Decía
Garitano
que le parecía “una putada” recibir al Madrid en San Mamés sin el calor de su público, el que le habría llevado en volandas. Para ser sincero, ya ni hago el esfuerzo de cambiar el chip, de adaptar mi mente a un fútbol apelotonado al que le falta tiempo para recuperar fuerzas y asimilar realidades clasificatorias. Podría ser más que paradójico comprobar que, mientras los profesionales aseguran echar de menos a su afición, esos hinchas tengan otras prioridades, dejando a un lado las ocurrencias de una Liga y las peripecias de su equipo de fútbol. Como con anestesia.
Por otro lado, el fútbol y el deporte en la pandemia tampoco están ayudando a concienciar a los más cazurros de que siguen habiendo normas y restricciones. Los ejemplos de Nápoles y Liverpool, las imágenes en las calles de Leicester donde ahora tendrán que confinarse, la realidad de Lisboa que sigue siendo sede de la Champions mientras sus ciudadanos vuelven atrás en el tiempo, las penosas imágenes de Vitoria tras el título del Baskonia…
Da la sensación de que el deporte profesional camina en una dirección opuesta y contraproducente, de que trasladar el peligroso mensaje de que así recuperamos parte de la normalidad, de que volver es ganar, sólo contribuye a confundir a todas esas mentes escasas de materias gris que traducen el mensaje en un simple y devastador ’ahora todo vale’. Los brotes y los nuevos confinamientos son la mejor respuesta al puro negocio. Fútbol no.
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