Brasil afronta su primer año en más de un siglo sin Carnaval en su verano austral

El presidente Bolsonaro y el consejero de Seguridad Nacional de EEUU, Robert O'Brien, (izquierda) este martes junto al ministro Paulo Guedes, de Economía, en Brasilia.
El presidente Bolsonaro y el consejero de Seguridad Nacional de EEUU, Robert O’Brien, (izquierda) este martes junto al ministro Paulo Guedes, de Economía, en Brasilia.ADRIANO MACHADO / Reuters

La vacuna de la covid-19 acaba de ser empujada al centro del polarizado debate político de Brasil, como antes ocurrió con la enfermedad. El presidente, Jair Bolsonaro, ha desautorizado sin miramiento ninguno a su ministro de Salud, el general Eduardo Pazuello, al proclamar que “no vamos a comprar la vacuna china” horas después de que este anunciara el martes la adquisición de 46 millones de dosis a Sinovac. Poco parece importar que sea su tercer ministro de Salud en esta crisis, que Brasil sea el tercer país más golpeado por la pandemia con casi 155.000 muertos entre los cinco millones de contagiados y que su programa de inmunización sea un orgullo nacional.

La vacuna es el terreno más reciente en el que anida la polarización brasileña. En torno a ella, se libran y entrecruzan dos batallas. La de Bolsonaro con varios gobernadores, azuzada por la campaña electoral de las elecciones municipales del mes que viene. Y la presión de la Administración Trump para que su aliado Bolsonaro se una a su bando en la guerra comercial con China y vete a Huawei en la futura licitación de las redes de 5G. Brasil, con 210 millones de habitantes, es un botín jugoso en esa confrontación.

Al grito de traición, Bolsonaro desmintió a su ministro. Primero en caliente, el martes en una nota en Facebook respondiendo a sus seguidores, incluido uno que dijo querer un futuro “sin interferencia de la dictadura china”. “No será comprada”, respondió en mayúsculas en referencia al producto que diseña Sinovac.

Y anticipó que el asunto sería aclarado este miércoles. Así ha sido. La desautorización ha sido completada con un anuncio solemne en el que el Ministerio de Salud ha apelado a que “hubo una interpretación errónea de las palabras del ministro de Salud”, según ha afirmado su número dos. El aludido estaba ausente porque, por si faltara dramatismo en la vida política brasileña, Pazuello suspendió anoche su agenda al sentirse mal. Este miércoles se ha confirmado que padece covid -enfermedad que han sufrido Bolsonaro y buena parte de sus ministros-. Más inquietante es otra de las noticias de última hora del día: la muerte, revelada por el diario O’Globo, de un participante en el ensayo clínico de la vacuna de Oxford, la comprada por el Gobierno federal. El fallecido era un brasileño de 28 que, según fuentes anónimas del diario, no recibió la vacuna experimental sino placebo.

Los ingredientes con los que se ha cocinado esta polémica son muchos y variados. Brasil es uno de los países que más ensayos clínicos de las vacunas acoge, pero eso no ha impedido que comprar una u otra se haya convertido en una vía para situarse en uno u otro bando político. El Gobierno federal apostó desde el principio por la de Oxford, fabricada por Astra Zeneca en colaboración con un instituto de salud pública de Río de Janeiro llamado Fiocruz. Mientras, el gobernador de São Paulo, João Doria -un adversario de Bolsonaro que antes fue aliado- ha negociado con la china Sinovac, que tiene como socia a una institución médica paulistana llamada Instituto Butantan. El estado de Paraná es otro de los que se ha sumado a la carrera política por la vacuna. En su caso, ha apostado por la formulación creada en Rusia.

La decisión del ministro Pazuello de añadir la vacuna china al programa nacional de inmunización tenía dos problemas graves a ojos de Bolsonaro y de sus seguidores más ultras. Primero, supone colaborar con el gobernador Doria, que es quien ha negociado la compra con la empresa china y tiene aspiraciones presidenciales. Dos, se produjo horas después de que el mandatario ultraderechista y receloso de la ciencia recibiera en Brasilia al consejero de Seguridad Nacional de EEUU, Robert O’Brian. Sin duda las redes de 5G fueron uno de los platos fuertes de la reunión. El dilema es diabólico para Bolsonaro, siempre divido entre su alianza con Donald Trump y la necesidad de no molestar más de lo estrictamente necesario a Pekín, que sustituyó hace años a Washington como su primer socio comercial.

La disputa política es un factor que agrava la caótica gestión brasileña de la epidemia. El balance de muertos y contagios es enorme, solo por detrás de países más poblados como Estados Unidos e India, pero también es cierto que realiza muchos menos test que su vecino del norte. En fallecidos por 100.000 habitantes, está peor que ambos pero mejor que Bélgica, Perú o Bolivia.

La estrategia de Bolsonaro de despreciar la gravedad sanitaria de la covid le enfrentó desde el principio a los gobernadores, que formaron un frente para coordinar las restricciones. Aquel frente se ha ido desdibujando con la distinta evolución de la enfermedad en las diferentes regiones pero el gobernador Doria se ha erigido en el gran antagonista del presidente en esta crisis. Este miércoles ha recordado a Bolsonaro que “ni la ideología, ni las elecciones ni la ideología salvan (a la población del coronavirus), es la vacuna”.

Mientras el Gobierno del estado de São Paulo ha comprado los 46 millones de dosis de la vacuna china de Sinovac que por decisión de Bolsonaro no serán incluidas en el programa brasileño de vacunación, el Gobierno brasileño ha recordado que ya tiene cerrada la adquisición de seis millones de dosis del compuesto de Oxford y Astra Zeneca. Su plan se completa con unos planes en consonancia con el lema bolsonarista de Brasil, primero, porque incluye la transferencia de tecnología para fabricar localmente 110 millones de dosis más. También Doria quiere llegar a producir la suya en São Paulo. Los optimistas anuncios de que la vacunación comenzaría antes de final de año se han ido atemperando.


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