Dicho síndrome resulta inevitable teniendo en cuenta los dispositivos de seguridad y de emergencia de una actualidad dominada por el retorno del dúo angustia/política y, como consecuencia, por el uso político del miedo” (Giacomo Marramao).

La cadena intergeneracional en la que los “actuales vivientes” dejaban fundamentos libertarios y de sobrevivencia suficientes a las “futuros vivientes” dejó de marcar las conciencias del cálculo prospectivo en la ruta hacia la posteridad. El mundo, “salido de sus goznes” (Shakespeare), rompe los hilos constructivos de las identidades seguras para moverse hacia rutas que sólo los falsos prospectivos, adivinos y chamanes se atreven a imaginar.

IV

El acercamiento más superficial a los graves y multiplicados conflictos y problemas locales y regionales del país podrían identificar la intimidad y recurrencia que tiene esa “mezcla” del bíos con la política en todo el territorio nacional (en la política “de abajo y desde los de abajo”; o en las políticas públicas en curso, en cuanto a sus proyecciones, aterrizajes y efectos inmediatos o futuros). Y no es tema menor en la valoración de las lógicas dominantes sobre las que se han realizado los primeros diseños –y se han dado los primeros pasos– de megaproyectos como los del Tren Maya o el del Corredor Multimodal Transoceánico del Istmo.

Megaproyectos que, en mi opinión, tienen que ir hacia adelante y concretarse en una perspectiva positiva de “desarrollo para el bienestar”, pero que para cumplir sus objetivos no-neoliberales tienen que hacer a un lado la visión tecnocrática de que “la naturaleza” y la sociedad local o regional allí existentes son una especie de “capital” manipulable (capital natural o capital social, aún se dice) con rentabilidades positivas medidas en la escala simple de “la generación de empleos”, de la bolsa de valores o de los incrementos porcentuales de la economía nacional.

Julio Moguel

Economista de la UNAM, con estudios de doctorado en Toulouse, Francia. Colaboró, durante más de 15 años, como articulista y como coordinador de un suplemento especializado sobre el campo, en La Jornada. Fue profesor de economía y de sociología en la UNAM de 1972 a 1997. Traductor del francés y del inglés, destaca su versión de El cementerio marino de Paul Valéry (Juan Pablos Editor). Ha sido autor y coautor de varios libros de economía, sociología, historia y literatura, entre los que destacan, de la editorial Siglo XXI, Historia de la Cuestión Agraria Mexicana (tomos VII, VIII y IX) y Los nuevos sujetos sociales del desarrollo rural; Chiapas: la guerra de los signos, de ediciones La Jornada; y, de Juan Pablos Editor, Juan Rulfo: otras miradas. Ha dirigido diversas revistas, entre ellas: Economía Informa, Rojo-amate y la Revista de la Universidad Autónoma de Guerrero.

*La opinión aquí vertida es responsabilidad de quien firma y no necesariamente representa la postura editorial de Aristegui Noticias.




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