Para ser una simple comedia rodada con aspecto de falso documental, Borat ha resultado ser un experimento cinematográfico con una sorprendente capacidad de revelación en su retrato de la sociedad estadounidense. Borat es un falso periodista de Kazajistán, tosco, antisemita, ignorante y profundamente pueblerino. Su bochornoso viaje a través de Estados Unidos para “conocer y aprender” es desternillante y vergonzoso a partes iguales; enfrente, los protagonistas involuntarios de su reportaje proporcionan una aproximación única a los valores más profundos de este país.
Se presenta como Borat Sagdiyev, estrella de la televisión pública de Kazajistán. Supuestamente tiene el encargo directo de su Ministerio de Información de viajar a Estados Unidos para realizar un documental sobre los avances de la vida moderna que proporciona ese país -escaleras mecánicas, tiendas de armas- y su posible aplicación en Kazajistán.
Borat grita “¡Viva George Bush y su guerra del terror!”, y el público jalea “¡Viva!”
Kazajistán ha declarado que lamenta la imagen “de mal gusto” que proyecta la película
La película Borat, dirigida por Larry Charles y protagonizada por Sacha Baron Cohen, es ese documental. En España, se estrenará el próximo día 17. En una paradoja que completa el círculo del absurdo, Borat, con su aspecto cutre y rural, como si fuera realmente la producción de una televisión pública de un país extremadamente pobre, ha sido la película más taquillera de este fin de semana en Estados Unidos, con 26,3 millones de dólares de recaudación, a pesar de haberse estrenado en un número reducido de salas.
A lo largo del documental, Borat se muestra zafio y provinciano y consigue de ese modo despertar ternura en sus entrevistados, lo que revela en realidad la disposición de los estadounidenses a creer cualquier verdad sobre un concepto que para muchos resulta lejano: “el extranjero”. La gente se cree que en Kazajistán las mujeres están encerradas en jaulas o que para sus ciudadanos un reloj digital es el último avance tecnológico.
En su viaje de Nueva York a California, Borat entrevista a políticos, activistas, religiosos, feministas y ciudadanos corrientes que proporcionan momentos escalofriantes. Borat traba amistad con un grupo de jóvenes en viaje de fin de carrera, ricos y borrachos, que lamentan el fin de la era de la esclavitud. Borat entrevista al dueño de una tienda de armas a quien pregunta: “¿Qué pistola debería comprar para matar a un judío?”; y el dueño, impasible, responde: “Yo le recomendaría una de 9 milímetros o una Glock automática”. Borat habla con el propietario de un espectáculo de rodeos, le dice que en Kazajistán a los homosexuales se les mete en la cárcel y luego son ejecutados, y el individuo le dice: “Eso nos gustaría a muchos que hicieran aquí”.
Borat es, en ese sentido, una versión cómica de las películas de Michael Moore, un experimento cinematográfico que detecta al mismo tiempo los peores pecados de esta sociedad y el ansia por pertenecer a ella. Borat se viste con los colores de la bandera americana para cantar el himno en un rodeo del que tiene que salir corriendo antes de ser linchado; cuando le ceden el micrófono ante miles de personas que creen estar realmente ante un periodista del Este europeo, Borat grita “¡Viva George Bush y su guerra del terror!”, y el público jalea “¡Viva!”. “¡Ojalá que George Bush mate a todos los iraquíes!”, y algunos gritan: “¡Ojalá!”. Borat quiere ser americano, quiere vestir como ellos y hablar como ellos, pero su origen rústico y su desconocimiento absoluto de las reglas del decoro convierten al sufrido periodista en un paleto en la gran ciudad. En algunos Estados todavía hay órdenes de arresto contra él.
Algunos de los cómicos más inteligentes de Estados Unidos, como Larry David, creador de Seinfeld y Curb your enthusiasm, y George Meyer, ideólogo de Los Simpson, se han mostrado impactados por el valor de una película que algunos críticos han calificado como la más divertida que han visto nunca, a pesar de los momentos frecuentes de vergüenza ajena que provoca en el espectador.
La peor parte se la llevan los pobres habitantes de Kazajistán, vinculados ya de por vida al salvajismo aldeano con el que son retratados por Borat. El Gobierno de ese país ha lamentado que la película divulgue una imagen “de mal gusto y mala educación incompatible con la ética y el comportamiento civilizado de los ciudadanos de Kazajistán”; su ministro de Exteriores estudia demandar a los productores. El Gobierno de Kazajistán se ha visto obligado a invertir enormes cantidades de dinero en reportajes publicitarios en los principales periódicos de EE UU para intentar demostrar que es un país refinado. Cuentan que el mes pasado cuando el presidente, Nursultan Nazarbayev, visitó la Casa Blanca, mostró en el Despacho Oval su indignación por haberse convertido en el hazmerreír de la industria cinematográfica.
Justo cuando Nazarbayev estaba en la Casa Blanca, Borat se presentó en la verja de entrada. Interrogado por el Servicio Secreto, el periodista explicó que quería entrar para invitar “a Bush, a O. J. Simpson, a Mel Gibson y a otros dignatarios estadounidenses” a un pase de su documental.
Cambridge y el camaleón
Borat es, en realidad, un individuo educado en Cambridge, experto en historia del judaísmo y autor de una tesis doctoral sobre los movimientos de defensa de derechos civiles que es de lectura recomendada para los estudiantes de esa universidad británica.
Borat es Sacha Baron Cohen, un cómico británico sumamente peculiar. Su capacidad para crear personajes es sorprendente no sólo por la dificultad de cada perfil, sino por su entrega absoluta a la ficción: Baron Cohen se transforma física y psíquicamente en los personajes que interpreta. Nunca ofrece entrevistas salvo si interpreta en ellas a una de sus creaciones. Todos los medios de EE UU han entrevistado a Borat; ninguno ha podido entrevistar a Baron Cohen. Su entrega al personaje es tal que los productores creen que sufre ataques de doble personalidad. Cuando se convierte en Borat, se deja crecer el bigote y el pelo y no lava el traje “para oler a extranjero”, dijo una vez. Sólo un judío puede mostrarse tan falsamente antisemita; sólo un intelectual puede crear a un tonto tan complejo como Borat.
Baron Cohen es sobradamente conocido en Inglaterra por su programa de televisión Da Ali G Show, en el que interpreta a un rapero con inglés jamaicano que también realizaba entrevistas falsas para Channel 4. En su próximo proyecto planea retratar la superficialidad del mundo de la moda a través de otro de sus personajes, Brüno, un modisto austriaco homosexual.
Source link