Desde lejos podría pasar perfectamente por un ternero más, pero lo que acarrea Alberto Herranz no es la cría de una vaca. Nació hace solo unos días de una de las hembras de bisonte que tiene en la finca La Perla, en Cubillo (Segovia). La cría ha sufrido un tremendo ataque de garrapatas y ahora Herranz le restriega aceite de oliva para que los bichos se suelten de los bajos del animal y pueda salir de esta. Herranz tiene repartidos por 50 hectáreas de su finca una decena de ejemplares de bisonte europeo (Bison bonasus), el único miembro de la megafauna (junto al bisonte americano) que sobrevivió a la gran extinción del pleistoceno, y cuya introducción en España ha despertado la preocupación de algunos destacados científicos.
Este ganadero y empresario trajo los dos primeros adultos desde Polonia en 2017 y forma parte de un movimiento que pretende ayudar a recuperar en España a esta especie que prácticamente desapareció del planeta a principios del siglo XX. Tras décadas de planes de recuperación en otros países, el bisonte europeo está catalogado ahora por la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza) como “casi amenazado”. En 2019, vivían en libertad 2.518 ejemplares adultos en 10 países del norte de Europa, entre los que destacan Polonia, Rusia y Bielorusia.
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En España —que no está dentro de esa lista de 10 Estados— hay alrededor de un centenar de bisontes europeos habitando en una decena de fincas valladas como la de Herranz en la Comunidad Valenciana, Castilla y León y Andalucía, según la cuenta que lleva el veterinario Fernando Morán, director de la asociación Centro de Conservación del Bisonte Europeo en España. Los primeros ejemplares llegaron a partir de 2010 y Morán está involucrado en prácticamente todos los traslados de estos animales, que provienen en su mayoría de Polonia. La última suelta, a finales del pasado año, fue la de 18 ejemplares en la finca cinegética de El Encinarejo, en la provincia de Jaén, junto al Parque Natural de la Sierra de Andújar.
El de Jaén es el proyecto más importante que tienen ahora en marcha, explica Morán. Pero también el que ha despertado una contundente oposición científica: 12 reconocidos expertos han rechazado la suelta, que definen como una “introducción de una especie exótica en un ecosistema mediterráneo en el que jamás se han documentado registros históricos de su presencia”. Así figura en uno de los dos escritos que han enviado a la Junta de Andalucía y a los que ha accedido EL PAÍS. Entre los firmantes están Miguel Delibes de Castro, exdirector de la Estación Biológica de Doñana; Concepción Azorit Casas, catedrática de Zoología de la Universidad de Jaén; Miguel Ángel Simón, exdirector del exitoso proyecto de recuperación del lince ibérico; y Carlos Fernández Delgado, catedrático de la Universidad de Córdoba y doctor en Biología.
Este grupo de 12 expertos sostiene que la legislación comunitaria obliga a España a proteger sus “hábitats y las especies ligadas a los ecosistemas mediterráneos” y advierten de que la especie Bison bonasus supone “un presumible riesgo potencial para los mismos por sus elevados requerimientos nutricionales como herbívoro de gran tamaño”. Los científicos han pedido que se paralice este “inadecuado” proyecto para que se puedan analizar “sus posibles repercusiones por parte de los órganos científicos y de participación social preceptivos”. Pero la Administración andaluza no ha atendido sus requerimientos.
Morán explica que lo más lejos que han llegado hasta ahora ha sido en el caso de Andújar, donde la Junta les reconoce que la introducción de los animales en la finca —en un área también vallada— forma parte de un programa de recuperación de una especie amenazada. Aunque eso no quita para que la autorización oficial para tenerlos allí sea como “núcleo zoológico” y que los ejemplares, como el resto de los que hay ahora en España, hayan llegado como ganado y tengan que someterse a las revisiones veterinarias pertinentes.
Morán anuncia que su intención es solicitar a finales de este año a la Junta que cambie la catalogación del proyecto para que sea reconocido oficialmente como una “introducción benigna”. Ese término se refiere al establecimiento de una población viable de una especie amenazada en una zona que no se corresponde con su área de distribución natural. La petición para el cambio de catalogación irá acompañada de un informe del equipo de Morán sobre la afección en los 12 primeros meses de proyecto a la flora y la fauna de la zona, que debe ser neutra o positiva para que su plan pueda seguir adelante.
La catedrática Azorit cree que en un año no es posible observar todos los efectos negativos de una experiencia de este tipo. E insiste: “El bisonte no deja de ser una especie exótica que se introduce con calzador”. Simón, por su lado, recuerda que la finca de 1.000 hectáreas elegida en la Sierra de Andújar está identificada como una de las áreas en las que vive el lince ibérico y alerta sobre la posible afección del “pisoteo de los bisontes sobre las madrigueras de los conejos”, el principal alimento del felino amenazado. “Ya hay estudios donde se documenta el impacto de los ciervos, que pesan muchísimo menos que los bisontes”, añade. Pero, por encima de estas consideraciones, todos los expertos consultados por EL PAÍS contrarios a la introducción de este animal en España emplean el mismo argumento: nunca estuvo presente en la Península.
Un debate con miles de años
En la última década, la suelta de ejemplares —o el nacimiento de crías dentro de la decena de proyectos activos— ha ido acompañada de titulares en los medios de comunicación en los que se destacaba que el bisonte volvía 10.000 años después a Segovia, a Extremadura, a León, a Andalucía… Y como argumento de autoridad se empleaba a los animales representados en las pinturas de Altamira, en Cantabria. Pero la ciencia ha dejado claro hasta ahora que los representados en esa y otras cavernas del país no podrían ser ejemplares de bisonte europeo, sino de otra especie diferente que desapareció de la Península hace 12.000 años y que está completamente extinta en el planeta desde hace 6.000 años: el bisonte de estepa (Bison priscus). Así lo reconoce, por ejemplo, la UICN, que afirma que “los hallazgos paleontológicos y arqueológicos” indican que la especie europea nunca estuvo presente en la península Ibérica.
