El entonces jugador del primer equipo rojiblanco se llevó una tremenda bronca del respetable de La Catedral cuando Txetxu Rojo
, su entrenador, decidió cambiarle para dar entrada a
Tiko
en un partido ante el Villarreal. El defensa de Gallarta, con 20 años recién cumplidos y solo diez encuentros como titular, tuvo que atravesar el campo de banda a banda en medio de un molesto y mayoritario concierto de pito. Su reacción fue digna de elogio.
A cualquier otro chaval de su edad se le hubiese caído el mundo encima. A
Del
Horno
, no. El lateral zurdo, lejos de esconderse al término de aquel choque que acabó 1-1, aseguró ante la prensa que la bronca era merecida porque había jugado mal.
Algún tiempo después, tras consolidarse en el Athletic, el Chelsea
pagó por él una millonada. Del
Horno
supo sobreponerse a la adversidad. Se abstuvo de lo anecdótico para revertir un situación que no cualquier debutante en Primera sería capaz de superar.
Lo de
Córdoba
ante el Espanyol del pasado miércoles no llegó a tanto. Fue una reacción esporádica de parte del público en un momento concreto del choque. Un lance puntual.
Conviene valorar las cosas, por tanto, en su justa medida. Da la sensación de que ahora y solo ahora se producen reacciones desde las gradas de San
Mamés hacia un jugador concreto como la de este último encuentro. Sería mucho mejor que no se llegasen a producir, pero tampoco hay que hacer un mundo si de vez en cuando se da el caso.
El fútbol moderno vive de estas contrariedades. Mucha gente se extraña porque se pita a un jugador propio y admite, en cambio, que es necesario fomentar una grada de animación. Córdoba tiene madera y clase suficientes como para convertir los pitos en aplausos. Al tiempo
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