Bolsonaro proclama que Brasil “está de maravilla” horas después de decir que “está quebrado”


Brasil, laboratorio de varias vacunas contra el coronavirus, se queda atrás a la hora de aplicarlas, pese a tener uno de los programas de inmunización más ambiciosos del mundo. Las primeras inyecciones tardarán aún semanas porque ningún compuesto ha sido autorizado todavía y porque faltan incluso los millones de jeringuillas y agujas necesarios para inocular a la población. Los brasileños preocupados por el virus ven con enorme frustración cómo argentinos, mexicanos o indios reciben la inyección. Es una muestra más de la caótica gestión de la pandemia y los efectos de tener un presidente, Jair Bolsonaro, que sabotea metódicamente los esfuerzos de otras autoridades sanitarias y políticas para contener el virus. Aunque los muertos aumentan, Bolsonaro celebró este Año Nuevo con un chapuzón en la playa que causó una notable aglomeración.

El mandatario actúa de espaldas a una realidad que se puede resumir en un puñado de datos: Brasil acumula el 10% de los muertos por coronavirus del mundo, pese a ser hogar de menos del 3% de la población mundial, y el desempleo bate récords con un 14,6%. Son 14 millones de personas sin trabajo, una catástrofe social mitigada por unas ayudas económicas que han terminado para millones de brasileños.

La vacuna es víctima de la polarización política de Brasil como antes lo fueron las mascarillas o la distancia social. El presidente insiste en que no piensa vacunarse mientras siembra dudas sobre la eficacia de la inmunización dando aliento a los más escépticos y temerosos en este país infestado de noticias falsas y con millones de personas poco formadas.

Para colmo, la escasez de jeringuillas y agujas, que suena a chiste malo cuando ha pasado más de un año desde los primeros contagios en China, constituye un problema real. El Gobierno federal hizo el día 30 una licitación para comprar 331 millones de jeringuillas para aplicar las vacunas, pero solo logró ocho millones porque el precio que ofreció está muy por debajo del de los fabricantes. Brasil tiene 210 millones de habitantes y las vacunas requieren al menos dos pinchazos.

El sálvese quien pueda que ha marcado la gestión brasileña también tiene su reflejo en las inyecciones. El estado más rico, São Paulo, ya tiene 50 millones de jeringuillas.

Las carencias son aún más llamativas si se tiene en cuenta que Brasil se enorgullece de ser un modelo en vacunación. Es de los países que ofrece más vacunas gratuitas. Suman 15 en el caso de los niños y llegan por tierra, río y aire hasta las poblaciones más remotas. Un esfuerzo de décadas que ha logrado eliminar la polio, la rubéola y reducir mucho otras enfermedades vacunables. El movimiento antivacunas avanza de todos modos.

La microbióloga y divulgadora científica Natalia Pasternak resume así la situación en un artículo publicado este sábado en el diario O’Globo: “Brasil, que tenía todo para ser ejemplo, como siempre, en las campañas de vacunación, se queda atrás, con pocas perspectivas reales para el inicio del año. Tenemos dos vacunas candidatas sólidas para satisfacer la demanda en 2021, pero lamentablemente ambas tienen obstáculos”. Son las de AstraZeneca/Oxford, apadrinada por el Gobierno Bolsonaro, y la china de Sinovac, comprada por el gobernador de São Paulo, João Doria, que se aferra a la ciencia y la ha convertido en su gran apuesta para convertirse en candidato a la presidencia.

La pandemia todavía deja un reguero de muertos diarios y la variante británica ya ha llegado, aunque desde el miércoles Brasil exige a todo viajero un test PCR negativo. Esta semana ha habido tres días consecutivos con más de mil fallecidos. Y algunas UCI, como las de Río de Janeiro, están al borde del colapso. Este terrible panorama no ha impedido que el jefe del Estado y miles de sus compatriotas disfruten de las vacaciones navideñas como si aquí no pasara nada. El futbolista Neymar es de los que supuestamente pretendía despedir el año como en los tiempos precoronavirus: iba a reunir a 150 personas para una fiesta de cinco días, según O’Globo.

La tradición dicta que los brasileños reciban el nuevo año vestidos de blanco y salten siete olas en la playa. Pero esta Nochevieja brindó aquí también algunas imágenes inimaginables cualquier otro año. Una Copacabana desierta recibió 2021. Sí que hubo algunas fiestas en otras playas y el día de Año Nuevo algunas estuvieron realmente atestadas. Bolsonaro navegaba frente a una de ellas cuando decidió echarse al agua, seguido por un puñado de sus guardaespaldas, y acercarse a cientos de bañistas que le aclamaban a grito de “¡mito! ¡mito! ¡mito!”. Él mismo tuiteó el vídeo bajo el título “en la playa con el pueblo”.

Manaos, la capital de la Amazonia y la ciudad más golpeada al inicio de la pandemia, está cavando nuevas tumbas ante el aumento de contagios y víctimas, lo que vendría a enterrar definitivamente la hipótesis, sugerida en un estudio académico, de que era la primera del mundo en alcanzar la inmunidad de rebaño. Las cifras oficiales, lastradas por la subnotificación a causa de la escasez de test, indican que el virus ha matado proporcionalmente menos aquí que en otros 16 países, incluidos España, Perú y EE UU. De los 1,8 millones de fallecidos por coronavirus en todo el planeta, más de 195.000 eran brasileños.

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