El zoólogo y experto en historia de la fauna ibérica Carlos Nores considera también “un sinsentido” introducir bisontes en España e “intentar convertirlos en especies silvestres en un lugar que el animal no fue capaz de colonizar de forma natural”. “En los 90 siglos transcurridos desde que aparecieron los primeros ejemplares y empezaron a expandirse por Europa nunca llegaron hasta las penínsulas mediterráneas”, apunta este especialista que, desde la Universidad de Oviedo, está coordinando a más de 20 expertos de 16 instituciones científicas del país para la elaboración de un artículo en el que se rebaten los argumentos en defensa de la suelta de esta especie en España.
En el otro lado de esta polémica, dentro del grupo de los firmes defensores de estos proyectos, está Benigno Varillas, un conocido periodista ambiental y escritor, que liga la recuperación de la España vacía a la introducción del bisonte europeo: “En lugar de resucitar una ganadería a la que ninguna persona joven quiere volver, este gran herbívoro puede ayudar a atraer turismo, además de crear empleos”. Esa es la tesis que defiende en su último y reciente libro Recuperar lo libre: Bisonte ibérico (El Cárabo). Varillas asegura que la introducción de este animal podría ayudar a deforestar los espacios abandonados del campo y llenos de matorral para prevenir los incendios.
El naturalista apuesta por soltar ejemplares en los montes y no solo en cercados, dentro de un programa de recuperación. Sostiene que España tendría capacidad para acoger a unos 3.000 animales y que se generarían puestos de trabajo. Pero, para poder llegar hasta ese punto, se necesitaría un cambio legal importante: que el Bison bonasus sea incluido en el listado de especies extinguidas en todo el medio natural español, lo que permitiría introducir en la naturaleza ejemplares traídos desde otros lugares del mundo.
En dos ocasiones —en 2017 y 2020—, los defensores de estos proyectos han intentado que el Gobierno central incluya esta especie en ese listado o que abra la puerta a su suelta en el medio natural. Morán detalla que su última petición para que la especie sea incluida en el listado de especies silvestres en régimen de protección especial en España cuenta con el apoyo de un centenar de científicos y expertos. Muchos de los firmantes son miembros del proyecto europeo de recuperación de esta especie y del comité de la UICN especializado en bisontes, pero también hay otros destacados científicos españoles, como Juan José Negro, otro exdirector de la Estación Biológica de Doñana, que apoya que España le dé la categoría de silvestre a esta especie. Argumenta su apoyo en el trato que reciben ahora estos animales en nuestro país: “Se les está tratando como ganado, cuando es un animal salvaje que se estresa cuando se le hacen los saneamientos obligatorios”.
Sin embargo, las peticiones para cambiar el estatus del bisonte europeo se han topado con el rechazo del comité científico que asesora a la Administración en la elaboración de la lista de especies extinguidas. José Luis Yela García, profesor de Zoología y Conservación Biológica de la Universidad de Castilla-La Mancha, es uno de los 19 miembros de ese órgano asesor. Recuerda que hasta ahora no se ha encontrado ningún vestigio en la Península que se corresponda con los restos del bisonte europeo, al contrario de lo que sí ha ocurrido con los del bisonte de estepa. Pero, aunque se encontraran restos de hace 12.000 años, como en el caso del bistonte estepario, “el paisaje de la Península ha cambiado radicalmente, por el clima y por la acción del ser humano”. Es decir, sería un hábitat completamente diferente.
El reducto en el que la especie sobrevivió hasta su práctica desaparición en el siglo XIX y principios del XX fueron los bosques de Polonia y Bielorusia. “No creo que se den las condiciones en León o en Jaén para esta especie”, añade Yela. Simón, el exdirector del programa del lince, lo explica de manera más gráfica: “En Jaén estamos esta semana ya a 40 grados y no llueve desde hace un mes, se van a achicharrar”. Y la catedrática Azorit se pregunta: “Vemos cómo los animales del sur suben a la Península por el calentamiento global y ¿ahora nosotros vamos a traer bisontes de Polonia?”. El zoólogo Nores cree que en este caso se está ante un problema “ético”: “Este animal no está adaptado al clima de la Península”.
El ganadero Herranz considera que sus animales se han adaptado bien a las condiciones de su finca, ubicada en el piedemonte de la sierra del Guadarrama. Aunque confiesa que cuando se les ve más felices es en invierno. “¡Cómo se revuelcan en la nieve!”, rememora.
Herranz se define como un amante de los animales, lo que le llevó a entrar en el proyecto de conservación del bisonte, el mamífero terrestre más grande de Europa. Es propietario de una yeguada y una ganadería de toros de lidia y organiza visitas turísticas en su finca para ver a los bisontes y el resto de animales. Salvo la ayuda que ha recibido del Gobierno polaco para el transporte de los ejemplares, asegura que no ha tenido apoyo con fondos públicos para mantener a los animales.
Morán señala que, al no recibir fondos públicos, cuando su asociación estudia un proyecto que les presenta un particular valoran “que la especie dé un retorno económico”. Este vendría, por ejemplo, por el ecoturismo y en muchas de las fincas que tienen bisontes organizan visitas guiadas. Morán también se muestra partidario de que en un futuro pueda haber actividad cinegética relacionada con este animal, pero solo si se trata de una caza de conservación y para el aprovechamiento de la carne.
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