Si Boti Garcia Rodrigo no anduviera a zancadas por este salón con dos balcones a Lavapiés; si no se le imaginara acomodada en el butacón viendo a través de Galdós el Madrid de Fortunata y Jacinta; si no tecleara, pequeña como es, sobre un pequeño escritorio de madera, la librería lo diría casi todo de ella. Ahí está la medalla de oro de Madrid reinando entre otros reconocimientos; dos banderas arcoiris, una con una chapa encima que reza: “Protestar es un derecho” y otra con una placa cosida en la que está su nombre; la muerte en una carta del Tarot-“siempre hemos de tenerla presente”, dice con gravedad-; 39 letras B casi todas en azulejos -su inicial y la de su ex esposa, Beatriz Gimeno, directora del Instituto de la Mujer- compradas a lo largo de los viajes y de los años; dos fotos junto a Pedro Zerolo; un póster -Vota Boti- y los retratos en sepia de una cría que se asomaba a otro balcón de la cercana Glorieta de Atocha. Allí siempre lucía el sol y ella avistaba el mundo. “Cuando paso por allí la niña me dice, ‘qué lejos hemos llegado’. Y yo contesto, ‘tanto como los trenes que mirábamos cuando éramos pequeñas. Eso sí, hemos tardado en llegar”. Boti ha alcanzado el primer cargo público estatal que vela por su colectivo, como dice ella. Es la directora general de Diversidad Sexual y Derechos LGTBI. A los 75 años.
Repite que ha llegado tarde a todo. A la política, al feminismo, al activismo. Estudió Pedagogía en la universidad del concierto de Raimon y de los grises. Aprendió de qué lado estar. Se enamoró. Y no estuvo ni fuera ni dentro del armario. “No negábamos pero tampoco afirmábamos”, explica Pasaron los años en esa ambigüedad para la profesora y más tarde funcionaria del Registro Civil. Hasta que no bastó: “Empecé a notar dentro de mí que necesitaba decir quién soy yo y, sobre todo, qué necesito. Miraba las manifestaciones y decía, ya sé, yo quiero estar ahí. Necesito luchar como esta gente por algo que me toca. Eso me llevó a llamar a la puerta del activismo”. Tenía 50 años.
Entre saludos de tenderos, camina por este barrio popular como por el pasillo de su casa. “Lo mejor de Madrid está en Lavapiés. La mayor fraternidad, el mayor sentido de las cosas por las que merece luchar las tienes aquí. Y también el mayor sentido de la alegría, del disfrutar de la vida, de las verbenas”. La calle, las pancartas, la acción más que la reflexión. Esa es Boti, la que lleva siempre los calcetines distintos. Con casi 60 años se presentó a unas elecciones con IU. Cerca de los 70, presidió la mayor asociación LGTBI de España. Tarde.
Boti con Pedro Zerolo en una foto antigua. Lupe de la Vallina
Hoy tiene el salón alfombrado de papeles de trabajo. Dice que solo le da tiempo a ser directora general. Es la semana del Orgullo y arde el debate alrededor de la futura ley en la que con el derecho a la autodeterminación de género se podrá cambiar de sexo en el registro sin trabas. Aparece la Boti más fiera. “Es una polémica sesgada e ignorante. Nadie borra a las mujeres. Las mujeres trans son las que se sienten borradas, humilladas, ninguneadas, machacadas y marginadas, cuando en realidad son mujeres. Nadie que tenga cerca a una persona trans puede decir esos disparates, inadmisibles, e intolerables. Porque conociendo la realidad trans no se puede mantener que las personas trans no son acreedoras de la plenitud de derechos y de dignidad, es una cuestión de derechos humanos”.
Hubo momentos mágicos en el confinamiento. Un pájaro nunca visto se posó en su balcón. Un saxofonista interpretaba tras los aplausos Over the rainbow, la melodía que sonó en su boda. Se quedaba a oscuras después, en silencio, la activista que lo será hasta que se sequen las lágrimas de su colectivo. La mujer que piensa que quizá, a su edad, la soledad es un autobús del que ya no te vas a poder bajar.
García es la primera responsable de diversidad del Gobierno y trabaja en leyes para la igualdad de la comunidad LGTBI. Lupe de la Vallina