Brexit, un asunto personal no resuelto entre Londres y París


Cuando Goscinny y Uderzo publicaron Astérix en Bretaña, en 1965, y Obélix no dejaba de repetir durante la historia aquello de “están locos estos británicos”, el general De Gaulle había puesto ya todo su empeño en vetar la entrada del Reino Unido en la entonces Comunidad Económica Europea. El choque frontal entre dos personalidades políticas irrepetibles, como son Boris Johnson y Emmanuel Macron, podría ser simplemente un capítulo más de la eterna tensión entre ambas naciones, si no fuera por el efecto catalizador de emociones que ha tenido el Brexit en esa relación.

“Los británicos son soberanos en sus decisiones, y pueden perfectamente pensar que [esas decisiones] no son asunto nuestro, pero lo cierto es que lo son. Porque esto fue un divorcio, se divorciaron de nosotros”, explicaba en marzo a la agencia AFP en su apartamento de París Sylvie Bermann, la que fuera embajadora de Francia en el Reino Unido desde 2014 a 2017. Su libro Goodbye Britannia, publicado meses antes, era una declaración de amor traicionado a los británicos y un ataque visceral a Johnson, a quien definía como “un mentiroso contumaz”.

Cada vez que Macron ha dado un puñetazo en la mesa, y amenazado con torcer el brazo a Londres, ha recurrido al mismo argumento: la falta de seriedad de su interlocutor en Downing Street. “Si uno no respeta lo que fue negociado, nada es digno de respeto. Yo creo en la solidez de los tratados, y en la necesidad de abordar los asuntos de un modo serio”, dijo el presidente francés en junio, horas antes de acudir a Cornualles, en la costa británica, para la reunión del G-7.

Macron, como no ha dejado de hacer durante todo este tiempo, volvía a ejercer de poli malo de la UE, reprochaba a Johnson su incumplimiento unilateral del protocolo de Irlanda del Norte (piedra angular del acuerdo del Brexit). Y reventaba, de paso, el primer intento de la nueva Gran Bretaña Global soñada por los euroescépticos de ser un actor internacional relevante. En el nuevo enfrentamiento de esta semana, después de la muerte el miércoles de 27 personas que intentaban atravesar el canal de la Mancha y llegar a las costas británicas, de nuevo Macron ha puesto en duda el talante del primer ministro.

El intento de buscar vías de cooperación ante la crisis migratoria había sido reventado, según París, por la indiscreción de Johnson, que había publicado en Twitter la carta que acababa de enviar al presidente francés. “Me sorprenden esos métodos, son poco serios. No es normal que dos líderes se comuniquen entre ellos a través de tuits y hagan pública su correspondencia”, decía este viernes Macron.

Las cuitas entre los dos políticos se han convertido en una constante de los encuentros internacionales. En la inauguración de la pasada Cumbre del Cambio Climático, en Glasgow, una nube de periodistas atrapó por los pasillos del Centro de Convenciones al presidente francés. No querían preguntarle por la urgencia de reducir las emisiones de dióxido de carbono, sino por el ultimátum, que iba a expirar en unas horas, a cuenta del conflicto pesquero entre Londres y París. Un barco escocés seguía retenido en puerto francés, y el Gobierno de Macron amenazaba con bloquear el acceso a la costa de la flota británica y volver a imponer férreos controles aduaneros en la frontera de Calais. Londres, a cambio, esgrimía la advertencia de invocar los mecanismos de salvaguarda y arbitraje del acuerdo comercial firmado con Bruselas. Un ataque de París sería considerado un ataque de la UE.

Hay razones de política doméstica y de política internacional que explican la continua hipérbole que es la relación entre Londres y París. A pocos meses de unas elecciones presidenciales en las que Macron siente sobre su nuca el aliento de la derecha populista, la reafirmación nacional a costa de la pérfida Albión suele funcionar. Y en medio de un desabastecimiento de gasolina y colas en las estaciones de servicio, falta de mano de obra y descontrol migratorio, Johnson ha encontrado en Francia el chivo expiatorio perfecto para purgar sus carencias. Pero además, Macron detesta abiertamente las maniobras negociadoras británicas, que representan lo contrario al racionalismo cartesiano y al positivismo napoleónico sobre los que se asientan la estrategia negociadora y la solidez jurídica de la UE. Johnson, en cambio, está convencido de que Francia sigue empeñada en demostrar que el Brexit fue un error por el que el Reino Unido debe sufrir.

En noviembre de 2020 se celebró el décimo aniversario del último gran acuerdo bilateral entre Londres y París: David Cameron y Nicolas Sarkozy firmaron los acuerdos de Lancaster House, que ampliaron y reforzaron la cooperación militar y de defensa entre ambas naciones. Este terreno ha sido el único en el que, históricamente, nunca ha habido dudas mutuas (con la excepción del enfrentamiento entre Tony Blair y Jacques Chirac a cuenta de la guerra de Irak). También aquí todo se ha puesto en almoneda, después de que París viera como una deslealtad incomprensible el acuerdo AUKUS forjado el pasado septiembre entre Australia, Estados Unidos y el Reino Unido, que sacaba por sorpresa a Francia del considerado como contrato del siglo con el país austral, para la construcción y venta de nuevos submarinos.

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