Un grupo de diputados habla en el Congreso de Brasil, el pasado 17 de febrero.

Brasil ofrece a los parlamentarios una ventana de fichajes para cambiar de partido (sí, como en el fútbol)

Un grupo de diputados habla en el Congreso de Brasil, el pasado 17 de febrero.
Un grupo de diputados habla en el Congreso de Brasil, el pasado 17 de febrero.Douglas Gomes Photography (CONGRESO DE BRASIL)

Son días frenéticos para los diputados brasileños que aspiran a ser reelegidos dentro de siete meses. Ahora es el momento de un cálculo político crucial, de decidir si intentarlo desde el partido actual o mudarse, sin perder el escaño, a otro que ofrezca mejores opciones. Porque, en Brasil, existe una ventana de fichajes parlamentarios al estilo de las que permiten comprar y vender futbolistas cada temporada. La llamada ventana partidaria —un mes al final de la legislatura— está abierta. Los 513 diputados federales y los miles de diputados estatales tienen hasta el 1 de abril para fichar por una nueva sigla antes de emprender la campaña para las legislativas (y presidenciales) de octubre.

Dieciséis nuevos diputados aterrizaron en los últimos días en el Partido Liberal siguiendo al presidente Bolsonaro, que se afilió recientemente porque llevaba dos años sin partido y para presentarse a las elecciones necesita uno. Se esperan muchos más fichajes a medida que el plazo se vaya agotando. Los electos llevan meses echando cálculos, pendientes de los movimientos de aliados y adversarios, trazando estrategias. En los últimos años, ha habido nada menos que 275 mudanzas al amparo de esta ventana.

La politóloga Talita Tanscheit, de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro, explica que esta ventana partidaria “es un elemento fundamental” de la política brasileña porque “permite arreglos políticos para configurar las candidaturas, las coaliciones, para decidir a qué candidato presidencial apoyar…”. Todo eso implica que, a siete meses de las elecciones, “el retrato del Congreso sí que puede cambiar notablemente, a diferencia de otros países”, advierte la investigadora.

El principal motivo para fichar por un nuevo partido es aumentar las probabilidades de reelección. Poco pesan los factores ideológicos o el programa. “El PSOE y el PP en España son antagónicos, pero aquí en Brasil hay muchos partidos que se parecen mucho. No es que uno se vaya del Partido de los Trabajadores (de Lula da Silva) al partido de Bolsonaro”, puntualiza la politóloga. Esos partidos de derecha sin ideología que tanto se asemejan es donde más intensos son los cambios. Son el elemento más poderoso de un Congreso con 30 formaciones, muchas minúsculas.

Conocido como el centrão (el gran centro), es una constelación de siglas que constantemente cambian de nombre, se amigan o se enemistan. Como explicaba recientemente el columnista Carlos Pereira en el diario Estadão, los partidos brasileños funciona salvo raras excepciones “como agremiaciones que maximizan los intereses políticos y de supervivencia de sus miembros”.

Tanscheit rechaza que la ventana partidaria, creada en 2015, sea la oficialización del transfuguismo porque una vez instalados en un hogar político, “la disciplina de partido es muy alta”. Pero hasta entonces cortejan y se dejan cortejar.

Las negociaciones entre precandidatos y partidos son un sudoku infernal porque intervienen infinidad de factores entre los que la ideología es secundaria. Brasil es un país inmenso, imposible de gobernar sin alianzas, y donde la política local tiene un peso enorme. Y además elegirá al mismo tiempo presidente, la Cámara de Diputados, parte del Senado, gobernadores y diputados estatales. De modo que la política brasileña es estas semanas un inmenso tablero de ajedrez con todas las piezas en movimiento donde no se puede quitar el ojo al resto de los jugadores y cada paso de cualquiera en una u otra dirección afecta a muchas otras fichas.

El hombre al que Luiz Inácio Lula da Silva quiere como número dos para echar a Bolsonaro del poder es Geraldo Alckmin, un veterano del centroderecha al que hace 16 años derrotó en unas presidenciales. Alckim acaba de dejar su formación de toda la vida, el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), y en estos días debe aclarar en qué formación se instala.

El propio Bolsonaro es un ejemplo de lo habitual que es cambiar de formación. En tres décadas de carrera, milita en su noveno partido. Eso sí, con unas u otras siglas, nunca ha descuidado a los soldados y los policías militares cuyos intereses corporativos siempre ha considerado prioridad.

El PL, al que Bolsonaro se afilió en noviembre tras fracasar en su intento de crear uno a su medida, es uno de los partidos del centrão. En 2018, el ultraderechista disputó las elecciones por una de las llamadas siglas de alquiler, controlada por un cacique. Como un año estuvo en aquel hogar político. Muchos de los diputados elegidos en la ola bolsonarista están siguiendo al mandatario en su mudanza a un partido de la vieja política que tanto denostaban.

Mudarse a un partido con más parlamentarios significa también un trozo mayor del fondo de dinero público que financia las campañas electorales desde que se prohibieron las donaciones de empresas. De espaldas a un electorado brasileño golpeado por la inflación y el desempleo, el Congreso ha aprobado una partida de casi 5.000 millones de reales (960 millones de euros), lo que supone tres veces más que las últimas elecciones generales.

El Gobierno también va a sufrir en breve una metamorfosis. Para el 2 de abril, los ministros que concurran a los próximos comicios tienen que dejar el cargo. Se calcula que un tercio dejará el despacho para echarse a las carreteras en busca de votos.

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